A mediados de noviembre de este año, los medios de comunicación mostraron masivamente una serie de atentados realizados en la capital francesa que dejaron un saldo cercano a los 200 muertos, los que fueron precedidos por un ataque en contra de un avión ruso de pasajeros en la península de Sinaí (31 de octubre) y un atentado en Beirut en un barrio habitado principalmente por chiitas (13 de noviembre), todos reivindicados por el Estado Islámico.
Estas acciones terroristas recordaron otras realizadas en capitales europeas, como el 11 de marzo de 2004 en Madrid y el 7 de julio de 2005 en Londres, que se suman a los ya emblemáticos atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington. En la misma capital francesa, en enero de 2015, un atentado tuvo como objetivo el semanario Charlie Hebdo, así como un supermercado de comida kosher.
¿Qué tienen en común estos ataques? Todos ellos provienen de un islamismo sunnita, jihadista y global, que busca enfrentar a Occidente en todos los planos, militar, político, económico, cultural.
Se impone una percepción de choque entre el Islam y Occidente, donde se recuerda el tema de la invasión, con una fuerte concepción de que Estados Unidos es heredero de la política colonialista de Francia y Gran Bretaña en el mundo árabe – musulmán. Todas estas acciones son una reacción a Occidente y también una respuesta a la presencia de Occidente en el mundo árabe.
Se reivindica un enfrentamiento histórico del Islam contra Occidente, que proviene desde el siglo VII, esto es desde la fundación misma del Islam en que éste estuvo en apogeo, alcanzando desde la India hasta la península ibérica. A partir del siglo XV, con el auge de los imperios coloniales europeos, viene un retroceso del Islam que estos movimientos pretender revertir. El islamismo jihadista busca “recuperar” el rol del Islam a nivel mundial, derrotando a Occidente, primero formando un Califato que borre las fronteras impuestas por las potencias coloniales a través de los acuerdos Sykes-Picot (firmados secretamente por Gran Bretaña y Francia), luego expandiendo este Califato al resto del Medio Oriente y del mundo.
¿Cuáles son sus principales enemigos? Occidente, representado por Europa, y su heredero natural, Estados Unidos, encabeza la lista, pero no es el único. Se agregan Rusia y China, los que son visualizados como regímenes eminentemente materialistas, donde impera una modernidad sin Dios; Irán y el islam chiita, los que se oponen al “verdadero Islam” que busca la instauración de una ley religiosa islámica con estricto apego a lo que dice el Corán; Israel, que es considerado como una prolongación de Occidente.
Al mismo tiempo, el ataque contra Occidente tiene un trasfondo importante en una crítica a un sistema que es concebido como eminentemente materialista, consumista y hedonista, que no da cabida a Dios ni a la religión, que promueve la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, el reconocimiento de los derechos de los homosexuales y, por lo tanto, la ruptura de la familia tradicional. El islamismo, en todas sus vertientes, incluido el islamismo jihadista, es una reacción a la ruptura del sistema patriarcal, ruptura promovida por Occidente.
¿Y cuáles son los escenarios alternativos? ¿Es posible derrotar al islamismo jihadista? Existen dos escenarios polares. Uno, más caótico y fragmentado, estaría conformado por una falta de coordinación en el ataque contra el Estado Islámico lo que podría llevar incluso a un enfrentamiento de Rusia con Estados Unidos y sus aliados.
El derribo de un avión ruso por parte de Turquía el 24 de noviembre apoya este escenario, en el cual el Estado Islámico podría fortalecerse, conduciendo incluso a una guerra regional, en donde cada uno de los actores del sistema internacional actuara de manera individual y descoordinada, privilegiando sus propios intereses.
Por otra parte, un escenario multipolar, ordenado e integrado, que implique coordinación y unidad entre todos los actores que enfrentan al Estado Islámico, a través de la conformación de una coalición internacional, que incorpore a Estados Unidos, Europa, Rusia, China, India, Irán, así como otros países musulmanes. Este escenario, que pareciera ser algo más probable después de los atentados en París, exigiría negociar con el presidente sirio, Bashir el Assad, algo a lo cual Estados Unidos y Europa se siguen oponiendo.
No obstante, en contra de los argumentos occidentales, la lección parece ser clara: los grandes líderes del mundo árabe, a pesar de su carácter autoritario y opresor, eran garantía de mayor estabilidad en el Medio Oriente.
La caída de estos líderes, sea Mubarak en Egipto, Sadam Hussein en Irak o Kadafi en Libia, ha llevado a situaciones de mayor caos en un escenario caracterizado por las guerras sectarias y los fuertes enfrentamientos religiosos y políticos.