Entre los días 23, 24 y 25 de mayo se celebrarán las elecciones para elegir los 751 miembros del Parlamento Europeo (PE), una de las cámaras políticas más grandes del mundo –junto a la de India- pero la única representante de 28 Estados.
Estas elecciones serán un gran test para las instituciones de la UE y para sus propios Estados miembros en un contexto marcado por la gran crisis multidimensional que ha vivido el Viejo Continente los últimos años.Decimos multidimensional porque esta crisis no solo ha sido económica y financiera, sino también política, institucional pero, por sobre todo, social y ciudadana.
Varios desafíos se plantean actualmente al proceso de construcción europea que comenzó –oficialmente- un 9 de mayo de 1950 (Día de Europa) con la famosa Declaración de Robert Schuman que llamaba a la unidad del continente, proponiendo la creación de la primera Comunidad Europea: la CECA, Comunidad Europea del Carbón y del Acero.
Al ser estas elecciones europeas este gran test, varios son los aspectos que se deben tener presente una vez que los resultados de las urnas se conozcan.
En primer lugar, el índice de participación de los ciudadanos europeos. Desde 1979, primera elección del PE, la participación ha sufrido una constante baja, incluso en aquellos Estados que tradicionalmente se han destacados como fervientes partidarios de la integración (caso de España).
En 1979 un 62% de los ciudadanos con derecho a voto participó de los comicios, contra un 43% en la última elección de 2009.Temor existe por tanto que –reforzado por la crisis- este porcentaje de abstención sea aun mayor, dejando en claro que la brecha entre ciudadanos y clase política se ha intensificado.
Unido con lo anterior, se cree que tal vez la falta de movilización por ir a votar de los desencantados o desilusionados de la UE –pero no por ello contrarios a ella- favorezca a las fuerzas radicales de ambos lados del espectro político: la ultraderecha y el radicalismo de izquierda, quienes han tomado como arma de lucha electoral ese escenario de descontento, desencanto e incluso rabia contra la UE.
Los sondeos han estado mostrando un alza sostenida de los nacionalismos y partidos populistas en muchos países de Europa, llegando en algunos casos al 30% de intención de voto en estas elecciones.
Sumado al relativo éxito electoral que han registrado en las últimas elecciones nacionales, no es de extrañar que esto se repita a nivel europeo, más aun si las fuerzas pro-europeas o de centro (de derecha e izquierda) no logran convencer a sus electores de ir a votar.
Es el caso del Front National de Marine Le Pen que en las últimas elecciones municipales francesas logró un resultado histórico. Lo mismo ocurre con el Jobbik húngaro que obtuvo un 21% de los votos en las recientes elecciones parlamentarias.
En Holanda, el Partido por la Libertad de Geert Wilders, cuyo discurso anti-inmigración (sobre todo contra marroquíes) ha tomado también la crítica contra la UE como sello de su campaña, logró buenos resultados en las elecciones municipales holandesas de fines de marzo.
Por su parte, en Finlandia el Partido FINNS (ex-Auténticos Finlandeses) marca en las encuestas un 16%, lo que le podría significar poder acceder a 2 escaños en el PE.
El Partido de la Libertad de Austria y el Partido Popular danés cuentan con un 27% de apoyo según las últimas mediciones.El Frente Nacional francés aparece con un apoyo que bordea el 30%, lo que le podría significar obtener 20 de los 74 escaños de Francia y el UKIP británico, con el mismo porcentaje, podría también acceder a 20 de los 73 cupos que el Reino Unido tiene en el legislativo europeo.
De confirmarse en las urnas estas previsiones, los grupos nacionalistas –sumados a los de la izquierda radical- podrían llegar a ocupar entre un 27% y 30% del PE, lo que implicaría un impacto real en el funcionamiento de la UE y en su propio proyecto de unidad.
Por un lado, desde el término de la II Guerra Mundial y desde que se inició la construcción europea, las dos grandes familias políticas de Europa –los Conservadores reunidos en el Partido Popular Europeo (PPE) y la Social Democracia Europea – han guiado los destinos del Continente.
A ellos se han sumado grupos políticos que, con altos y bajos en el apoyo popular- han cumplido un rol importante en el proceso: los Liberales y los Ecologistas. Si bien se estima que estas fuerzas continuarán siendo las mayoritarias en el hemiciclo europeo, el ingreso de un mayor contingente de eurodiputados pertenecientes a los llamados “euroescépticos” o “eurófobos”, indudablemente complicarán la toma de decisión en temas que buscan reforzar el papel de la UE al interior y al exterior del Continente.
El PE, desde la reforma del Tratado de Lisboa ha aumentado su peso político, ampliando las materias en las cuales tiene poder de co-decisión junto a la Comisión Europea, por lo que una gran cantidad de resoluciones que se aplican directamente a todos los ciudadanos de los 28 Estados miembros son adoptadas con la importante participación del PE.
Al mismo tiempo, en estas elecciones será la primera vez que el Presidente de la Comisión Europea ya no será nombrado exclusivamente por los Jefes de Estado y Gobierno de la UE sino que la mayoría que se forme de la elección del PE será determinante en su designación. Por ello en esta campaña los cinco candidatos a la Comisión han tenido una exposición importante, participando en debates televisados (el primero en Maastricht y el segundo en Bruselas, el que se llevará a cabo el próximo 15 de mayo).
Por otro lado, es indudable el entrecruzamiento entre los político-económico y lo nacional-europeo en esta campaña. La crisis es el telón de fondo que marca estos comicios.
Si bien se están empezando a observar ciertos signos de recuperación, los efectos de la crisis, las consecuencias de las duras medidas de ajuste en los países más afectados por ella –en especial los del sur del Continente-, están determinando la decisión de muchos en no ir a sufragar o a votar por partidos que se han mostrado abiertamente críticos y contrarios a la UE.
Así, estas elecciones –a diferencia de las anteriores- han estado muy marcadas por un debate sobre la esencia misma de la UE, su razón de ser, su valor y su futuro. En esta elección se ha hablado más de Europa y de la UE que en anteriores campañas.
Por otra parte, es claro que estas elecciones serán también un test a los Gobiernos en actual ejercicio y los resultados que se obtengan tendrán efectos a nivel nacional.
Es el caso claro del Reino Unido, Francia, Italia, Grecia o España. Es por eso que, por ejemplo en el caso francés, a diferencia de las elecciones municipales, el Gobierno de Hollande ha decidido salir con todo a la calle a llamar a su electorado a votar, con la finalidad de no repetir el fracaso sufrido en las elecciones locales.
Un aumento de los ultranacionalismos, sobre todo de aquellos que -escondiendo o no sus intenciones xenófobas- tienen discursos ya conocidos en el Viejo Continente y de nefastas consecuencias, sería una muy mala noticia no solo para europeos sino para el mundo. El proceso de integración europea nació justamente de las cenizas que las Grandes Guerras dejaron en esta parte del mundo y del que los nacionalismos son en gran parte responsables.
La integración europea ha sufrido etapas de altos y bajos –éste no es el primer episodio de euroescepticismo ni de crisis pero claramente es el más grave de su historia de más de 60 años- pero es indudable que los beneficios superan con creces los costos o dificultades.
Volver al lenguaje del pasado es un retroceso del cual Europa y sus Padres Fundadores quisieron desterrar para siempre y eso no lo debieran olvidar los ciudadanos este 25 de mayo.