Las autoridades discurren sesudos análisis sobre el hastío ciudadano provocado por la escasa representación del sistema político, y el embate de las fuerzas del Libre Mercado y la Globalización.
Los estudiantes, los portuarios, los trabajadores, los endeudados, los ambientalistas, las etnias, los agricultores, todos expresan sus descontentos, lo que, excepto la violencia, debiera ser normal si tuviéramos un sistema democrático robusto, nadie se debe molestar porque se dice lo que está malo.
El Presidente Piñera sin reconocer que falta gestión y que “otra cosa es con guitarra”, realiza una jugada pirotécnica y comunicacional llamando a todos a un acuerdo nacional. El, se pone por encima de todos, a pesar del rechazo histórico de las encuestas. Acuerdo nacional sí, pero sobre la base de reformas políticas, económicas, y sociales. No, para mantener un sistema injusto y excluyente.
La ministra Von Baer, dice que “(…) se observa un malestar generalizado con la política”.
Cuando se reunió el Comité de Crisis en La Moneda, perturbado, diseñó la estrategia de culpar a la Oposición de todos los males.
El país rechaza los acuerdos con “letra chica”, que ha sido la tónica del gobierno. Lo hace el ministro Lavín cuando les dice a los estudiantes: “Déjenme trabajar tranquilo”, y “con la letra chica”, propone un voucher para que los futuros estudiantes salgan por su cuenta a “negociar con el Mercado” el pago de sus carreras. Una propuesta que debe rechazarse por principio: el Estado no puede renunciar a su responsabilidad de velar y entregar a todos una educación de calidad.
No es cierto que al Gobierno le falte relato, le sobra Mercado y letra chica.
¿Cuáles son las causas del rechazo y desconfianza popular?
Ni siquiera el presidente Piñera con su estilo arrogante y personalista es el único culpable. Los responsables son él y toda la élite que ha mantenido un sistema de Libre Mercado que aumenta las brechas sociales.
El Modelo Económico de Libre Mercado, solo beneficia a una pequeña élite empresarial y política, excluyendo a la gente. La experiencia libremercadista colmó la paciencia de los chilenos, que ya no quieren esperar más el prometido “chorreo económico”. Un sistema basado en el chorreo es injusto por definición. La gente ve como la riqueza se concentra en pocas familias –con mucho poder- dueñas de muchas empresas. Como crecen los monopolios y las colusiones.
Los estudios de la OCDE indican que Chile es el país más injusto, el más desigual. Pese a que el PIB del país llegó a 200 mil millones de dólares. Sin embargo, esa cantidad solo se reparte entre el 20% más rico.
En este Modelo Libremercadista Globalizado, los países pequeños y aún desarrollados, han perdido soberanía frente a los poderosos organismos trasnacionales, ya sean, consorcios productivos y/o instituciones financieras, quienes son los acumuladores de la riqueza.
Un acuerdo superestructural como el que pretende el Presidente con “todos los partidos políticos”, para hacer “juego de piernas” ante “demasiada intransigencia y protesta” como él dice, no tendrá efecto alguno, sino propone políticas profundas para democratizar la política, reformas económicas que fomenten crecimiento y distribución, que eliminen monopolios, colusión, desinformación, reformas que garanticen accesos mínimos a la salud, educación y vivienda.
Si eso no sucede, los conflictos sociales y la represión crecerán, no porque la personas sean antidemocráticas o quieran oponerse al gobierno por “ideologías”, sino, para contrarrestar las políticas extremas, los fraudes económicos como el de La Polar, donde los Fondos de Pensiones perdieron “entre 120 y 140 millones de dólares”, (aunque la pérdida sea de un dólar debe ser sancionada. No debe minimizarse como lo hace el gobierno al decir, “es solo el 0,2%), o las pérdidas de los derechos adquiridos de los trabajadores, infringidos por la propia ministra del Trabajo, quien abusando de la “letra chica”, decretó la rebaja de las indemnizaciones por años de servicio aprovechando, que los Dirigentes “andaban de parranda”.
Pero, la esperanza no debe perderse y, cabe la posibilidad, que los dirigentes políticos acuerden resolver los problemas de la gente, concretando las reformas necesarias.