La victoria de Ollanta Humala expresa el cansancio y la falta de confianza de la población en los liderazgos y en los partidos tradicionales y, a la vez, una gran apuesta de justicia social que la mayoría de los peruanos anhelan.
Este factor es clave ya que, pese al notable crecimiento de la economía peruana de los últimos años, en Perú hay aún un 32% de pobreza, enormes bolsones de marginalidad en las zonas rurales, indígenas y amazónicas y miles de personas que trabajan informalmente, sin derechos laborales ni protección social.
Es decir, el triunfo de Humala es un símbolo de esperanza de una mayor equidad para millones de peruanos que han estado al margen de los frutos del crecimiento económico.
Ollanta Humara gana las elecciones pese a una durísima campaña sucia, de creación de temor en la población, orquestada en su contra por sectores políticos y empresariales de derecha, ligados a la candidatura de Keiko Fujimori, que hasta el último minuto de la campaña trató de ligarlo irregularmente a Chávez, ocultando el vínculo privilegiado que en estos meses de campaña Humala ha construido con Lula, con la presidenta Rousseff y el PT brasileño y con Mujica y el Frente Amplio de Uruguay, es decir con la izquierda moderada latinoamericana de la cual Humala ha declarado sentirse parte.
No es menor el hecho, cuado se trata de escoger aliados, de que Brasil es el país con mayor inversión en las más diversas áreas de la economía peruana.
Humala derrota, por una diferencia de solo 500 mil votos, a Keiko Fujimori que expresaba claramente el patrimonio político de la dictadura de su padre y, como bien lo ha señalado el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, se alejan los riesgos de una involución autoritaria fuertemente presente en la historia personal de Keiko que fue, recordémoslo, primera dama del Perú en el período de mayor represión, crímenes, violaciones gravísimas a los DDHH y corrupción, perpetrados bajo la presidencia de su padre.
La mayoría de la gente no le creyó a Keiko su supuesta y repentina independencia de su padre y su derrota es un voto a favor de la democracia y de su fortalecimiento.
Sin duda, Humala crea incertidumbres dentro y fuera de Perú por su pasado etnocacerista y sus innumerables dichos revestidos de excesivo nacionalismo que fueron fuertemente moderados durante la contienda presidencial.
Todos, y en primer lugar los chilenos, esperamos que se consolide la imagen del candidato Humala, que entienda que vivimos en un mundo global donde los nacionalismos estrechos no tienen cabida y que lo que debe primar es la cooperación y la integración con los países vecinos y con todo el continente latinoamericano.
No es menor el hecho de que Humala, para ganar las elecciones, debió correrse hacia el centro y ubicarse en las posiciones de la centroizquierda latinoamericana.
Personalmente espero que sea la integración con Chile el elemento que prime en la conducta de Humala hacia nuestro país y no creo en un deterioro de las relaciones bilaterales que ya se encuentran afectadas por la decisión de Alana García de abrir la contienda de límites marítimos con Chile en La Haya.
Por el contrario creo que las relaciones con Perú serán mas francas y menos convencionales que las que hemos tenido en estos diez años con Toledo y García.
Ya en su primer discurso, Humala ha señalado que conformará un gobierno de Concertación con todos los sectores democráticos del país y en cuyo gabinete seguramente habrá una presencia amplia de personeros del Partido Perú Posible de Alejandro Toledo, cuyos votos han resultado decisivos para vencer a Fujimori.
Chile, debe buscar mantener las mejores relaciones con Ollanta Humala, dar y exigir garantías de que cualquiera sea el fallo de La Haya este será respetado y se cerrará una contienda que ha debilitado nuestras relaciones y se abrirá una nueva fase de integración política y económica entre nuestros países.
Después de La Haya, el tema energético puede ser no solo el gran negocio entre los dos estados y las empresas privadas del sector energético de ambos países, sino el principal factor de integración entre naciones que ya no tendrán litigio alguno y que deberán, en el plano cultural y político, construir una relación basada en la lógica del siglo XXI y no en la del siglo XIX en que hasta ahora se han movido nuestras relaciones.