Heinz Dieterich, el prestigioso politólogo marxista alemán que asesoró por años a Hugo Chávez, da hoy un juicio lapidario respecto de la crisis de fondo que afecta a Venezuela.Dice que, “la renta petrolera ya no alcanza para financiar el modelo, el sistema fiscal no genera los ingresos necesarios, la insostenibilidad del sistema monetario nacional frente a las monedas externas, la esterilidad del discurso político, todos estos son aspectos que en apenas un año se han manifestado con palpable claridad para todo el mundo”.
Agrega Dieterich que “Maduro ha sido una enorme decepción, ha sido errático, improvisado en la economía, innecesariamente estridente y polarizado en lo discursivo y torpe en política internacional” enfatizando que “no entiende la realidad, no tiene plan para salir de la crisis y esta puede terminar en un escenario parecido al de Egipto o al de Ucrania y si no lo reemplazan correrá la misma suerte de Mubarak o Yutronovic”.
Nadie podrá acusar a Dieterich, autor de La Aldea Global y de el Socialismo del siglo XXI, que ha inspirado teóricamente las tesis socialistas del nacionalismo bolivariano de Chávez, de ser un enemigo de la revolución o de haberse pasado a las filas enemigas.
Dieterich, como muchos observadores que en el pasado han apoyado el proceso, ven con máxima preocupación que la situación venezolana marcha al precipicio y que no hay conducción política del gobierno, que aún mantiene un apoyo popular relevante, para salir de ella.
La crisis es de liderazgo y de un modelo político y económico que sin correcciones urgentes puede tornarse inviable.
Maduro no es Chávez. Chávez emergió, primero con un intento de golpe de estado y después ungido por el voto popular que lo confirmó varias veces como Presidente, frente a una crisis del antiguo sistema político de partidos que se derrumbó por la enorme corrupción y por la incapacidad para seguir gobernando el país.
Chávez tenía ascendencia y prestigio en una parte mayoritaria del pueblo, tenía carisma y una capacidad discusiva envolvente y llevó a cabo reformas profundas que han favorecido a millones de los sectores más pobres del país que aún apoyan el proceso. El liderazgo de Chávez, caracterizado por ser fuertemente personalista y mistificador, ha sido imposible de reemplazar.
Después de Chávez, se requería un vuelco hacia la moderación en el estilo político y en la economía, recomponer más que imponer y esto no se ha producido.
Maduro, pese a haber sido elegido legítimamente en una reñida elección con la oposición, ejerce un liderazgo político de trinchera más que de Jefe de Estado, no tiene la influencia de Chávez en las esferas militares y ha adoptado medidas económicas profundamente equivocadas que terminan por aumentar el desabastecimiento, la inflación, el debilitamiento del aparato productivo,y el descontento social.
Toma además iniciativas políticas que afectan las libertades de los venezolanos, producen más polarización y aumentan el clima de ingobernabilidad reinante.
Sin embargo, como bien lo reconoce Teodoro Petkoff, un connotado intelectual, ex guerrillero, ex comunista, fundador del MAS, que es parte de la oposición a Chávez, el régimen venezolano no es una dictadura como clama Capriles y los sectores de extrema derecha de la oposición. Pero, como dice también Petkoff, sus credenciales democráticas están averiadas por un estilo autoritario en el ejercicio del poder.
Ciertamente el gobierno de Venezuela no es una dictadura, en primer lugar, porque ha sido elegido democráticamente. Pero también porque, aún con límites, funcionan todos los poderes del estado, hay existencia de prensa de gobierno y oposición, debate libre en las universidades y en toda la sociedad y la oposición goza de libertad total de movimiento.
Sin embargo, para que un régimen sea plenamente democrático no basta ser generado democráticamente, se debe gobernar democráticamente y admitir que en democracia existe la posibilidad de la alternancia determinada por el pueblo.
Es, además, evidente que en Venezuela hay un creciente deterioro de las libertades y de los derechos humanos y que el discurso ideológico del gobierno sobre la perdurabilidad eterna del chavismo en el poder no se condice con los valores y principios democráticos esenciales.
Es el gobierno el que tiene la responsabilidad de ser el pleno garante del respeto a la Constitución. Si el gobierno viola la Constitución crea un clima donde todo vale, donde nadie está obligado a obedecer legalmente a la autoridad. Y ello ocurre en Venezuela.
Sin embargo, la crisis no es responsabilidad sólo del gobierno sino también de la forma como la oposición ejerce su rol. Los líderes de una oposición, que reúne a fuerzas de izquierda, centro y también de extrema derecha, parecen no actuar para obtener reformas que amplíen la democracia sino para desestabilizar al país y para derrocar a un gobierno, que les guste o no, ha sido elegido por el pueblo y hay que recordar que el chavismo ha ganado diez elecciones desde su instalación.
Una oposición que exige como consigna final el derrocamiento del gobierno constituido, donde algunos de sus miembros actúan en las movilizaciones armados, disparan y matan, violando también ellos los derechos humanos, como ha quedado claro en los últimos días, tiene poca legitimidad y se pone en los márgenes de la Constitución.
Cuando empresarios opositores operan para aumentar el desabastecimiento de alimentos para la población ello ya no es protesta democrática sino un verdadero crimen en contra de los venezolanos.
Cuando Capriles exige que vuelvan al país los líderes que propiciaron el secuestro y el derrocamiento temporal de Chaves y arrancaron del país frente a la movilización popular que rodeó el Palacio de Gobierno y actuó junto a la mayoría de las FFAA reponiendo a Chávez en el poder, entonces esa oposición corre el riesgo de marcar su identidad con una actitud golpista, con el signo del grupo empresarial que en pocas horas ocuparon ilegítimamente el Palacio de Gobierno, amenazaba a la población con las peores medidas represivas y con volver atrás en las conquista sociales.
La única manera de ser una oposición democrática es eliminar de sus objetivos cualquier atisbo de insurrección contra el gobierno elegido, convencerse que se deben ganar las elecciones para producir un cambio y que se debe contribuir a que el país vuelva a la normalidad y se termine la violencia para dar paso a un diálogo donde estén todas las partes, donde se escuchen los argumentos y se adopten acuerdos claros de gobernabilidad democrática y de pleno respeto de los derechos humanos y de las libertades.
Esto debe garantizarlo el gobierno pero también la oposición en Venezuela y, como muy bien lo ha dicho el Canciller chileno Heraldo Muñoz y otros personeros latinoamericanos en la reciente reunión de UNASUR en Santiago, la comunidad internacional debe favorecer directamente el diálogo en Venezuela y no puede aceptar ni que se derroque un gobierno democráticamente constituido ni que este cometa excesos contra la oposición.
Solo el acuerdo, en el pleno respeto a los valores, reglas y principios de la democracia puede salvar a una Venezuela dividida y polarizada de un enfrentamiento que sería un gran retroceso en la historia de ese país y en la de América Latina.