Perla gozaba del cariño de la familia y lo retribuía con creces. La dejaban subirse a la cama y a la hora de las comidas ella también estaba invitada. Cuando el amo llegaba a casa ella era la más contenta, pues los niños estaban demasiado ocupados en sus juegos electrónicos y su mujer ya no mostraba el amor como ayer…
Nunca imaginó la manera en que cambiaría su vida cuando un día cualquiera, juguetona y díscola, aprovechó que el amo apurado dejó la reja entreabierta para salir a conocer mundo.
No alcanzó a ir muy lejos. A las pocas cuadras un quiltro negro y audaz la vio venir y corrió hacia ella. No era común encontrar a una cocker- spaniel tan hermosa y bien cuidada deambulando por esas calles de muchos autos y hermosos árboles.
Sin preámbulos de enamorado empezó a olerla y a los pocos minutos ya estaba montado sobre ella. Perla era nuevita y no sabía de esas cosas. El asunto se repitió varias veces y también llegaron otros a participar del festín. Finalmente, exhausta, Perla se echó en la tierra. En la tarde la encontraron los niños, que salieron a buscarla cuando descubrieron que no estaba con ellos mientras mataban zombies. La bañaron y todo volvió a ser como antes.
Después de un tiempo empezó a escuchar conversaciones en voz baja. ¡La perra está preñada! -dijo el amo-. Tenemos que llevarla lejos, a la Comunidad Ecológica en Peñalolén o a la Cuesta de Barriga.
La subieron al auto y enfilaron hacia la cuesta, mientras la pareja acordaba que le dirían a los niños que había escapado nuevamente. Al llegar ella bajó confiada, como paciente que va al médico. Nunca imaginó que se irían y ella quedaría sola, en medio de la nada.
Pronto aparecieron otros perros, algunos finos y otros no. Ella no estaba preparada para esa vida. La atacaron y la mordieron, pasó hambre y sed. Un lugareño que vivía solo le dio algo de comer, como hacía con tantos otros que van a botar a ese lugar. Allí tuvo a su camada de cachorros.
Estaba muy débil cuando la recogieron unas jóvenes samaritanas que la llevaron a un veterinario y la alimentaron, le sacaron una foto y le buscaron un nuevo dueño por internet a ella y los cachorros. La acogió una familia que buscaba reemplazar a su mascota atropellada y estaban felices de conseguir un perro tan fino para sus hijos.
Los niños que jugaban antes con Perla estaban acostumbrados a que todo fuera desechable y reemplazable y pronto la olvidaron. La buscaron unos días y pusieron letreros en los árboles.
Después de una semana, los padres los llevaron a comprar una nueva mascota.
Esta vez eligieron un macho, para no repetir el chascarro.