Curiosa coincidencia el que la noticia del procesamiento de los responsables del crimen de Víctor Jara haya sido entregada el 28 de diciembre, Día de los Inocentes. Este procesamiento tardío, para vergüenza de la justicia chilena, de los políticos que estuvieron al mando del país durante todo este tiempo, y de todos nosotros, que a pesar de todos los encomiables esfuerzos realizados no fuimos capaces de imponerla, llega 39 años después de los sucesos.
“La justicia tarda, pero llega” dirán algunos optimistas, pero lamentablemente esto es falso. La justicia que no llega a su hora ya no es justicia, pues a la injustica que ésta ha sido incapaz de juzgar, se suman muchas otras injusticias que se han ido acumulando a través del tiempo.
Los culpables de este siniestro asesinato han vivido 39 años sin que nadie pusiera en cuestión sus actos y sin que la sociedad los apuntara con el dedo como responsables de uno de los crímenes más repugnantes cometidos en el período de la dictadura. Es la sociedad chilena, tan orgullosa de sus logros económicos y sociales, la que ha sido impotente para separar el bien del mal, la intolerancia de la razón, y la civilización de la barbarie.
Varios políticos, uno tras otro, se disputan para demostrar que Chile ya está en las puertas del desarrollo y que pronto nuestro país podrá orgullosamente contarse entre los pertenecientes al primer mundo. Lo que ha pasado con el asesinato de Víctor Jara demuestra lo contrario, que nuestro país, por más altas que sean sus cifras macroeconómicas, todavía está muy lejos de una vida en la que el respeto mutuo sea la ley y en la que los derechos humanos estén definitivamente consolidados.
Todavía falta mucho para que la justicia opere con independencia y sea capaz de asumir valientemente su rol en la sociedad, y más tiempo falta todavía, para que las Fuerzas Armadas asuman su trágica equivocación y se alejen honestamente de ese pasado que ensangrienta sus banderas y símbolos transformándolas en un factor de extrema desconfianza para los que verdaderamente luchan por la democracia.
Los responsables del crimen de Víctor Jara eran conocidos desde hace tiempo, hasta el punto de que este juicio recién despertó de su letargo cuando un programa de televisión se atrevió a seguirle los pasos a los asesinos y denunciarlos.
Y antes que eso, ya uno de ellos había sido objeto de una comprensible“funa” por parte de activistas de los derechos humanos. La justicia va a la saga, corriendo detrás del tren, y si lo hace es porque sabe que de no hacerlo aumentará todavía más su descrédito en nuestra sociedad. Pero lo hará tímidamente, como en todos los juicios que han puesto en cuestión la acción criminal de los militares.
El mejor ejemplo es lo que ocurrió con Pinochet , que murió apenas rasguñado por la justicia, a pesar de haber pisoteado nuestro régimen constitucional y a pesar de ser probadamente asesino y ladrón. Por eso, no hay que hacerse demasiadas ilusiones con respecto a este juicio. La mejor demostración de la impotencia de la justicia chilena es su tardanza.
El Ministro en visita Miguel Vásquez, que dictó el procesamiento contra estos ocho uniformados dio a entender la causa principal de esta demora: la falta de colaboración de las Fuerzas Armadas.
Manteniendo una política que la historia ha demostrado falsa, estas instituciones han optado por el silencio, confiando equivocadamente en que el tiempo borrará lo que la justicia no ha sido capaz de alcanzar. Lo que ha ocurrido es lo contrario: el tiempo ha ido acrecentando la magnitud de la falta porque a la barbarie se ha sumado la complicidad.
Así, un acto cruel y estúpido de lesa humanidad, que hubiera podido ser atribuible a ciertos militares desquiciados, se ha transformado en una acción protegida por la institución y coherente con toda una política de Estado llevada a cabo por desalmados que han enlodado el prestigio de Chile.
Víctor fue asesinado con dos balas en la cabeza, 16 balas en el pecho, dos balas en el brazo derecho, 6 balas en el abdomen y 18 balas en las piernas.En total, 42 balas. Nada, nadie, nunca, podrá borrar esta mancha de sangre en nuestra historia. Por eso, es vergonzoso que instituciones que alzan diariamente la bandera chilena en sus cuarteles no hayan tenido la grandeza moral como para reconocer sus errores e intentar repararlos.
Tal vez en un futuro todavía lejano, Chile sea capaz de elevar el espíritu en armonía con los negocios. Entonces podremos comenzar a soñar con un Ejército leal con los ciudadanos de este país y no con los asesinos surgidos de entre sus filas.
Mientras esto llega, debemos contentarnos con el espectáculo de esta justicia que se limita a hacer aspavientos, pero que no puede llegar mucho mas lejos de lo que le permiten sus buenas intenciones. Mientras tanto, los militares esconden la mano y siguen mudos, como si ese fuera el mejor camino para hacer patria y rendirle culto a sus héroes.