Me he pasado los últimos veinte años de mi vida -pensar que antes esa era toda mi vida- estudiando las relaciones entre América Latina y Asia, entre otras cosas, para aprender cómo fue que los países del Asia hicieron en 60 años lo que nosotros no logramos en 500.
Ahora, con los beneficios de una carrera académica consolidada, me desplazo por el mundo en congresos y estadías de investigación, procurando aprender y comprender todo esto, para explicarlo a mis estudiantes y a otros que, a través de mis publicaciones, acceden a estos resultados. Publicaciones académicas, cuyo impacto podría reducirse a un puñado de expertos.
De tanto en tanto me cuestiono el alcance de tanta energía y me lanzo a escribir una que otra columna de opinión para conectar este tipo de reflexión, con más análisis diría el Dr. Adalberto Santana de la UNAM, y para un público más amplio (“el mundo real”, que le llaman).
En los últimos días de agosto he permanecido en Corea del Sur, primero en el puerto de Busan y, después, en la capital Seúl, donde me encuentro ahora. Como en otras ocasiones, el viaje se debe a un congreso académico, donde ocurre lo de siempre: encuentro entre viejos y nuevos colegas, organización de mesas de trabajo, circulación de libros, cenas y conversaciones de café, saludos, despedidas y, muy al final, una sensación de que nos reunimos para mirarnos el ombligo.
¿De cuánto le sirve a América Latina tanto esfuerzo y energía bien/mal gastada? Venir a Corea del Sur es una invitación/provocación para enfrentarse a esta pregunta, una cuestión de la que es difícil escapar.
Al término de la última guerra, en 1953, Corea del Sur no tenía universidades y jamás en su historia las había tenido. Hoy, exportan conocimiento e innovación y compiten exitosamente con las empresas tecnológicas más importantes del mundo.
Al concluir el congreso que me llevó a Busan, un foro referido a inversiones coreanas en América Latina y Caribe nos permitió escuchar a altos ejecutivos de empresas coreanas referirse a sus ideas de futuro.
Uno de ellos afirmó que trabajarán para que el puerto de Busan sea el mayor y más importante del mundo (sic). Esta afirmación, que en otro contexto sería un inverosímil eslogan de propaganda política, aquí parece totalmente creíble: el crecimiento económico sostenido, el alto porcentaje del PIB gastado en educación de buena calidad, el compromiso de las familias con la educación (no con el nuevo y más grande led o con el nuevo auto, etc.), el rol fuerte y decisivo del Estado en el proyecto nacional de desarrollo, la vocación por la eficiencia y un largo etc.
Lograron alcanzar el nivel al que toda sociedad debería aspirar, es decir, convertir a los pobres en clase media, transformar a las masas iletradas en educadas y romper las cadenas de la ignorancia, de la arrogante ignorancia, en libertad. Conseguir que los suyos produzcan conocimiento que mejoren el mundo y la vida de los connacionales.
La sociedad coreana, atravesada por variadas tensiones históricas y presentes, demuestra eso, o sea, ser una sociedad libre, próspera y realizada. He visto gente trabajadora, pero, sobre todo, feliz. La gente sonríe, camina suavemente, besa a los niños propios, ve con ternura a los ajenos y se mira directamente a los ojos. Sí, eso que creíamos solo nuestro, tan latino, es universal, sobre todo cuando ya no se lucha desenfrenadamente con el transporte público, con el miedo a perder el empleo y por lograr aquello mínimo para la subsistencia.
Por cierto, no se trata de un mundo ideal. Corea del Sur ha entrado en una fase compleja de acomodo de su modelo de desarrollo, que en varios puntos nos recuerda algo de Chile: los jóvenes resienten estar siempre sometidos a una alta exigencia que no perdona el fracaso y son frecuentes las voces de quienes apelan por relajar un mercado laboral aún muy inclinado a los intereses de las empresas. Esto último, pese al PIB per cápita, que según el Banco Mundial, para el período 2010-2014, fue de 34.620 USD (por paridad del poder adquisitivo).
Asia, pero sobre todo Corea del Sur, tiene una gran lección para América Latina y para Chile.Qué y cómo hacemos para sacar a nuestros pobres de su miseria, a nuestros ignorantes de su soberbia, a nuestros políticos de su miopía, a nuestros intelectuales de su milímetro cuadrado. En último término, cómo hacemos para convertir aquellos sueños de juventud en realidad.