Una coalición de 40 países anunció, con bombos y platillos, que luchará contra el temido Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS, en inglés). De confirmarse las informaciones, veremos, nuevamente, a Estados Unidos y Francia, entre otros, metiendo sus narices (y mucho más que eso) en una complicada zona como Medio Oriente.
A priori, se puede inferir que esta iniciativa podría estar condenada al fracaso. Esto último, por razones evidentes. Primero, se tratará de un esquema ya repetido y que, en los últimos casos, no dio resultados. Es cosa de ver lo que ha acontecido, por dar algunos ejemplos, en Libia, Siria y el mismo Irak.
Segundo, el tiempo se ha encargado de confirmar que el mal llamado “mundo árabe” –concepto bastante general y que olvida las particularidades étnicas de cada país- suele ser, debido a sus notables desuniones, incapaz de ir más allá de la superficie.
Tercero, se intentará apagar el fuego con bencina. Cuarto, queda la impresión que los gobiernos involucrados no tienen una clara idea sobre quién es su rival. Quinto, el campo de acción de ISIS también se estaría expandiendo a otras zonas y a través de alianzas con células terroristas que operan, de forma independiente o conectadas entre sí, en el Magreb.
Así, y ad portas de una nueva intervención militar, que seguramente se materializará con ataques aéreos (para así evitar bajas en el terreno) y con más destrucción, cabe poner énfasis en los últimos fracasos de las propuestas hechas por “Occidente”–otro concepto que amerita una revisión por parte de los académicos- en la resolución de conflictos en zonas o continentes como África y Medio Oriente. Por eso, vale la pena realizar una rápida revisión de ciertos casos emblemáticos.
En la mal llamada “Primavera Árabe” –concepto difuso, poco académico y alejado de la realidad- cayeron Zine el Abidine Ben Alí (en Túnez), Muammar Al Ghaddafi (Libia), Hosni Mubarak (Egipto) y Ali Saleh (Yemen).
Y aunque cada uno de estos países ha desarrollado (y desarrolló y desarrollará) un proceso diferente, todos ellos tienen en común que el accionar de las “potencias occidentales” no fue más que un error.
No sólo porque durante años le dieron la mano a estos dictadores, sino que después, y mediante la clásica vuelta de chaqueta, optaron por apoyar a las “masas” (otro concepto confuso) que querían sacar del poder a los mencionados líderes. Luego, vendría el descalabro en los estados mencionados.
En la actualidad, Libia tiene dos parlamentos (uno en Trípoli y otro en Benghazi) y dos gobiernos (uno islamista y otro de “unidad nacional”); Egipto nos ha recordado al Gatopardo; Yemen no logra salir de su frágil y casi inexistente institucionalidad democrática y Túnez ha sufrido para intentar lograr la estabilidad política (la social no debería restablecerse en el corto y mediano plazo).
A eso, hay que sumar la guerra civil en Siria y, por supuesto, el caos imperante en Irak pos invasión estadounidense y retirada de las tropas. Todo esto ha servido, además, como un detonante de algo que ya existía, pero que en las condiciones actuales encontró un camino más llano para avanzar. Se trata del terrorismo, tráfico de armas y otras preocupantes situaciones.
Como se puede ver, donde hubo intervención europea-estadounidense, sólo se generó desorden y se profundizaron los conflictos internos de los países y las regiones afectadas.Como última muestra, la guerra en Malí.
Por eso, no se cae en una exageración, ni tampoco en un panfleto político, cuando se afirma que las iniciativas europeo-estadounidenses sólo han fracasado.
Si esto último es algo que se quería provocar (desde la perspectiva de las teorías conspirativas) o si simplemente se trató de un mal manejo de la situación (visión simplista, pero que no debe ser descartada) es otro tema y no viene al caso examinarlo en esta columna.
Es así que ahora, en momentos en los cuales se anuncia una coalición internacional (frase conocida) es importante recordar que este tipo de campañas suelen demostrar y confirmar que “Occidente” no es un interlocutor válido para solucionar problemas en África y Medio Oriente.
“Occidente” falló, falla y fallará. A menos que cambie sus paradigmas.