Cada vez que se acerca un fin de año, vemos impávidos cómo se cambian pavimentos de calles en buen estado, y se levantan baldosas de veredas nuevas para poner otras baldosas aunque la mayoría de las calles pequeñas parezcan campos minados, y las veredas de los barrios, pistas de motocross.
Sabemos que la municipalidad no ha ejecutado todo su presupuesto y que lo hace a toda prisa antes del 31 de diciembre, con tal de justificar gastos y el presupuesto venidero.
Ocurre en todo el aparato estatal, a todo nivel, y es un mal asumido de nuestra administración pública. Puedo aceptarlo como tal. Pero porqué la manía de intervenir los hermosos parques públicos de Santiago Centro, cuando en las poblaciones de dicha comuna y de casi todas, sobran los peladeros, las plazas áridas y las canchas sin pasto.
El centralismo en Chile es fractal, se reproduce a todas las escalas, y la urbanística no escapa en lo absoluto. Pareciera que el criterio de los departamentos de arquitectura de los municipios fuera que ciertas cuadras, parques y lugares públicos deben estar siempre modernizándose, verse de primer mundo. Fuera de esas manzanas está el Chile promedio que no importa.
Como vecino fui testigo en los últimos dos meses, de una remodelación (no encuentro qué palabra utilizar), completamente innecesaria de la Plaza Brasil, un espacio público tradicional y muy bien mantenido pese a su gran uso.
Desarmaron los viejos juegos para colocar otros nuevos, sacaron pasto de acá y colocaron más allá, cambiaron los viejos y robustos bancos de plaza por unos más endebles y pequeños. Cambiaron todos los rebordes de cemento de los céspedes, para colocar un nuevo reborde, más grueso y más alto. Y para peor renovaron el maicillo, ese trumao innecesariamente traído a la ciudad del smog.
Vaya y pase. Pero quién explica, a qué ciudadanía se le consulta la necesidad de gastar enormes recursos públicos en intervenir el Parque Forestal. ¡El Parque Forestal! Pero ¿qué problema tienen con el Parque Forestal? ¿Qué están haciendo?
Hace pocos días lo recorrí con una mezcla de tristeza y rabia. Arrancaron los viejos bancos, amontonándolos como basura e inutilizándolos, para colocar menos bancos de los más nuevos. Cambiaron los mismos rebordes que en Plaza Brasil, y de nuevo a poner pasto acá y a sacar de allá.
Muchas intervenciones buenas o malas, aunque sin duda discutibles. Pero lo que no puedo entender es para qué meterse con la Fuente Alemana.
¿Qué problema tenía la Fuente Alemana? Eliminaron toda su pileta periférica, sin entender que alguien hace mucho tiempo diseñó la ubicación de dicho monumento de una manera, en una cierta estructura, y aunque sea discutible a la luz de la estética imperante actualmente, debemos dejar que nuestros espacios públicos envejezcan y nos cuenten su historia. No se trata de no cuidarlos, todo lo contrario, se trata de conservarlos en vez de rehacerlos.
Parece más fácil para los municipios cada cierto tiempo hacer todo de nuevo que trabajar todos los días y con la comunidad para cuidar y querer nuestros lugares.
Ahí está parte de la respuesta a la pregunta de por qué los destrozos a los bienes públicos en las grandes manifestaciones. Pues porque quien los destruye no los siente suyos, porque nadie le ha consultado, porque los han modificado tantas veces que no hay en su memoria afectiva nada que lo lleve a proteger lo colectivo.
Porque como esos bienes no son de todos, sino que de la autoridad, al manifestarse hay que hacer que al Poder le duela.
En mi opinión son mayores los destrozos civilizados y planificados de los municipios y arquitectos, que los aleatorios vandalismos callejeros.
Y nada es porque si, pues es sin duda más lucrativo para los arquitectos y sus empresas contratistas y chupasangres de erario público, borrar todo y hacerlo de nuevo y volver a firmarlo, que hacer las mínimas intervenciones realmente necesarias.
Hace no mucho fue la Quinta Normal con una enorme intervención paisajística a uno de los más carismáticos parques del Santiago antiguo, y antes lo fue Plaza de Armas.
Recuerdo a un arquitecto decir en el programa de Warnken que la Plaza de Armas de Santiago ostentaba un paisajismo de finales del siglo XIX que debía ser actualizado. Hay en ese juicio tanto fascismo, conservadurismo e intolerancia como en la más recalcitrante clase política en el poder.
Por algo será.