Definitivamente y, para ser francos, cuesta hablar de indulto, y más aún de indulto general, cuando en Chile la delincuencia aumenta.
Cuesta hablar de ello cuando los niveles de victimización son cada vez mayores y cuando la preocupación por este tema constituye, sin duda, una de las preocupaciones de las familias chilenas.
Pero cuesta , aún más, cuando recordamos que fue el propio Gobierno el que envió el proyecto, aprobado esta semana por el Congreso, y que permitirá que más de seis mil presos recuperen su libertad, considerando que, en forma reiterada, el Presidente de la República y el ministro del Interior nos han dicho que “ a los delincuentes se les acabó la fiesta”. Cosa rara, porque, en definitiva, hoy, seis mil condenados se van para su casa.
Preocupante, porque de acuerdo a los datos de la VIII Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Pública, el número de hogares que fue víctima de algún delito aumentó a 31,1% en el año 2011.
Y, si comparamos las cifras con el 2010, hubo un aumento estadísticamente significativo en el robo por sorpresa (6,2%), en el robo con fuerza a la vivienda (5,7%), en lesiones (2,5%) y en delitos económicos (2,5%).
Así las cosas, ¿cómo explicamos este indulto? A mi juicio, un claro retroceso y, aunque el ministro de Justicia insista en que no es un perdonazo, la verdad dice lo contrario.
Pero mi voto en contra tiene, además, otro argumento. Y, me refiero a la institución del indulto; causa de extinción de la responsabilidad penal, que supone el perdón de la pena.
Esta institución obviamente no es nueva, es más, es típica y representativa de las monarquías, de aquéllas épocas en la historia de la humanidad en que los reyes tenían todo el poder y así como podían sancionar, también levantaban el pulgar para perdonar a algunos condenados.
Hoy, cuando existe en nuestro país, y desde hace ya un buen tiempo, una clara distinción entre los poderes del Estado, siendo estos independientes, un indulto de esta naturaleza representa una invasión a las decisiones que legítimamente y, de acuerdo a sus facultades y atribuciones, han adoptado los jueces.
Y, frente a quienes apelan a la necesidad de disminuir el hacinamiento en las cárceles, la respuesta es clara: el indulto no puede ser utilizado como herramienta o método para enfrentar la crisis carcelaria.
La solución no es liberar a quienes han sido condenados; la delincuencia es un flagelo con múltiples causas y consecuencias, que requieren una política integral, inteligente y asertiva, lo que obviamente no hemos observado, muy por el contrario.
Así las cosas, mala noticia este indulto general, una señal contradictoria y un arma de doble filo. A los delincuentes no se les acabó la fiesta; hoy preparan maletas para volver a sus casas.