Durante los períodos estivales se repiten las trágicas escenas de múltiples incendios que afectan directamente a ecosistemas naturales, plantaciones, zonas agrícolas y poblados rurales.
Como es tradición, estos eventos vienen acompañados por declaraciones rimbombantes sobre culpables y responsables junto a la pérdida de nuestro patrimonio natural, hasta que por razones climáticas el período álgido de incendios nos abandona, y la urgencia e importancia de esta tragedia pasa a engordar los desafíos que se pueden postergar en el debate público hasta el próximo verano o un futuro más lejano, si contamos con años lluviosos y templados.
A esto se suma la angustiante situación de múltiples comunidades rurales del centro y sur de Chile que durante los veranos carecen de agua para sus necesidades básicas y deben ser abastecidas por los municipios o gobiernos locales, en cantidades que serían motivo de furiosas protestas si ello ocurriera en las grandes ciudades.
Con el pasar de los años, esta situación está haciendo crisis y los escenarios de cambio climático, plantean que en gran parte de Chile se incrementará la recurrencia de los períodos de sequía, como el que hoy experimentamos, debido a la reducción de las precipitaciones e incremento de la temperatura. Eludir este desafío, sin duda, nos traerá costos sociales, ambientales y económicos mayores.
Es cierto que este reto lo experimentan otras zonas mediterráneas del mundo. Sin embargo, en Chile hay varios aspectos que agudizan este escenario, como la ausencia de ordenamiento territorial y regulaciones ambientales modernas, un código de aguas, único a nivel mundial, que privatizó este vital recurso, junto con las modestas campañas de educación ambiental y una débil cultura de cuidado de nuestro medio ambiente y bosques en particular.
Resulta urgente y necesario enfrentar estos desafíos, regulando el desarrollo de las plantaciones y bosques en torno a poblados rurales, estableciendo áreas de protección que reduzcan el riesgo de incendio.
También, se debe regular y limitar el desarrollo y ubicación de las plantaciones exóticas, que hoy se presentan como extensas superficies de monocultivo forestal (pino y eucalipto), donde es usual encontrarlas hasta el borde de los cursos de agua y caminos, ofreciendo un escenario que favorece la propagación de los incendios.
Además, el alto consumo de agua de las plantaciones, respecto a la vegetación nativa, reduce la disponibilidad o secan los cauces en verano, agudizando la falta del recurso hídrico para las comunidades que dependen directamente de ellas, por lo que se debe recuperar la vegetación nativa en las riberas de los cursos de agua.
La tarea inmediata, es restaurar los ecosistemas nativos que han sido dañados o destruidos por los incendios.
En las plantaciones quemadas, se debe reforestar en torno a los cursos de agua con especies nativas que consumen menos agua, haciendo partícipes a las comunidades aledañas en estos trabajos.
Este proceso colaborará en recuperar parte de nuestro patrimonio natural, permitiendo reducir el riesgo de incendio y mitigar la carencia de agua, entendiendo que es parte del proceso de adaptación que debemos hacernos cargo como país.