El pasado 1 de noviembre asumió en Europa la nueva Comisión Europea -una suerte de “poder ejecutivo” de los 28 Estados miembros- la que se enfrentará a una serie de desafíos inmediatos, nada fáciles de afrontar.
Desde un comienzo la elección de esta nueva Comisión implicó cambios importantes, tanto en su generación como en su concepción como una de las principales instituciones de la UE.
Primero fue el “gallito” que se vivió en la denominación de su Presidente, el luxemburgués Jean Claude Juncker (conservador). Algunos Jefes de Gobierno y de Estado de la UE no veían con buenos ojos su designación y no solo fue el británico David Cameron -que se opuso hasta el final- sino también fue Angela Merkel quien tenía reparos, pese a que Juncker es de su misma línea política.
El acuerdo final fue cumplir con el pacto tácito de interpretar el Tratado de Lisboa en el sentido de nombrar a aquél que representara a la coalición mayoritaria del Parlamento Europeo.
De hecho, ante los resultados de las elecciones europeas, que dieron un avance a fuerzas euroescépticas y eurófobas, se formó una gran coalición entre Socialdemócratas, Conservadores y Liberales para imponer el nombre del Presidente de la Comisión Europea y, de paso, de los 28 Comisarios/as, los que fueron sometidos a un voto de confianza del Parlamento Europeo luego de haberlos entrevistados individualmente en sesiones que incluso se podían seguir en directo por Internet.
Con una nueva estructura, un perfil más político que su antecesora -que fue calificada de excesivamente eurotecnócrata y sometida al Consejo Europeo (en especial a la opinión de Merkel)- y con la presión de la coyuntura, Jean Claude Juncker y la Comisión deberá actuar en un escenario que continúa siendo muy complicado y en el cual su rol es fundamental.
En lo inmediato, la situación económica no mejora. Al alto índice de desempleo en varios países, la falta de crecimiento, el riesgo de deflación, el aumento de la desconfianza en las instituciones por parte de la ciudadanía, la pérdida de empatía y cercanía, se suma la amenaza de populismos nacionalistas xenófobos tanto desde la extrema derecha como extrema izquierda. E incluso, fuerzas moderadas de centro se están viendo tentadas o presionadas a seguir políticas a nivel nacional que atentan contra consensos y valores europeos que forman parte de su propio “acervo comunitario”.
La discusión entre estímulo al crecimiento/medidas de austeridad sigue en el debate europeo.Ante este binomio parece que Jean Claude Juncker, ex Primer Ministro de Luxemburgo y ex Presidente del Eurogrupo, por tanto muy conocedor de los vaivenes de Bruselas, quiere tener un rol más activo que su antecesor,el portugués José Durao Barroso. Ya anunció un programa de inversiones de 300 mil millones de cuyos detalles se comprometió a informar antes de Navidad.
También ha dado señales de mayor flexibilidad con países que se ven en dificultades para cumplir con sus obligaciones de déficit (especialmente nos referimos a Francia e Italia), lo que no gusta a los defensores de mayor austeridad y control del gasto público (que provienen principalmente del norte, Alemania a la cabeza).
Pero no será fácil enfrentar los desafíos económicos actuales cuando los políticos no son menos.Luego de anunciar un gran acuerdo de los 28 sobre energía y cambio climático, un round mediático con el Primer Ministro británico David Cameron se vivió a la salida del último Consejo Europeo celebrado en Bruselas el pasado 23 y 24 de octubre.
Reino Unido rechaza pagar 2.100 millones de euros al presupuesto europeo que derivan de la aplicación de ajustes a la determinación del PIB. Para comprender lo que ocurre es necesario explicar que el presupuesto con el que funciona la UE deriva en gran parte de los aportes que cada Estado miembro realiza (el que en total no alcanza al 1% del total del PIB de los países, lo que es bastante bajo si se piensa en todas las materias que debe abordar). Esto se determina en base a un porcentaje del PIB de cada país.
Como aplicación de un acuerdo de todos los Estados, se incluyó por primera vez en esta determinación el ingreso que los Estados tienen por la investigación e innovación, drogas y prostitución. En base a este nuevo cálculo, el Reino Unido, al igual que otros Estados, deberá pagar un suplemento a su contribución anual.
Más en clave interna que europea, Cameron dio una conferencia de prensa a la salida del Consejo en que rechazó terminantemente pagar este suplemento (del cual tiene plazo hasta el 1 de diciembre). Presionado por las elecciones del próximo año en que se juega su puesto de Primer Ministro y ante el avance del UKIP, Partido por la Independencia del Reino Unido, reconocido eurófobo y que ha hecho de sus ataques a la integración europea uno de sus comodines ante el electorado, Cameron calificó de inaceptable la situación.
Más allá de lo teatral de la respuesta de Cameron –con varios golpes al atril en que se sostenían los micrófono de la prensa- es claro que la relación entre UK y la UE será un tema que continuará tensionando las relaciones entre las partes, más aun cuando el mismo David Cameron abrió el debate al anunciar hace un tiempo que, de ganar en las elecciones de 2015 y renegociar con la UE las competencias de su país en el club comunitario, llamaría a un referéndum en 2017 para que los ciudadanos se puedan pronunciar sobre la continuidad en la UE.
Una salida de UK de la UE –a la que pertenece desde 1973- sería terremoto para ambas partes de consecuencias insospechadas para el propio proceso de integración.
En política exterior, la relación con Rusia y el conflicto en Ucrania será indudablemente el desafío más importante para la Comisión de Juncker.
En una entrevista dada apenas asumida, la Alta Representante de la UE en política exterior, la italiana Federica Mogherini, así lo reconocía. A esta tensión, se une la Guerra declarada contra ISIS, la posición y rol de la UE en el conflicto entre Israel y Palestina, la cual hoy es más necesaria ante la posición adoptada por Suecia de reconocer al Estado palestino y las resoluciones de los Parlamentos del Reino Unido y del Senado irlandés que instan a sus gobierno en la misma dirección.
En tono dramático el mismo Jean Claude Juncker dijo que esta es la Comisión “de la última oportunidad”, poniendo en juego todo su capital político en su mandato de 5 años. Un rol más activo e independiente de la Comisión seguramente no será siempre del gusto del Consejo Europeo pero las tensiones entre instituciones de la UE –Consejo, Comisión y Parlamento- no son nuevas en la historia de la integración y son parte del juego político del que se han dotado.
Algunos desconfían de una Comisión que opere más como un Gobierno político dentro de un sistema parlamentario, del que la UE no es 100% fiel al modelo. Otros, en cambio, esperan justamente ver un Ejecutivo con voz propia y con un sello más político ante los desafíos indudables a los que se enfrenta. Juncker dispone de 5 años para marcar su impronta y el tiempo ya empezó a correr.
No sé si será la Comisión de la última oportunidad pero lo que es cierto es que el escenario en Europa es complejo y necesita de acciones más potentes para superar la crisis antes que ésta se lleve por delante lo construido en más de 60 años de integración y se corra el riesgo que vuelvan los fantasmas del pasado con los que la unidad en Europa quiso justamente acabar.