Ya durante el mes de octubre hemos sido testigos de cómo la prensa ha informado de los primeros incendios forestales de la temporada 2012-2013. Se da inicio así a un proceso de acciones de prevención y combate por parte de actores públicos (Conaf) y privados (empresas) que se repite año tras año y, casi invariablemente, con los mismos resultados.
Una evaluación de más de veinte años indica que los incendios forestales en Chile son aproximadamente 5.000 en una temporada (de unos 400.000 que se producen en el mundo), afectando en promedio 50.000 hectáreas anuales,algo así como 85.000 canchas de fútbol.
Estas son cifras de una lamentable persistencia, ya que ha sido muy difícil reducirlas significativamente a través del tiempo. La mirada positiva podría indicar que al menos tampoco se han incrementado. Sin embargo, sí existen temporadas atípicas en las que estas estadísticas aumentan en forma importante. Esto es lo que ocurrió la temporada pasada en Chile, con sobre 90.000 hectáreas afectadas, la cifra más alta en diez años.
La alarma pública que causaron algunos incendios emblemáticos como fueron los del Parque Torres del Paine (Región de Magallanes) y de la comuna de Quillón (Región de Biobío), permitió que hubiera un incremento real del presupuesto de Conaf para combatir incendios esta temporada del orden de 17% (cifras publicadas en la prensa). Esta es buena noticia, ya que si no podemos evitar los incendios, al menos es deseable contar con los recursos para combatirlos en forma eficiente.
Sin perjuicio de enumerar los hechos concretos, la verdad es que lo más preocupante es determinar la razón de la alta persistencia de las cifras de estos siniestros y la superficie afectada.
Hay a mi juicio múltiples factores, tanto ambientales (sequías, cambio climático), como sociales (cercanía entre poblados y plantaciones, quemas agrícolas), sin embargo se debe destacar la indiferencia ciudadana ante los incendios forestales.
Alguien podría decir que esto no es así, ya que el incendio de Torres del Paine tuvo mucha prensa, sin embargo esta es una excepción. En general la población no internaliza que los incendios forestales constituyen uno de los principales desastres ambientales que sufre el país (y el mundo, por cierto).
Los impactos económicos, ambientales y sociales de los incendios son muy difíciles de cuantificar y sólo se mencionan estimaciones muy gruesas basadas en pérdidas materiales que ascienden a cerca de cincuenta millones de dólares anuales.
Las pérdidas en realidad son mucho mayores si consideramos los impactos de la erosión, la pérdida de biodiversidad y las pérdidas materiales y humanas que ocurren, ya sea por el incendio mismo o por el combate, actividad en extremo arriesgada.
El impacto de los incendios forestales demanda que su prevención sea una acción prioritaria de cualquier programa de protección ambiental del Estado. Este no es un problema de empresas forestales o de particulares.
Afecta áreas silvestres protegidas del Estado, bosques y plantaciones de particulares, poblados y ciudades. La preocupación de las autoridades y de la población debe durar todo el año y no sólo el verano.
Los incendios forestales son uno de los más urgentes problemas asociados a la conservación de la naturaleza en Chile y ya es hora de que se le entregue la urgencia y dedicación por parte de la población, por sobre otros “problemas” ambientales que tienen más prensa pero son claramente menos urgentes.