Fuerte se sintió la expresión de alivio de muchos luego de conocerse los resultados del referéndum en Escocia. De Londres a Roma, pasando sobre todo por Madrid y Bruselas. Un 55% de escoceses se pronunciaron contra la separación del Reino Unido.
Si hubo una “mayoría silenciosa” que no se expresó en la campaña o ganó el temor ante la incertidumbre que planteaba la independencia –en especial en cuanto al uso de la moneda, la pertenencia a la UE o la real capacidad económica para mantener un sistema social propio- o si se estimó que la oferta final de los tres grandes líderes de los partidos británicos de mayores poderes era suficiente, es difícil decirlo. Los datos duros arrojan que –hoy- una mayoría estimó que su pertenencia a UK era el mejor camino.
Confirmando lo que algunos estudios ya mostraban, existe una gran parte de la población de Escocia que estima que no existe incompatibilidad entre sentirse “escocés”, “británico” e incluso “europeo”. Son lealtades que, lejos de excluirse, se complementan y que pueden vivirse sin grandes problemas en un Estado multinacional.
Sin embargo, es cierto también que un 45%, pese a las amenazas de todos los males del mundo, votó por la independencia, lo que constituye en si un triunfo para el Partido Nacionalista Escocés (PNE) y su líder Alex Salmond.
Antes que aparecieran un par de encuestas que daban por triunfadora a la opción SI, los nacionalistas estimaban que llegar a un 40% les daba un excelente piso para negociar la concesión de más competencias por parte de Londres, por lo que este 45% superó las expectativas más optimistas de la campaña. Lo que pasa es que esos sondeos que daban por ganador al SI elevaron las expectativas pero el análisis se debe hacer con una perspectiva de más largo plazo.
El PNE se creó en 1935 y no ha sido sino hasta la década del 2000 que su peso ha aumentado, llegando a ganar las elecciones al Parlamento escocés en 2007 (sin mayoría absoluta). Es en el año 2011 en que sí logran dicha mayoría y quedan en un muy buen pie para forzar una negociación con David Cameron que da lugar al referéndum de este año.
Calificado de nacionalista “gradualista”, Salmond ha seguido una estrategia que ha ido avanzando por etapas, sabiendo que el calificarse de nacionalista no necesariamente implica ser independentista.
Este 45%, más el hecho que entre los jóvenes la opción por el SI fue la preferencia, hacen pensar que el “sueño por la independencia” no ha muerto y que, a diferencia de lo que señaló David Cameron, no será una generación la que esperará seguir avanzando. Es más, mucho dependerá del cumplimiento por Westminster de las promesas hechas a los escoceses y de la fuerza de la movilización que ha continuado. Que un 85% haya votado –en día laboral y con voto voluntario- y que todos los partidos hayan aumentado el número de sus adherentes, muestra que la Política (ésa con mayúscula), encendió los espíritus en Escocia.
Obviamente, para los partidos independentistas de otros países que observaban con atención lo que ocurría en Escocia, el rechazo a la separación fue una desilusión.Otro sería el debate si el resultado hubiese sido diferente.
Bélgica es uno de los Estados europeos que cuenta con un partido nacionalista fuerte (N-VA). Sin embargo, no más de un 15% a un 20% de los flamencos quieren la independencia. Sí han presionado por el traspaso paulatino de competencias desde el nivel federal al nivel federado. De un Estado unitario, este país ha ido mutando desde los años ’90 hacia una federación, con poderes cada vez más descentralizados.Las divisiones lingüísticas en este país son muy fuertes y se expresan hasta en los más insólitos temas.
La N-VA (partido flamenco que ha sido el más votado en las últimas elecciones federales) ha optado por una estrategia distinta a la de otros partidos nacionalistas como el escocés o el catalán. No han planteado la idea de referéndum –porque el apoyo es bajo- pero sí un “vaciamiento” del Estado federal en beneficio de las Comunidades que conforman Bélgica. Hoy hablan de avanzar a una “confederación”, claro que sin dejar en el mediano o largo plazo la idea de la independencia.
Por primera vez, este partido nacionalista flamenco formará parte del gobierno federal belga.Junto a dos partidos flamencos de derecha más un solo partido francófono (el MR, que representa a solo el 25% de los francófonos del país), esta coalición –denominada primero “kamikaze”, por el riesgo de hacer explosionar el país, y luego “sueca”, por los colores de los partidos que la conforman- tiene el desafío de mantener los difíciles equilibrios en un país siempre bajo tensión. La duda es su viabilidad en el tiempo y el riesgo que la N-VA, desde dentro esta vez, continúe su camino a la separación del país.
Distinto es lo que se está viviendo en Cataluña. Hoy la Generalitat –ejecutivo de la Comunidad Autónoma- y los partidos que la apoyan, están enfrentados peligrosamente al gobierno central de Madrid. El llamado a una consulta para el 9 de noviembre con la finalidad que los catalanes se pronuncien sobre si desean que Cataluña sea un Estado y, en ese evento, si quieren que sea un Estado independiente (son dos preguntas, no una como en el caso escocés), tiene en alta tensión las relaciones al interior del país.
Cataluña no es Escocia ni España es Reino Unido. Cada uno de ellos, como Estados soberanos que son, se ha dado sus propias reglas jurídicas y políticas y los casos no son homologables.
El gobierno español invoca la Constitución como límite a la iniciativa soberanista de Cataluña –limitación con la que no contaba Reino Unido- y el Tribunal Constitucional ha paralizado el proceso catalán mientras se pronuncia sobre el fondo. Sin embargo, más allá de las razones jurídicas –que existen-, lo claro es que en España la cuestión no se restringe solo a sus aspectos jurídicos y un diálogo político se está cada día haciendo más urgente. Para lograr ese diálogo y que éste sea fructífero, se requiere de la disposición de todas las partes, lo que en estos momentos se observa ausente, polarizando más la convivencia, tanto al interior de Cataluña como de la propia España.
En tiempos de crisis económica como la que Europa vive desde hace más de 8 años y que no ve luces reales de salida, estos temas se intensifican y las tentaciones separatistas encuentran mayor apoyo. Cataluña estima que aporta más a España de lo que recibe de éste –lo que es discutido por Madrid-; Escocia cree que lo que aporta, en especial en petróleo, es más de lo que recibe de Londres –lo que pone en duda este último-; y Flandes se queja de mantener una Valonia en problemas, olvidando que en tiempos pasados fue a la inversa. Estos casos son solo signos de las consecuencias de un mundo en mutación y sometido a fuertes pruebas producto de la profunda crisis.
Así, si bien las fuerzas independentistas siguen siendo minoritarias en el continente, ellas han ido aumentando en su apoyo. Este mayor apoyo no siempre se funda en sentimientos identitarios y las estrategias adoptadas por los partidos varían de un caso a otro.
Aun cuando el “uff” se sintió con fuerza en muchas capitales –sobre todo en Bruselas, capital de la UE y de Bélgica- debería ser una alerta para los gobiernos y las élites políticas. Son muchos los signos del malestar de la población por una situación de crisis que se prolonga y que se está expresando en varias vías. La “grogne” como le llaman los franceses, el malestar o indignación se siente en Europa.
Los nacionalismos extremos y excluyentes, el populismo, la xenofobia, el debilitamiento de la solidaridad que ha basado la convivencia de las sociedades luego de las guerras mundiales (solidaridad tanto al interior de los Estados como entre Estados en la misma UE) son llamados de atención que no deben ser indiferentes a nadie.
¿Y Europa cómo reacciona?