El 29 de junio se cumplió un año desde que el Estado Islámico proclamó su califato en los territorios bajo su control en Irak y Siria. Prácticamente en ese mismo momento, la organización liberó traducciones de aquel mensaje al inglés, francés, alemán y ruso, llamando a la obediencia de los musulmanes al autoproclamado líder del Estado Islámico, el califa Abu Bakr al-Baghdadi.
Evidentemente, esto trae un fuerte impacto mediático, buscando atraer a jóvenes musulmanes que habiten en los países de esas lenguas para sumarse a la yihad (concepto muy mal entendido como “guerra santa” contra los “infieles”).
En el transcurso de un año, el Estado Islámico no sólo ha podido resistir con éxito los combates contra las fuerzas iraquíes, sino que además, ha acrecentado su influencia al interior de la comunidad yihadista global, sembrando una verdadera red de apoyos regionales que se reparten desde el Maghreb, la Península Arábiga o el Sudeste Asiático. A su vez, la organización ha podido sortear con éxito desde septiembre del año pasado, las operaciones militares que han sido emprendidas por la coalición internacional, liderada por Estados Unidos y las monarquías del Golfo Pérsico.
A un año de la proclamación del califato, la organización terrorista controla actualmente casi la mitad del territorio sirio y un tercio del iraquí, resultando equivalente a casi la superficie de Italia, o si se prefiere, a un poco menos de la mitad del territorio continental chileno.
Aunque existirán diferencias en función de las fuentes consultadas, las estimaciones hablan de que en Siria, el Estado Islámico ha asesinado a más de 3000 personas, la mayoría de ellas civiles; mientras que en Irak, no existen cifras creíbles, aunque de todas formas, las estimaciones hechas hablan de más de 1700 reclutas chiíes asesinados, mientras que otros miles corresponderían a civiles y minorías étnicas.
La radicalidad del mensaje del Estado Islámico – alimentado por su activa propaganda – ha desatado un renovado interés en la yihad global contra los infieles. Pero esta yihad no opera principalmente “hacia afuera” como lo hizo en algún momento la red Al Qaeda (con Estados Unidos como su principal enemigo), sino que también “hacia dentro”, buscando perseguir activa y radicalmente a las minorías chiíes, yazidíes, cristianas, kurdas e incluso a los sunitas moderados.
En el contexto actual cabe señalar que la coalición internacional creada en la segunda mitad del 2014, aunque representa el único esfuerzo multinacional para combatir al Estado Islámico, no cuenta con una legitimidad suficiente para actuar en contra de la organización.
Se compone principalmente por aliados tradicionales de Occidente, y su apertura a los países del Oriente Medio – tales como Irak o las monarquías árabes – no es suficiente. Irán como potencia regional, quien además comparte más de 1.400 km de frontera con Irak; y Siria como principal país afectado por el avance de los yihadistas, deberían ser considerados en la planificación y ejecución de las acciones militares.
Estos países se han relegado a un papel secundario donde Irán se ve limitado a actuar en forma coordinada con un Irak de gobierno chií y asistiendo al gobierno sirio con la instrucción de los pasdaranes iraníes (Guardianes de la Revolución). Mientras tanto, Siria se limita a ser “avisada” de las acciones militares en su territorio (aunque sin contar con su beneplácito), tal y como se viene realizando desde septiembre del 2014.
De todas formas, cualquier esfuerzo de coordinación más allá del existente en la coalición, contará con una fuerte resistencia de las monarquías árabes, y en particular de Arabia Saudita, quién observará con especial reticencia cualquier emancipación e influencia de Irán en el Oriente Medio. Por esto, el tablero de “ajedrez regional” entre el poder chií y suní, es evidente entre el régimen de Teherán y Riad, lo que deja pocas posibilidades a una ampliación real de la coalición.
A un año del califato proclamado por el Estado Islámico, los países miembros de la coalición internacional deberán sopesar sus estrategias y la composición misma del grupo. Aunque sea cierto que el combate al terrorismo yihadista es una estrategia a largo plazo, Occidente y sus aliados tradicionales deberán estar abiertos a la apertura de otros países en la región, los cuales tienen mucho que aportar en el combate al islamismo radical.