En síntesis, la última encuesta Adimark mostró una baja adhesión a Piñera y su gobierno (explicable en el desempeño gubernamental y de su presidente) y un alto rechazo a los conglomerados políticos, si bien más pronunciado en la Concertación (lo que se explica por el hecho de estar en la oposición, como lo fuera el mayor rechazo a la coalición de derecha durante los gobiernos de la Concertación). Y como saldo, algo que se ha repetido abundantemente esta última semana, una oposición mucho más grande que la Concertación.
Tratar de entender cuál es la realidad detrás de estas cifras puede ayudar a dar respuestas adecuadas, especialmente para plantearse cómo convocar a una amplia oposición de centroizquierda que, no sólo mira con sospecha al actual gobierno, sino a la coalición que la representara por veinte años, incluyendo a quienes -ahora desde fuera de la Concertación o muy críticos de ella- son identificados por la ciudadanía como parte de sus liderazgos.
Una primera afirmación que quiero hacer es que, al analizar los resultados de Adimark, se aprecia consistencia entre la baja adhesión a Piñera y su gobierno, con la escasa adhesión a la Concertación.
La aprobación de Piñera y de sus partidos se reduce al núcleo duro de votantes de derecha, a su base natural de apoyo, habiéndose desilusionado de su gobierno aquellos que, aún si votaron por él, antes habían sido proclives a los gobiernos de centroizquierda.
Dejando de lado el factor personal en el ejercicio presidencial que influye en el rechazo a Piñera, en la encuesta está presente el rechazo de amplios sectores sociales hacia los dos conglomerados políticos, teniendo ambos algo en común, el poder: responsabilidades de gobierno, ayer u hoy, en un sistema altamente presidencial que carece de contrapesos ciudadanos, en ausencia de mecanismos institucionalizados y garantizados de participación.
No tomar en cuenta tal evidencia puede llevar a errores, no sólo analíticos, sino que de estrategias de acción, pues si ambos conglomerados provocan rechazo por ser la expresión del poder inconsulto (salvo elecciones cada 4 años, con vicios de representación en el caso del poder legislativo), resulta que la desaprobación será la misma si se ladran o comen en la misma mesa, si se declaran la guerra o se palmean los hombros en señal de unidad.
Las cifras políticas no se alteran por el ceño fruncido de Escalona, las ironías de Pizarro, los exabruptos de Matthei, o por la foto sonriente de Larroulet con Correa, sino por la modificación de la realidad política que todos ellos tienen en común y que la gran mayoría ciudadana, comprensiblemente, se siente (y está) ausente.
Tomando en consideración lo anterior, quiero formular una segunda afirmación.
Si bien hay escasa adhesión hacia ambos conglomerados, ello no significa que ambos representen lo mismo. Lejos de lo que sostienen algunos detractores de la Concertación desde la izquierda, o de la coalición gobernante desde la derecha, ambas agrupaciones políticas no representan lo mismo, ni en valores, ni en sus proyectos de sociedad.
Para la ciudadanía, no es que la Concertación se haya derechizado -como dicen algunos que quieren refundar el progresismo- o que la Alianza (que de Coalición por el Cambio sólo conserva el nombre) haya virado hacia la socialdemocracia -como dicen los duros de la derecha nostálgica- sino que ambos tienen una misma forma de ejercer el poder cada vez menos legitimada o aceptada socialmente.
Porque la manera en que se genera y reproduce el poder al interior de la política es una afrenta a la igualdad de oportunidades, a los méritos y a la transparencia.Y porque el dinero sigue siendo decisivo a la hora de competir en política, con elecciones cada vez más caras y mediáticas.
Y mientras en la derecha esos son datos de la causa que afectan poco su credibilidad, pues se corresponde con sus atributos, en la centroizquierda desnuda la inconsistencia entre discurso y práctica, minando su confiabilidad.
Ampliar la capacidad de convocatoria de la centroizquierda en segmentos sociales que miran distante a quienes proclaman ser sus mejores intérpretes, pasa por convertirse en dirigentes y partidos creíbles. En nada cambiará la adhesión ciudadana por un discurso más radical de inclusión, igualdades y libertades cuyos emisores se comportan de manera contradictoria con dichos planteamientos.
Una tercera afirmación que quiero formular es que no es cierto que hay una crisis de ideas progresistas. Es cosa de escuchar las lúcidas intervenciones de tantas voces que han tenido tribuna a partir de las recientes movilizaciones, tanto en materias medioambientales y energéticas, como educacionales.
El problema está en la escasa circulación de las ideas y, especialmente, su ausencia en los espacios políticos (la cuña política ha dejado de ser la expresión mediática de una idea, para convertirse en sí misma en una idea: la política piensa en cuñas).
Lo que está fallando, no es la capacidad de pensar y razonar, de tener opciones, opiniones y propuestas de centroizquierda, sino la interlocución entre instituciones políticas y académicas, entre dirigentes e intelectuales, entre partidos y centros de estudio.
No sólo es, como tanto se ha repetido, que la política se ha vaciado de sociedad, sino básicamente de las ideas que la sociedad produce. Tenemos además un déficit, no de elaboración plural de ideas, sino de pluralidad de medios de comunicación para acogerlas y difundirlas y que no es sustituible, como muchos afirman, por redes sociales que son todavía de baja cobertura y alta selectividad.
Y una última afirmación que voy a formular, es que no es cobrando viejas cuentas como se cambian las cifras políticas.
Ni la centroizquierda ha ganado cada vez que alguno de los suyos se latiga en público porque el actual gobierno hace un anuncio que, supuestamente, debieron realizar los gobiernos anteriores, ni este gobierno y sus partidos ganan políticamente cada vez que excusan sus problemas en errores de los gobernantes que lo precedieron.
Y no sólo por el hecho evidente que los ciudadanos, con o sin buena memoria, le piden a la política hacerse cargo de sus razonables expectativas (que se conjugan en verbo presente y futuro), sino porque dichas expectativas van cambiando y, por lo mismo, generando condiciones y espacios de exigibilidad creciente en el tiempo (son los ancianos quienes miran para atrás, puesto que se tiene más pasado que futuro por delante).
Lo que importa no es lo que se dejó de hacer o se hizo mal ayer, sino lo que hay que hacer hoy y mejorar hacia adelante.
Porque el riesgo que se corre en una coalición de centroizquierda que debe constituirse en alternativa política es que, por enfrascarse en escarbar el medio vaso vacío de su pasado, le regale al gobierno la posibilidad de vaciar el medio vaso lleno, facilitando un estancamiento, si no retroceso, en avances y conquistas que los gobiernos de la Concertación pavimentaron y que, como todo camino, habrá que seguir pavimentando.