Cada cierto tiempo -para muchos chilenos-sea por situaciones absurdas como un homenaje a un torturador como Krassnoff, un juicio eterno por violaciones a los derechos humanos, o simplemente porque algo siempre trae un recuerdo, la población se sensibiliza por las atrocidades que pasaron en el Chile de los 70 y los 80, en el apogeo de la dictadura que más daño le ha causado a nuestra sociedad.
No basta un Informe Rettig o un Informe Valech, no basta que haya familiares buscando a miles de desaparecidos, no es suficiente con los innumerables testimonios y casos, nada hace recordar y hasta parece que todo se olvida, pero, un día aparece un programa de televisión y remueve las vísceras, la sangre hierve pero, nuestro Chile vuelve a olvidar.
Nuestro país tiene una deuda con su futuro y con sus ciudadanos, necesitamos hacer que Chile recupere la memoria –perdida en algún momento de la transición- y entienda que recordar no es volver al pasado, sino aprender primero para encarar el futuro.
Mientras esto no ocurra y la sociedad en su conjunto siga avalando -e incluso votando- a personajes oscuros y siniestros, no podremos construir nuestra historia.
La historia de los pueblos no se entierra, se cultiva. Podrán pasar décadas, pero heridas como un palacio de gobierno en llamas o la represión política oficializada por el Estado seguirán siendo un cáncer en las entrañas de nuestra vida como país hasta que tengamos la fortaleza -y valentía- de reconocer lo que fue innecesario, injustificado y excesivo.
El debate de las ideas es una de las principales herramientas, aprendí a pulso eso, a pesar de haber tenido una familia golpeada por violaciones a los derechos humanos.
Las ideas se debaten -no se aplastan- creo firmemente que cualquier diferencia no debe resolverse atentando contra los valores propios de un país y menos, contra sus ciudadanos.
La democracia es eso y necesitamos hacer que las nuevas generaciones entiendan y valoren esto.
Series de televisión como “Los 80” o “Los archivos del cardenal” ayudan a quienes no vivieron y también a quienes no quisieron ver, a que hoy conozcan la verdad.
Esa otra perspectiva que nunca tuvieron. Ese otro Chile de lo 80, el de los jóvenes detenidos por sospecha, el de los degollados, el de los falsos enfrentamientos, el del toque de queda, el de los allanamientos selectivos, el de los estudiantes quemados, el de la censura por la censura, el del maltrato físico y psicológico y tantas cosas más que solo recién vemos como una historia en la tele.
Es altamente necesario, una obligación que discutamos sobre ello, que hablemos con calma y que expliquemos, a nuestros hijos, cómo y porqué fue posible que Chile llegara a hacerse ese tipo de daño, esas heridas profundas.
Todo los que vimos en estas series de TV se queda corto, todos los documentales que hay sobre la época se quedan cortos, la memoria debe reconstruirse a partir de ello, porque sólo de esa forma podremos darle vida y respeto a las generaciones nuevas.
Jóvenes que no saben de esta historia, que no encuentran el sentido de hablar de ello, son el producto del olvido obligado, de que sistemáticamente se nos obligue a omitir para “dar vuelta la página”, a otra cosa mariposa como dicen algunos.
Sabemos que la realidad supera la ficción y aunque no lo queramos, Chile forjó sus últimos 50 años de historia sobre la base de un guión de terror, cuyo costo por el progreso y el éxito económico incluyó -y validó- abusos, violaciones a los derechos humanos, la pérdida de la democracia y la deconstrucción profunda de la memoria e historia de nuestro país.
Se calcula que más de 3000 agentes de la DINA y la CNI participaron en sus operaciones, hoy, en 2011, solo un puñado de no más de 30 está procesado y pagan con cárcel sus crímenes.
Recuperemos la memoria y hagamos que el peor pasaje en la historia de Chile no se repita nunca más, no porque lo hayamos olvidado, sino porque no permitiremos que vuelva a ocurrir.