Para entender lo que ocurre en España precisamente hoy lunes 2 de junio hay que retroceder apenas algo más de una semana y ver el resultado de las elecciones europeas.
Las dos mayores formaciones políticas, el Partido Popular que gobierna con una aplastante mayoría absoluta obtenida en 2012, y el Partido Obrero Socialista Español que está en la oposición tras el fracaso electoral del mismo año por su pésima gestión de la crisis, perdieron juntas más de cinco millones de votos en lo que fue algo más que una llamada de atención.
Con un gobierno que, por contar con una mayoría absoluta aplastante ha hecho retroceder a España en materia de derechos a tiempos que se creían superados, ha impulsado una serie de reformas y de recortes que han hecho caer todo el peso de la crisis en la ciudadanía, con el coste de seis millones de desempleados, sobre el 25 % de la población activa y en el caso de los menores de 35 años con una cifra de desempleo que supera el 50% en muchas regiones del Estado autonómico, con leyes represivas que limitan el libre ejercicio de derechos elementales, y con una oposición más preocupada en no molestar al gobierno que en denunciar las medidas causantes de la pobreza y hasta miseria que reina en España, los ciudadanos empezaron a pensar, entendieron que darle esa mayoría absoluta al PP había sido más que un castigo al PSOE, había sido un verdadero ejercicio de autoflagelación, y en las elecciones europeas hicieron aumentar notablemente los votos de la izquierda, sobre todo los votos de una fuerza nueva, cuyo accionar recoge toda la indignación de la juventud, de los parados, de los jóvenes que se ven obligados a emigrar, de las mujeres que ven restringido su derecho a decidir sobre su propio cuerpo, de los dependientes por incapacidades que fueron abandonados a su suerte, de los profesores que han visto el resurgimiento del Estado confesional en las escuelas, de jueces alejados de sus cargos por negarse a prevaricar, de los que han perdido sus viviendas pero se han quedado con las deudas, de todo un enorme espectro social afectado por la política neoliberal del gobierno y por la incapacidad e inutilidad de la oposición.
Esa nueva fuerza política emergente se llama PODEMOS, la integran ciudadanos y ciudadanas en asambleas en las que se practica efectivamente la democracia de bases, y con un programa que contempla entre otras medidas una auditoría de la deuda pública, para determinar qué es justo pagar y qué no, obtuvo tras cuatro meses de existencia más de un millón doscientos mil votos.
Este resultado logró una extraña unidad híbrida entre el PP y el PSOE, que han demostrado sin la menor ambigüedad que son una casta política, y además una casta caracterizada por la corrupción en el peor de los casos, y en el mejor, por la falta de escrúpulos a la hora de ignorar evidentes conflictos de intereses.
No es casual que los ex presidentes y ex ministros de los gobiernos del PP y del PSOE terminen como consejeros de grandes empresas multinacionales, a las que sirvieron por acción y omisión mientras ocuparon cargos públicos.
Pero la corrupción no afecta solamente a los más altos cargos de la casta política, se ha generalizado afectando también a la casa real. Y esto ha aumentado el cabreo y la indignación ciudadana.
Un análisis simplista haría referencia a una cierta desafección de la política, así quisieron presentar el abstencionismo tanto desde el gobierno como desde la oposición.
Sin embargo el resultado de las elecciones europeas lo contradice y demuestra que, al verse representados por un programa justo y progresista, la ciudadanía regresa a la política y con entusiasmo.
En este clima, hoy, cuando el porcentaje de aceptación de la monarquía está en mínimos y con tendencia a bajar, porque hoy mismo se haría ( y se hizo hace unas horas casi de manera clandestina) pública una resolución judicial que “desimputa” a la infanta Cristina, hija del rey, de su culpabilidad en delitos de malversación de fondos, blanqueo de dinero y otros delitos económicos, haciendo que, de hoy en adelante, todo el peso de la responsabilidad cae sobre su marido Iñaqui Undargarín. La infanta es inocente porque es infanta de España.
Esto, más gestos de irresponsabilidad del rey como ir a cazar elefantes a un país africano en compañía de su amante, y en plena crisis, ha hecho que la ciudadanía empiece a preguntarse para qué diablos sirve la monarquía.
Justo hoy, otro juez, debía hacer público que en su poder obran trece razones de peso, inobjetables, que evidencian la existencia de una contabilidad “b” en al partido de gobierno, que ha servido para hacer pagos ilegales en dinero negro, sobresueldos , campañas electorales y, sobre todo, para rellenar con billetes de quinientos euros unos sobres de color manila que recibieron los dirigentes del PP durante muchos años, incluido Mariano Rajoy cuando era jefe de la oposición.
Justo hoy, el tribunal constitucional de mayoría derechista, debía dar su visto bueno a la reforma que limita el aborto y con una curiosa recomendación: a las mujeres que aborten no sólo se las debe penalizar con cárcel, sino también con fuertes multas.
Hoy, era de urgencia inventar, lanzar un volador de luces de colores que desviaran la atención. Y la abdicación del rey lo ha logrado.
PP y PSOE más otras organizaciones de sesgo ultra conservador, coinciden en las bondades infinitas del ex monarca, y en las virtudes magnas de Felipe, su sucesor.
En todo un despliegue de declaraciones que resultan un descarado insulto a la inteligencia, la casta política se une en una suerte de mensaje compartido de salvación nacional. No hay pan, pero sí circo. Un circo que empieza con la dramática alocución real anunciando que deja la corona, con las loas al salvador de la democracia, con las alabanzas al sucesor, con los preparativos del sarao, zarzuela o como quieran llamar a la verbena de la coronación.
Con su abdicación, Juan Carlos no le hace un servicio a España. Le ofrece a la casta política un tiempo precioso, una posibilidad de tomar aire para responder a la voz ciudadana que, en un porcentaje importante de la población, ha dicho basta, no más sin consultarnos, queremos un referendum para decir soberanamente si continuamos como monarquía o fundamos la tercera República.
Nadie duda de la simpatía del príncipe de Asturias, ni de lo bien que le sientan los uniformes. Tampoco está en duda la virtud maternal de la princesa de Asturias, ni su belleza o lo que sea.
Lo que está en duda es una institución anacrónica, turbia en su modo de funcionar, no libre de corruptelas, y que a los ciudadanos les resulta un lujo folclórico demasiado caro.
Juan Carlos abdica hoy, porque todo el Estado del que es jefe está en crisis de credibilidad, incluida la casa real. Y porque el poder, porque la casta política imperante necesita tiempo para imaginar una respuesta a la indignación ciudadana que ya se ha manifestado en las urnas exigiendo cambios radicales.
Y mientras escribo esto en las redes sociales se convoca a manifestarse por un referendum, y las calles se llenan de hermosas banderas republicanas.