Hace un año, aproximadamente, vi una película que me gustó mucho. Se trata de “Un hombre solo”, mala traducción de “A single man”, dirigida por Tom Ford y basada en una novela escrita por Christopher Isherwood. Ambientada en los años 60, se trata de un profesor universitario y gay que queda sólo, luego de la trágica muerte de su pareja.
En la escena que más me conmovió, el protagonista recibe el llamado en el cual se le anuncia del fatal accidente en que muere su amor. Es una conversación breve, en que alguien de la familia le informa de los hechos, dándole a entender la “especial deferencia” que ha tenido en llamarle, dada su “profunda cercanía” con el que ha muerto. Lo que más duele es que cuando él pregunta cuando serán los funerales, se le dice que será algo privado, “sólo para la familia”, marginándolo de todo evento.
Al ver lo que está pasando en nuestro país con los reclamos de los homosexuales de su derecho a una unión civil, que los legitime y ampare ante la ley, permitiéndoles arreglar temas de herencia, entre otros, me acuerdo de esa escena. Y me da vergüenza. Vergüenza por el gran atraso que Chile presenta en el manejo de sus conflictos de valores. Por el pluralismo que aún en esta remota tierra, no se logra.
Digo esto porque si construimos entre todos la sociedad, es porque cada uno merece pertenecer a ella. Porque cada cual debe aportar con deberes, pero asimismo tener derechos.
Sabemos que la homosexualidad es una orientación que existe, siempre ha existido y va a existir. Muchos de nosotros tenemos amigos, compañeros de trabajo ó familiares que son homosexuales, y sabemos que al igual que todos, pagan impuestos, contribuciones, votan en las elecciones, pertenecen a partidos políticos, estudian y trabajan, es decir son ciudadanos. Como tales, independiente de que yo acepte su orientación sexual, que esta calce con mi propia moral, o incluso con mi religión, ellos son parte de un espacio común, que es la sociedad.
En este espacio común o público, hay valores, deberes y derechos compartidos. Algunos incluso sancionados por ley. En la esfera privada, en cambio, es donde se dan nuestros ideales de perfección, máximas morales y creencias religiosas.
Entonces, si hacemos ciudadanía, y estamos en democracia, debemos entender y diferenciar la esfera pública ó compartida, de la privada. Transar en la primera, no es traicionar la segunda. Es construir una democracia realmente inclusiva y pluralista.
Si en su propia definición de familia, hay un padre, madre e hijos, casados por la iglesia y “hasta que la muerte los separe”, bien por usted. Le deseo la mayor felicidad.
No hay duda que ese modelo es uno bueno. Sin embargo hay otros. Y todos merecemos un espacio donde podamos acceder a unos mínimos que debemos establecer en qué consistirán.
A mí me parece que el Acuerdo de Vida en Común, es parte de este espacio compartido. No están, los homosexuales, pidiendo mucho. De hecho, han sido tan ninguneados, que en su pedido hay mucha humildad, y creo que, de aprobarlo, aún quedaríamos al debe con ellos, como grupo.
Algunos argumentarán que la familia, como núcleo de la sociedad, se verá debilitada. La verdad es que si la familia es la célula central de nuestra organización, es porque justamente allí se despliegan nuestros vínculos más profundos y nuestra intimidad. Es allí donde se comparten sueños, y proyecciones. Donde planificamos la vida y formamos los hijos. Es nuestra primera escuela social, y de lo que allí aprendamos dependen el tipo de ciudadanos que habiten nuestras ciudades.
Si mañana resulta que un grupo importante de chilenos apoya a los homosexuales en sus demandas, ¿no será esto fruto justamente de que en nuestras familias hemos sabido sembrar semillas de tolerancia? ¿Será que este debate, en ciernes aún, es un reflejo de familias cada vez más diversas y abiertas? ¿De niños y jóvenes con menos trancas que las nuestras?