Es cierto.Como titula hoy el International Herald Tribune la información de su corresponsal en Beirut, es “como estar ´mirando una película de horror´”. La nota periodística recoge los múltiples testimonios de sobrevivientes tras los impactos de cohetes provistos de armas químicas en dos suburbios cercanos a Damasco, la capital siria.
A las fuertes explosiones al tocar tierra, le siguió la liberación de las sustancias tóxicas que transportaban (gas mostaza y gas sarín, fundamentalmente, quizá otros). Los efectos fueron inmediatos, masivos, devastadores.
Se añade un dato: el “objetivo” del ataque eran civiles. Como si el sólo concepto de “civil” los hiciera más “seres humanos” que los que no lo fueran, aquéllos con uniforme de guerrilleros (por un lado); de “soldados de un ejército regular” (por el otro); esos que, en la terminología de las guerras, son avasalladoramente hombres.
Los mismos que, en estos casos, también, serían menos seres humanos que los ancianos, las mujeres y los niños, ¡vaya a saber uno por qué!
Cuesta seguir leyendo las macabras descripciones. Esos detalles que también esta semana llegaron a los ojos y oídos del Presidente Obama, en Washington, y de sus aliados europeos, para empezar a terminar de convencerlos de que ya va siendo hora de hacer algo.
Que a casi dos años y medio ya del inicio de este enfrentamiento interno en Siria, que después de la muerte de más de 100 mil personas víctimas del conflicto, tal vez sería el momento de hacer algo. Que la “línea roja” (pasar del uso de armas convencionales a aquéllas de destrucción masiva) que el Mandatario estadounidense le puso a esta atrocidad acaba de ser cruzada.
Nadie niega la brutal evidencia; ahí están las fotos, los testimonios, los videos, pero ¿quién es el responsable?
Los rebeldes apuntan a las fuerzas del Presidente Bashar Al – Assad; éste lo niega enfáticamente.Ni los unos ni el otro son santos de la devoción ni de EE.UU. ni de los países que lo apoyan. De ahí la inacción. No por falta de interés, ni de ganas de parar la matanza o de medios para hacerlo. No. Sólo porque incluso hasta el día de hoy nadie -salvo Rusia, abiertamente pro Assad por sus intereses económicos y geopolíticos involucrados en Siria- sabe con certeza qué lado tomar. Básicamente, aquí, el meollo del asunto es cuál de los dos lados es “menos malo”.
Siempre ingenua pese a mis años y experiencias, una y otra vez pienso hasta dónde es capaz de llegar la maldad del ser humano.
Y entonces siento “algo” que no me calza, que no ha dejado de zumbar en mi cabeza desde que los muertos empezaron a sumarse en Siria a vista y paciencia de una comunidad internacional atónita pero incapaz.
Permítanme ponerlo de esta forma.
Supongamos por un momento que yo (o usted, si se quiere, o nosotros) soy (somos) cuerpo inerte. Muerto. Cuerpo de hombre joven, maduro, viejo, da igual; cuerpo de mujer (idem), de niño/a. Allí estoy (estamos), yaciendo sin vida en algún punto del territorio de Siria o dondequiera que sea. Fui (fuimos) víctimas de esta guerra interna en Siria o de cualquier otro conflicto de los que abundan en el planeta Tierra.
¿Importa acaso, a estas alturas, qué o quién acabó conmigo? ¿Será que una bala, un misil o un cañonazo mata “mejor” o de una manera más “aceptable” que una sustancia química letal?
¿Acaso la “forma” de ser asesinado es más importante que el hecho mismo de perder la vida como resultado de una agresión armada, ya sea con armamento convencional (armas pequeñas y ligeras, minas, bombas de racimo, entre otras) o con aquél catalogado como de “destrucción masiva” (nucleares, químicas, biológicas)?
Aunque duela el alma decirlo, a juzgar por las reacciones internacionales a lo sucedido en esas localidades cercanas a Damasco esta semana, la respuesta a todas esas interrogantes es “sí”.
Lo que no significa, lo sabemos bien, el inicio del fin de esta tragedia. Tal vez, muy por el contrario, como maliciosamente lo advirtió hace unos días el Canciller ruso Serguei Lavrov al afirmar que un ataque estadounidense -con soporte, en principio, de Turquía, Francia y Gran Bretaña- sobre Siria conduciría a una catástrofe en la región.
Como si no fuera suficiente lo que ya está pasando al interior de los diversos rincones de Medio Oriente, la sombra de una guerra a mayor escala que comience en Siria y no sabemos dónde termine, empieza a dibujarse más nítidamente por estos lares.
Siempre naive, quiero pensar que estamos frente a un “punto de quiebre”, de inflexión.
Que encontrándonos al borde de esta catástrofe regional, prime el sentido común y la crisis en Siria inicie un lento y progresivo proceso de paz.
Porque de no ser así, las víctimas mortales continuarán sumándose, de una en una o decenas, cientos, miles todas juntas. Y la película de horror, con sus espeluznantes escenas, continuará dando lugar a grandes titulares.