Se han conmemorado 25 años de la caída del Muro de Berlín que dio paso a la reunificación de Alemania y marcó el término definitivo del socialismo burocrático-autoritario en Europa.
El llamado campo socialista fue producto de la derrota del nazismo y la ocupación de Europa central por parte del Ejército Soviético que instaló regímenes de coalición antifascista que velozmente evolucionaron hacia sistemas de partido único, leales a la Unión Soviética.
El “socialismo real”, la “democracia popular” o la “dictadura del proletariado”, se caracterizaba por un dominio completo de la vida social por parte del partido único o del aparato de la policía política. Los funcionarios del partido no sólo imponían su ideología y sus valores al resto de la sociedad sino que podían decidir dónde podrías trabajar, estudiar o vivir.
En los países socialistas en general, pero en Alemania en particular, se impuso un sistema de espionaje y delación masivo que convierte a cualquiera en un posible colaborador de la policía y por lo tanto contamina y envenena las relaciones interpersonales, que ya no pueden estar basadas en la confianza de unos con otros. La película “La vida de los otros” ilustró esas consecuencias.
Como lo destacó lúcidamente Milan Kundera en varias de sus novelas, pero especialmente en La vida está en otra parte, estos regímenes que decían querer inculcar virtudes y valores morales para crear un “hombre nuevo”, producían en realidad un efecto paradojal, una actitud cínica por parte de los ciudadanos y la nomenclatura: los ciudadanos debían decir compartir las bellas palabras y aspiraciones de la burocracia, mientras esta sabía que las palabras ocultaban exactamente su significado contrario.
La rebelión húngara en 1956, la primavera de Praga en 1968, el Movimiento Solidaridad en Polonia en los años 80, los movimientos de intelectuales disidentes en Rusia fueron los síntomas que anunciaron que la utopía comunista no estaba funcionando o al menos no era lo que los pueblos ni la clase obrera deseaban.
A ello se agregó el sorprendente desarrollo de las fuerzas productivas en occidente, que desmentía la teoría revolucionaria y fue dejando al campo socialista estancado, muy por detrás del capitalismo. Mikhaill Gorbachov, consciente de la crisis de los socialismos reales, inauguró la Perestroika y la Glásnot, abriendo las puertas para que la sociedad impusiera un cambio que no tardaría en producirse y una de cuyas consecuencias fue justamente la caída del Muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética.
Muchos compatriotas estuvieron detrás del muro. Tienen razones para estar agradecidos pues la RDA y la URSS salvaron muchas vidas de chilenos y chilenas perseguidos por Pinochet. Un cierto sentido de agradecimiento –el mismo que llevó a brindar asilo a la pareja Honecker- ha impuesto el silencio de muchos sobre las condiciones de vida de los ciudadanos de los países del socialismo real.
No obstante, la coincidencia del término de la dictadura en Chile con la caída del Muro de Berlín permite, una vez superada la guerra fría, asumir con total decisión el compromiso con la democracia, la libertad y la vigencia de los derechos humanos.