Entre el martes y el miércoles recién pasados, fue vertiginoso el ajetreo en un triángulo formado en La Habana entre el Palacio de la Revolución, en la avenida Rancho Boyeros, el ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX) en El Vedado y la Oficina de Intereses de Estados Unidos en Cuba, frente al malecón habanero. En tanto en Washington, se trabajaba a toda prisa en las oficinas del Departamento de Estado y en la Casa Blanca.
Era la primera vez en medio siglo que altos funcionarios de Cuba y Estados Unidos, hablando en español e inglés, organizaban de manera conjunta una operación diplomática y política de envergadura.
Se trataba de concretar la liberación/intercambio de presos en ambos territorios, todos vinculados a casos de Inteligencia, efectuar el ajuste técnico y de horario para una conversación telefónica entre los presidentes Raúl Castro y Barack Obama, definir anuncios como la reanudación de relaciones diplomáticas (hoy existen a nivel de Oficinas de Intereses de cada país) y materializar intervenciones de ambos jefes de Estado ante medios de comunicación.
Todo culminó en lo que el mundo supo el miércoles 17 de diciembre. Tres ciudadanos cubanos que realizaron acciones antiterroristas en Miami, que llevaban 17 años presos en Estados Unidos acusados de espionaje, fueron devueltos a Cuba. Un ciudadano estadounidense y otro cubano, condenados y encarcelados en territorio isleño por actividades de Inteligencia y tendientes a desestabilizar al régimen socialista, partieron hacia Estados Unidos.
Castro y Obama anunciaron que se abrían las puertas a plenas relaciones diplomáticas. Y se extenderían acuerdos en ámbitos comerciales, financieros, científicos, migratorios, salud y lucha antidrogas.
La operación de La Habana y Washington, más allá de las persistentes miradas conservadoras encapsuladas en el marco de la Guerra Fría y tesis derechistas con “enfoques anticuados” como lo definió el Presidente estadounidense, significó el final de una política anquilosada, inútil, agresiva y hostil.
Ahora la relación cubano/estadounidense se instala en el diálogo, la diplomacia abierta, el derecho internacional y respeto a las soberanías, la tolerancia y el ceder, la colaboración y los acuerdos que contribuyen a ambos pueblos. La definición del nuevo tiempo entre la isla y la potencia, la definió Raúl Castro: “Debemos aprender el arte de convivir, de forma civilizada, con nuestras diferencias”.
Fue la respuesta contemporánea a un tema antiguo.
Por eso llamó la atención que en Chile se produjeran declaraciones y comentarios periodísticos en una insistente línea mediática agotada, anquilosada e inoperante que parece más dar cuenta de consignas del pasado que de procesos vivos del presente. Dichos de personeros de la derecha y conservadores, aparecieron alineados con segmentos de los republicanos estadounidenses y los anticomunistas de Miami.
Como sea, es un tema que no termina. Después de esta operación, que fue el colofón de 18 meses de tratativas confidenciales, algunas realizadas en Ottawa (Canadá) y en Roma (Vaticano), viene una posible visita del Secretario de Estado estadounidense, John Kerry, a La Habana, la Cumbre de las Américas en Panamá, donde por primera vez llegará Cuba (antes, vetada por EE.UU.), probablemente representada por Raúl Castro o el Primer vicepresidente, Mario Díaz-Canel, y las negociaciones de equipos de ambos países para ir concretando los pasos de reanimación diplomática, extensión comercial, condiciones migratorias, entre otros ámbitos.
En ese proceso chocarán, probablemente, dos posiciones ya establecidas ante este proceso. Quienes respaldan las acciones y los argumentos de Castro y Obama de actualizar los vínculos dando cuenta de una diplomacia desprejuiciada, contemporánea, constructiva, creativa y dinámica, y quienes se opondrán insistiendo en posturas conservadoras, rígidas, estructuradas, estáticas y repetitivas, que son las que se mantuvieron en las últimas décadas.
De alguna manera, en todo esto no sólo estará a prueba la audacia y las convicciones de los gobiernos cubano y estadounidense, sino también la tesis de que en América Latina se pueden alcanzar logros en las relaciones bilaterales con flexibilidad, diálogo, propuestas certeras y espacios para ceder.