La crisis política que atraviesa Chile no es una singularidad cuando se mira el escenario latinoamericano. Las democracias del cono sur se ven enfrentadas a uno de los momentos más complejos de legitimidad y consistencia desde el repliegue de las dictaduras militares a finales del siglo XX.
Sin hacer un catálogo exhaustivo, América, la de José Martí, desde el Río Bravo hasta la Patagonia, ingresó al siglo XXI marcada por la insuficiencia del proyecto liberal para establecer una comunidad política de bienestar y crecimiento con justicia social.
Caval, Penta y SQM han provocado la “caída” no solo de la Presidenta Bachelet, sino de la legitimidad, aprobación y adhesión al sistema político en su conjunto. Las encuestas, como los instrumentos sismográficos miden y dan cuenta de la magnitud del desastre.
Venezuela se encuentra tensionada no solo en su política interna, sino que además la presión internacional no da espacio para una resolución pacífica e institucional del conflicto.
En Perú, la salida de la primera ministra revive los días escabrosos de la administración Fujimori-Montesinos, en los que la gestión de la administración pública se utiliza para beneficios particulares.
Argentina, desde la primavera alfonsinista de mediados de los 80’ se ha mantenido en una espiral de corrupción y gestión ineficiente de los asuntos públicos, cuyo clímax fue la época de Menem y el corralito de 2001, después de los cuales la política económica argentina se ha mantenido en la cuerda floja. La crisis de la deuda es un foco expansivo que no ha dejado de pender sobre sus países vecinos.
Lo de Brasil no solo cobra importancia por el peso de éste en la economía mundial, sino porque el escándalo Petrobras coincide con una política de ajuste que afecta directamente a las personas y por cierto, a las más pobres, que representan cerca de 18% del total de la población.
México es el ejemplo más doloroso de ineficacia de la comunidad política para establecer un estado de derecho basado en el respeto fundamental a los derechos inherentes a la persona humana. Las tasas de homicidio, secuestros y desapariciones forzadas que enfrenta Centroamérica impactan sobre la conciencia de todos los países occidentales.
Por su parte, Estados Unidos debe enfrentar por sí mismo la violencia social: criminalización de la pobreza, exclusión de los migrantes, desempleo y el resurgimiento del conflicto racial.
El temor a la “mexicanización de Argentina,” a la que hizo referencia el Papa Francisco, es una señal de que el sistema político implantado en América Latina ha colapsado y que es hora de reconocer que la falla cruza el continente de norte a sur.
La Democracia, tal como está entendida desde el fin de la Guerra Fría, sucumbe como un muro pesado ante el avance de la corrupción, la desigualdad en la distribución de la riqueza socialmente generada y la violencia social en sus más variadas formas.
La crisis de legitimidad no es una situación particular de cada uno de los Estados que integran el continente. Parece nacer del corazón mismo de un proyecto fatigado en el que los negocios se apropiaron de la utopía política y los intereses de los privados se imponen por sobre las necesidades y anhelos de la comunidad.
Es impostergable mirar el continente para salir de la trampa bipolar en la que han quedado sumergidos los movimientos sociales y los partidos políticos de cada uno de nuestros países, en una ida y vuelta entre “azules” y “colorados” que se perpetúan en los gobiernos en un equilibro cerrado por sistemas políticos limitadores de la diversidad ideológica y cultural que caracteriza nuestra época, en la que la ciudadanía interviene en la escena sin vocerías intermedias a través de las redes sociales, y genera nuevas formas de participación y articulación política en la plaza pública.
Se les exige a estas democracias ser legítimas en sus orígenes (demandándose un nuevo pacto constituyente), transparentes, con economías fundadas en la cooperación y en la justa distribución de los riesgos y de las oportunidades, amparadas en uno de los más altos aportes del continente a la historia de las ideas en occidente, como es la teología de la liberación y con un soporte ético-jurídico en el respeto de los Derechos Humanos.
Si hasta la época dorada de Reagan y sus estertores en la administración Busch, América Latina fue tan sólo el patio trasero de Estados Unidos, hoy su impacto, en la construcción de un nuevo modelo de democracia para el siglo XXI se vuelve la urgente e ineludible tarea en la agenda de los pueblos y sus organizaciones.