La condición de vida privada o vida pública no es binaria, no se trata de que sea una o la otra en forma excluyente.
¿Qué es lo privado y qué lo público? ¿Qué hace que una fotografía, una carta, una conversación sea privada o pública? ¿En qué momento una conversación privada deja de serlo?
¿Esto lo determinan los participantes de la conversación o el contexto en la que se da?
¿Una conversación entre tres diputados en el café del Congreso en voz alta es una conversación privada o pública? ¿Y la misma conversación dentro del hemiciclo o en la sala de comisiones?
¿Los periodistas que pululan por ahí y escuchan a pocos metros esa conversación y comparten posteriormente el contenido de lo conversado cometen una falta?
En el caso que hoy afecta al diputado Ceroni, sin duda colisionan dos maneras de mirar la cosa pública y no es fácil anticiparse de forma absoluta frente a un tema tan complejo.
El sentido común dice que el Dínamo cometió una grave falta al inmiscuirse y divulgar una conversación privada; sin embargo, el parlamentario deberá reconocer al menos su desprolijidad al exponerse en el propio hemiciclo de la Cámara de Diputados, acaso símbolo del espacio público de discusión democrática, en una época que la ciudadanía espera y demanda mayor transparencia.
Como tercer elemento está el tema de fondo, el constatar que el morbo por este diálogo del diputado radica en que el contenido da cuenta de la condición sexual del mismo, ¿habría tenido la misma resonancia si el chateo se hubiera referido a un tema doméstico como “a qué hora vas a llegar a casa” o “recuerda de la cena en casa de tu hermana esta noche”?
La opinión pública tiene derecho a saber quiénes son sus parlamentarios, qué piensan, qué hacen en el Congreso, sobre todo en el hemiciclo, ya que fueron elegidos para representar ideas, plantearlas y defenderlas en ese espacio mágico (y público) de representación popular.
Ello obliga a la autoridad a que deba ser mucho más discreta respecto de su privacidad si quiere mantenerla en ese ámbito; sin embargo, una ética no necesariamente periodística sino que fundada en aspectos básicos de la convivencia humana, indica que el reportero, el fotógrafo, como persona, antes que profesional, debe estar consciente siempre del daño que puede producir una denuncia, si el denunciado, por muchos errores a la discreción que cometa, no ha sido responsable de un delito y ni menos con su error perjudicado la honorabilidad y confianza de los suyos que lo eligieron para representarlos en la cosa pública.