02 may 2015

Los desafíos del acercamiento Irán-Occidente

El próximo 30 de junio será la fecha límite bajo la cual Irán y el Grupo del 5+1 (integrado por los 5 países del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU más Alemania) deberán finiquitar y cerrar el acuerdo marco alcanzado en Lausana, Suiza.

En ese acuerdo se planteó a grandes rasgos que durante el plazo de diez años, Irán tendrá limitada su capacidad de enriquecimiento de uranio y su investigación nuclear; durante quince no construirá nuevas instalaciones y deberá reducir sus reservas de uranio  y durante veinticinco años deberá permitir inspecciones sin restricciones por parte del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) a cambio del levantamiento de las sanciones económicas que pesan sobre Teherán.

Sin embargo, ahora es momento de concretar en un acuerdo, la voluntad expresa de las negociaciones previas. A nuestro entender, las señales actuales indican que se han exagerado los alcances de las negociaciones.

Si bien es tremendamente positivo un acercamiento entre Irán y Occidente, poniendo fin a las hostilidades que desde el 2002 venían manifestándose tras el descubrimiento de instalaciones nucleares secretas (alimentando la tesis de un programa de armas nucleares con una fachada “científica”); y especialmente, tras la llegada a mediados de 2013 del nuevo presidente, Hassan Rohani, se pone fin a una era de abierto enfrentamiento que se mantuvo en la administración de su predecesor, Mahmud Ahmadineyad.

Es por ello, que en el contexto actual, se abriría a juicio de algunos analistas una nueva puerta para las relaciones entre Irán y Occidente. Sumado a lo anterior, aunque resulte cierto el hecho de que en la República Islámica las decisiones finales en materias de política exterior y de defensa siguen recayendo en el Líder Supremo de la Revolución, Alí Jamenei, es indiscutible que el presidente puede ejercer – y de facto lo ha hecho – una influencia ante el Líder Supremo en algunas cuestiones de política exterior.

Como señalábamos, se han exagerado los alcances de las negociaciones. En las ciudades iraníes como Teherán, muchos ciudadanos salían a las calles para expresar su satisfacción ante la nueva era de relaciones de su país con las potencias de Occidente. En los círculos diplomáticos, los apretones de manos se hicieron una constante. Sin embargo, se debe mantener cautela, porque aun quedan al menos cuatro desafíos, no necesariamente relacionados con el trasfondo de las negociaciones en Lausana, pero que indudablemente pueden minar un acuerdo final de cara al 30 de junio.

El primero, es el rol de las potencias regionales en Oriente Medio. Arabia Saudita e Israel ven con resquemor este acercamiento con Irán, por lo que ante círculos diplomáticos y la opinión pública, han hecho ver su preocupación ante esta fase de aproximación. En el caso de Israel, incluso el Primer Ministro, Benjamín Netanyahu manifestó su intención de “matar el mal acuerdo” que representarían las negociaciones de Lausana. Los antagonismos históricos que tienen Irán con Israel y Arabia Saudita, así como la influencia que estos dos países harían pesar ante sus aliados de Occidente, podrían trabar un acuerdo posterior en junio. Es por ello, que el Grupo 5+1 debe ser especialmente persuasivo en sus convicciones de que el acuerdo final será beneficioso para toda la región de Oriente Medio.

El segundo, es la situación en Yemen. Relacionado con el primer punto, los hechos en Yemen enfrentan indirectamente a Irán con Arabia Saudita, y el apoyo que estos regímenes prestan a sus aliados en aquel país.

El envío hace unos días de dos buques de guerra iraníes al estrecho de Bab el-Mandeb (un enclave estratégico para el comercio mercante) es interpretado por Riad como un apoyo explícito de los iraníes a los rebeldes hutíes, lo que les permitiría fortalecer su posición ante los bombardeos aéreos de la coalición árabe. Estados Unidos ha apoyado a esta coalición en sus acciones militares en Yemen, lo que dependiendo de la evolución de los acontecimientos, podría distanciar algún esfuerzo de acercamiento entre Washington y Teherán.

El tercero, es la estabilidad de las relaciones irano-estadounidenses. Marcadas históricamente por una desconfianza mutua, en días recientes la captura a manos de la Guardia Revolucionaria del buque con el pabellón de Islas Marshall (un Estado soberano, pero asociado a EEUU) que transitaba por el Estrecho de Ormuz, ha vuelto a sembrar dudas sobre si la asociación entre Washington y Teherán será sostenible en el tiempo.

Aunque Irán afirmaba que el buque tenía problemas monetarios pendientes con las autoridades portuarias iraníes, Estados Unidos desde ahora “acompañará” los buques mercantes de pabellón estadounidense o de sus aliados que transiten por las aguas del Golfo Pérsico. Las demostraciones de fuerza no son un buen indicador si se quieren recomponer las confianzas mutuas en un contexto de negociaciones diplomáticas.

Finalmente, el cuarto punto es el rol que Obama deberá sortear para convencer al frente político interno, y especialmente al interior del Congreso dominado por los republicanos de que un acuerdo con Irán será provechoso para la política exterior estadounidense.

Este punto será especialmente conflictivo en la correlación de fuerzas políticas entre republicanos y demócratas. El Senador republicano, John McCain había amenazado en marzo con bloquear en la Cámara Alta un eventual acuerdo nuclear con Irán, así como con entorpecer el levantamiento de sanciones económicas que recaen en la castigada economía iraní. Y aunque en enero de este año, los republicanos prometieron “moderación” en su relación con Obama y los miembros del Partido Demócrata, sus constantes divergencias en materia de política exterior los ha llevado a constantes desencuentros, donde la relación con Irán resulta un caso emblemático.

Es por lo anterior que no debemos exagerar ni adelantarnos en celebrar acuerdos no concretados. Contrario a quienes piensan que es posible “encapsular” asuntos como los de Irán a los meros resultados de las negociaciones en Lausana, lo cierto es que los temas de política exterior, no sólo están afectados por temas de política interna, sino que también por la situación estratégica y regional de los países interesados en su concreción.

Los temas aquí expuestos podrían jugar un rol mucho más influyente que los acuerdos que se alcanzaron en Suiza. A nuestro parecer, el cómo se desarrollen de aquí a junio, indudablemente podría afectar el resultado y el grado del acuerdo que se concrete.

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