Ni en su peor pesadilla el Presidente Piñera, hombre dotado de un optimismo y sentido de grandiosidad exacerbado, hubiera esperado una descapitalización política de su liderazgo y de la acción de su gobierno como la que ha experimentado en poco más de un año de gestión.
Caer en la aprobación de la ciudadanía al 36% implica llegar a los mínimos históricos de la derecha, perder nada menos que 17 puntos desde la elección presidencial, convertirse en un gobierno solo de un tercio del país y dejar de tener mayoría política en la sociedad. La gravedad de esta fotografía se agudiza aún más, si quienes desaprueban representan un 56% de los chilenos.
Pero, ¿era esperable este desplome? Sí era esperable, y por varios factores.
Lo primero es que a la derecha le cuesta gobernar y ser mayoría en un país que culturalmente no es de derecha y donde el desmarque y la desafección de los electores que hace poco más de un año le dieron mayoría porque creyeron en el cambio eficaz puede ser, como se ve, muy rápido.
Justamente este factor cultural de fondo subyacente en la sociedad chilena, obligaba a Piñera a realizar un diseño de gobierno, un “relato”, que diera sustancia cultural a una derecha distinta de la derecha de los gerentes de los años 60 y de aquella que gobernó y defendió a Pinochet y perspectivaba a una derecha democrática, moderna, abierta, liberal, que es la promesa de fondo que Piñera como líder hizo a los electores.
Este “relato”, exigido por líderes como Longueira, no existe, y el pragmatismo del presidente y de sus ministros –poco acostumbrados a hablar de política y menos de filosofía– ha copado la agenda sin dejar espacio a que la gente entienda hacia dónde va este gobierno que aparece, en cada acto, repleto de contradicciones al punto que cada iniciativa que lanza, algunas de ellas socialmente importantes como la eliminación del 7% de la cotización de salud para los jubilados, o el posnatal, se diluyen en el desacuerdo, en los límites de cobertura que le imponen a los proyectos, en la “letra chica” que el propio gobierno o sus parlamentarios colocan a la iniciativa.
Un gobierno que carente de ideas de fondo que sustenten su acción, parece asustarse de su propia audacia y castra sus propias iniciativas hasta convertirlas en ambiguas, ambivalentes, sin fuerza para satisfacer las demandas de una sociedad más exigente.
Este punto no es menor. A Piñera le toca gobernar cuando la sociedad chilena, como ocurre también con otras sociedades, adquiere un nuevo protagonismo, utiliza las redes sociales, sobrepasa a los partidos y se moviliza colocando su propia Agenda a través de causas que los estudiosos de la filosofía política llaman posmateriales y que son muy lejanas al ideario de una derecha neoliberal.
Ello ha tomado totalmente impreparado al gobierno y, digámoslo, también a la oposición.
Detrás del rechazo de la mayoría de la sociedad a HidroAysén, proyecto que el gobierno hizo aprobar cometiendo todas las irregularidades que el Senador Antonio Horvath se ha encargado de revelar, hay defensa del medio ambiente, ideario de preservación de un patrimonio que universalmente se considera único y que concentra una parte sustantiva del agua dulce del planeta; hay, también, rechazo a la concentración monopólica de la energía y, sobretodo, a la arrogancia política y empresarial que subyace detrás del proyecto HidroAysén.
Este último aspecto se asocia, en la imaginaria de la gente, al de una derecha empresarial que gobierna desde los ministerios con nulo respeto de la ciudadanía y con demasiados conflictos de intereses que asoman a cada paso.
Pero son estos derechos posmateriales que hoy movilizan a las sociedades como la necesidad de regular por ley la vida en común de las parejas de un mismo sexo –sobre lo cual el gobierno no logra construir una propuesta abierta por la fuerte oposición del sector más integrista de la derecha–, la muerte asistida, el aborto terapéutico, las aspiraciones de una reforma profunda de la educación superior pública, la rotulación de los alimentos, las nuevas medidas contra el tabaquismo, diversos derechos de integración y de igualdad que la sociedad reclama, los que rompen la parálisis y la indiferencia de la gente y que para la derecha son temas muy lejanos a su cultura y que debe tomarlos simplemente porque han irrumpido aparentemente de la nada.
“La modernidad no obliga a cambiar el principio”
Una manifestación de este desasosiego, de la incomodidad con esta agenda puesta desde la sociedad, es la frase del presidente de la UDI: “la modernidad no obliga a cambiar el principio”, referido a que el matrimonio o la regulación de la vida en común es solo entre un hombre y una mujer.
Lo que Coloma probablemente no capta es que la modernidad ya hace rato cambió la realidad y que por tanto, hace rato, que esos principios a los cuales él hace referencia se hicieron estrechos o son inservibles para leer este otro mundo en el que vivimos.
A Coloma y a la UDI le cuesta entender que la reivindicación de legitimidad y legalidad de las parejas, sean hetero u homo sexuales, ya está situada en la aceptación de la mayoría de los chilenos y que quienes están fuera de la ciudad no son hoy los homosexuales y las lesbianas, sino quienes los discriminan, quienes se niegan a legislar para entregar nuevos derechos de tercera y cuarta generación a toda la sociedad sin distinción.
Varias cosas son claras y después de la fotografía de Mayo el gobierno debiera tenerla más presente que nunca: Hidroaysén está muerto como proyecto. Chile lo rechaza y si el gobierno, a través del mecanismo establecido en el Consejo de Ministros, lo aprueba y lo impone, Golborne no sólo bajará más de los 7 puntos que hoy pierde, sino que todo el gobierno perderá el crédito político que aún preserva.
Si Lavín continua dilatando y desviando una negociación verdadera para que el Estado asuma la responsabilidad que le cabe en la educación pública, entonces tendrá a cientos de miles de estudiantes en las calles de todo el país y ello remecerá a los hogares de millones de chilenos.
A ello se suma el rechazo de la gente a la labor de la reconstrucción. Solo el 38% tiene una visión favorable. El gobierno permitió la impudicia de una Intendenta arrogante que mantuvo, por cuestiones de poder personales, paralizada la reconstrucción por meses en la región del Bío Bío. Permitieron el escándalo de KODAMA que descabezó y paralizó al MINVU.
O demuestran una mínima eficiencia o la gente que pasará los fríos y las lluvias de nuevo en mediaguas forradas de plástico, serán los “indignados” del invierno y esa sí que será dura.
Hasta ahora, este es un mal gobierno y no porque sea de derecha –ya que ello es confrontable en el plano de las ideas y de los proyectos alternativos– sino porque es ineficiente, porque no cumple con sus promesas, porque todo lo trivializa, porque confía más en el marketing y en el pragmatismo que en la fijación de una estrategia seria de más largo plazo.
Piñera perdió una gran oportunidad el 21 de Mayo de haber trazado una ruta. Hoy nadie se acuerda de lo que dijo, su discurso se desvaneció en el aire con la misma velocidad con que él partió a sus vacaciones en Europa. Por ello no es extraño este 36%, la vuelta al tercio para la derecha.