España despidió masiva y dramáticamente a uno de los personajes más estrambóticamente nobles de la aristocracia española, María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, más conocida como la Duquesa de Alba. Dueña, al margen de su enorme fortuna estimada según Forbes por encima de los 3.000 millones de euros, de 46 títulos nobiliarios, 14 de ellos como Grandeza de España, 18 marquesados, 20 condados, cinco ducados, un condado-ducado y un vizcondado, que la convirtieron por décadas en una de las más potentadas y linajudas aristócratas de la rancia nobleza europea y española con largueza. Según el libro de record Guinness posee más títulos que ningún noble del mundo.
En efecto, especialmente millares de compungidos sevillanos aguardaron por horas el poder desfilar ante sus maltrechos y desgastados despojos. Entre los presente se dieron cita, además, dirigentes políticos –de todos los colores-, personeros de gobierno y de la Casa Real. La “casta” en pleno como dirían los de Podemos, la nueva organización política que tiene literalmente patas arriba el tablero político en este país; y la crème de la crème del establishment y la farándula españolista, léase empresarios, modelos, artistas, modistos y toreros.
Todos, cual más y cual menos, no trepidaron en destacar ante los numerosos medios de comunicación tradicionales apostados en el Palacio de las Dueñas, donde vivió y murió la susodicha, su cúmulo de virtudes y los más excelsos y nobles –nunca mejor dicho- de sus atributos: mujer tan valiente y adelantada a su tiempo como trasgresora y bondadosa, noble de herencia y de corazón, “noble en la generosidad y en el servicio a los más necesitados”, etc.
No obstante, a decir verdad la “duquesa del pueblo”, como no pocos la llamaron ayer haciendo un claro parangón con la desaparecida princesa Lady Di, era dueña de un rostro bastante menos agraciado aún que el que exhibió en sus últimos años de vida, y fueron contados con los dedos de las manos las voces disidentes que destacaron el eventual hándicap de la afamaba e idolatrada difunta “Grande de España”.
Doña Cayetana, como le gustaba ser llamada, era dueña de una enorme fortuna y una de las más grandes terratenientes de esta parte del mundo y de España, también con largueza.
Dueña de unas vastas 40 mil hectáreas (unos 340 kilómetros cuadrados), no por nada se ha dicho que “podría cruzar la península de norte a sur sin abandonar sus fincas”, mayoritariamente ubicadas en Andalucía, una de las zonas más deprimidas y atrasadas de este país de trabajadores y temporeros agrícolas con tasas de paro que rondan el 40%. Pobreza extrema, qué duda cabe, encuentra en una de sus causas fundamentales el latifundio.
Una fortuna que, dicho sea de paso, se ve incalculablemente incrementada con varios majestuosos palacetes y antiguos castillos (19) repartidos por el todo el territorio español, a la par de una de las mejores colecciones de arte del mundo, entre la que cabe destacar obras de los más grandes pintores de la plástica universal (Goya, Miró, Picasso, etc.), el primer mapa de América dibujado por Colón en uno de sus viajes junto a otros 21 documentos firmados por el navegante genovés, además de la primera edición de “El Quijote” y la primera biblia escrita en castellano. Todo lo cual está valorado sobre 80 millones de euros.
Pero se trata de una fortuna tan enorme como fraudulenta que está escandalosamente amañada y subvencionada (la mayoría de los hijos y nietos de la duquesa residen en Madrid donde el Impuesto de Sucesiones y Donaciones está bonificado al 99%) y en un 90% exenta de impuestos (entre los 2.065 y los 2.875 millones de euros). Dicho de otro modo, doña Cayetana, la “Duquesa del pueblo” y su prole, al menos, defraudan al fisco en cerca de 70 millones de euros anuales.
El expediente empleado para dicho cometido básicamente consiste en la triquiñuela de haber cedido todos sus bienes –prácticamente no tiene nada a su nombre- a una fundación “sin fines de lucro” pero cuyo control absoluto recae, precisamente, en la Casa de Alba.
Y, por si fuera poco, para colmo del escándalo, en lo que respecta a su enorme latifundio, al margen de la restitución de tierras (afectas a la reforma agraria republicana) de que fue objeto por parte de la dictadura franquista con todo tipo de represaliados mediante, cuenta no solo con ayudas agrarias por parte de fondos europeos (unos tres millones de euros anuales recibidos en función de la cantidad de hectáreas, no de la producción) y con otras ayudas anuales por parte de la Comunidad Autonómica de Andalucía.
Por último, solo nos resta decir que un deceso como este ha dejado en evidencia una par de cuestiones un tanto obvias y algunas de las (reverendas) taras –aunque no exclusivamente- de este país, a saber, la enorme veneración por la sangre azul y aquello que prácticamente en estas tierras no existe finado malo; a la par que parece cobrar sentido, una vez más, aquella frase atribuida a Balzac que señala que “detrás de cada gran fortuna hay un crimen”, de ahí el “terror rojo” de los poderosos, dirá Chomsky.