La abdicación del monarca español anunciada hoy a media mañana por el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, monopolizó indiscutiblemente la agenda noticiosa nacional e internacional, y pillado por sorpresa a la inmensa mayoría de los españoles que no daban crédito al anuncio procedente del palacio de La Moncloa.
Es que había una clara conciencia de que el monarca Borbón moriría con las botas puestas, al más puro estilo de su mentor. De ello, quedó constancia en innumerables ocasiones y, sin ir más lejos, en una de las últimas entrevistas que concedió cuando señaló “que no solo estaba en perfectas condiciones físicas sino que además con toda la ilusión – como dijera Pedro Vargas- de seguir siendo el Rey…”
Asimismo, resulta, también, innegable que desde un tiempo a la fecha, inclusive, hasta para el más puro de los “juancarlista”, Juan Carlos I se había transformado en un verdadero jarrón chino.
Con todo, una de las claves de su abdicación indiscutiblemente está en el resultado de las pasadas Elecciones Europeas 2014, que señalan a priori y con cierta rotundidad el derrumbe del duopolio ante el vertiginoso ascenso de los grupos de izquierdas, autonomistas y plataformas ciudadanas.
En efecto, en estos grupos izquierdistas, todos ellos decididamente antimonárquicos y con amplia disposición y vocación al diálogo y a las alianzas, se han quedado el grueso de los votos de la feble jornada electoral del pasado domingo. Un buen ejemplo de ello constituye la plataforma ciudadana PODEMOS -un apéndice del 15M- que en menos de cinco meses de vida logró transformarse nada más y nada menos que en la tercera fuerza política de este país.
Por lo que la sorprendente abdicación debe ser tomada, necesariamente, como un intento desesperado por salvar al (antiguo) régimen surgido en la in-modélica transición y de las entrañas mismas del franquismo; al mismo tiempo que como una muestra ineludible de que este decrépito y corrupto sistema tiene los días contados.Pues se desmorona inexorable y catastróficamente –y desde dentro- a pasos agigantados.
De modo tal, que el Rey se vio virtualmente obligado a abdicar de prisa y corriendo –monitoreado muy de cerca por sus socios del PP-PSOE- para amarrar -aunque tarde- la sucesión y prolongar con ello inútilmente la agonía de la vetusta monárquica española.
Todo ello antes de las próximas elecciones, claro está. Pues, todo indica, por lo demás, que este proceso electoral se transformará en el tiro de gracia de un sistema que para la inmensa mayoría de los españoles representa una verdadera afrenta y una pesadilla que se prolonga por más de tres décadas.
Ello, si los movimientos sociales, que han llamado, esta misma tarde, a manifestarse en todas las plazas públicas de España por un referéndum sobre la monarquía, no dicen otra cosa.
No hace falta ser pitonisa para darse cuenta de que en un país con más de 6 millones de parados, otros tantos depauperados y al borde de un estallido social, una noticia como ésta devenida en acontecimiento, puede acarrear insospechadas consecuencias.