Hace unos meses esbocé, en esta columna, el escenario electoral argentino. Señalamos entonces que el favorito para las primarias era Daniel Scioli, candidato del kirchnerismo, seguido por el alcalde de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri. Planteamos entonces que el fenómeno Massa se había desinflado. No nos equivocamos. Ya con los resultados en mano, Scioli obtuvo un 38,4%, Macri 24,2% y Massa 14,2%.
Con este escenario, el oficialismo quedó muy cerca de un triunfo en primera vuelta. En este sentido, hay tres razones para esperar que, de no mediar un milagro, gane Daniel Scioli: el sistema electoral argentino, la dispersión del voto de la oposición y, además, el sólido respaldo con que cuenta hoy la gestión de Cristina Fernández.
Las presidenciales argentinas tienen diferencias cruciales respecto a las chilenas. Para comenzar, en Argentina las primarias son obligatorias para todos los conglomerados. Ya con los candidatos definidos, gana en primera vuelta el candidato que obtenga el 45% de los votos o, que en su defecto, sobrepase el 40% y tenga una diferencia mayor al 10% respecto a la segunda minoría. De lo contrario habría segunda vuelta. Ballotage. Situación inédita en Argentina.
Con estas condiciones, Scioli está a un 6,5% de ganar en primera vuelta. Un millón de votos. Y en su defecto, mantener diez puntos de diferencia con Mauricio Macri, que en esta elección recién pasada estuvo a catorce puntos. Ambos tienen material para crecer. Pero desde pisos muy diferentes.
Otro punto fundamental, para sumarle posibilidades al oficialismo, es que la oposición va fragmentada en cinco candidaturas a las elecciones de octubre. Recién eran catorce. Sigue, por tanto, el fenómeno de Blanca Nieve y los siete enanitos, como le ha llamado alguien. Es decir, el kirchnerismo como el hecho central de la política argentina contemporánea.
En consecuencia, todos en la oposición desean derrotar al gobierno, pero cada uno a mano propia, celosos de que sea bajo su espada y no otra. Así, ninguno alcanza el 25%. No se baja Macri, el más competitivo. Tampoco Massa. Ya pasó el tiempo de las alianzas posibles. Ahora solo queda esperar un eventual ballotage.
Más allá de las posibilidades de que el kirchnerismo continúe en el poder, al igual que todos los oficialismos que han ido a las urnas en el último tiempo en América Latina, hay sobradas razones para preguntarse por su popularidad después de doce años de gobierno. Este fenómeno sorprende a propios y extraños, especialmente cuando se pensaba que el impacto del caso Nisman sería devastador. Al parecer, la ciudadanía se mueve en otras coordenadas.
En este sentido, históricamente, la economía ha jugado su propia elección en Argentina, marcando el humor social. Hoy, a pesar de los desafíos pendientes y desequilibrios reales, la economía está en buen pie y ligeramente al alza. En consecuencia, un porcentaje considerable de ciudadanos no quiere cambios repentinos, inseguros y poco confiables. Esto lo leen también los candidatos de oposición, apurándose en asegurar que mantendrán algunos hitos de la actual gestión. El cambio justo, le llama Massa.
Por consiguiente, estos casi nueve millones de ciudadanos que han votado al candidato del Gobierno Nacional, valoran las principales políticas implementadas. Entre éstas, la universalización de las jubilaciones, asignaciones por hijo, estabilidad del mercado laboral, paritarias, la recuperación de empresas estratégicas, de gran valoración popular, como Aerolíneas Argentinas, Correo Argentino, YPF, entre otras.
Para finalizar, fuera de los aspectos coyunturales, es importante ponderar esta elección en su justa dimensión. Este será, gane quien gane, el primer traspaso de gobierno en condiciones sociales, económicas y políticas normales. No pasó así en la historia reciente argentina. Décadas marcadas por golpes militares, una guerra, hiperinflación, recesión, la mayor crisis económica de la historia del país, default de la deuda externa, megadevaluación, cinco presidentes en una semana. Ni hablar.
Hoy, con sus más y sus menos, están dadas las condiciones para llevar adelante un proyecto de desarrollo.