Mariano Rajoy y los “PPopulares” hicieron, primero de la crispación y luego de la crisis económica la plataforma electoral única para acceder a La Moncloa. Una estrategia de “patas cortas”, tanto como lo es el manío y majadero argumento de la “herencia recibida”, que el presidente del gobierno español no ceja de esgrimir a cada instante, para explicar lo inexplicable: la insufrible situación de un (des) gobierno títere e incapaz.
Aunque, como recordamos, conforme se aproximaban las elecciones del 2011 empezó a regular su catastrofista y demagógico discurso, con eso de que él “no tenía una varita mágica”, etcétera. Pero nadie olvida que se pasó casi una legislatura entera, tanto él como su selecta troupé, prometiendo el “oro y el moro” hasta alcanzar niveles de paroxismo. No se olvidan las promesas de reducir el paro a más de la mitad nada más asumiera el gobierno, ni los tres y medio millón de empleos que prometía crear González Pons, uno de sus lugarteniente, apenas tomaran las riendas de la nación.
A un año de haber asumido el poder efectivo de este país, Rajoy, prácticamente, tiene toda cuesta arriba. El desempleo ha aumentado en más de 500 mil personas, amenazando, seriamente, con llegar hasta los 6 millones de parados, según señalan todos los entendidos.
Al cumplirse justamente un año, de un gobierno completamente desbordado sin proyecto ni un plan integral para sacar a España del atolladero, todos los indicadores macroeconómicos señalan, categóricamente, que la grave situación por la que atraviesa este país, lejos de manifestar algún atisbo de mejora (los famosos “brotes verdes”), ha empeorado peligrosamente hasta alcanzar niveles francamente peligrosos e intolerables.
De ello habla, precisamente, el paro incontrolado y la enorme destrucción del empleo, luego de aprobada la reforma (contra) laboral, con una tasa del 25,02% y que representa 5.778.100 de personas efectivamente sin trabajo.
El porcentaje de precariedad de las familias españolas pasó del 27,3% en 2011 al 33,2% en 2012. Y la prima de riesgo que ha superado, en momentos, los límites históricos de 600 puntos, manteniéndose estacional y promediando los 450 puntos básicos.
Otro indicador señala que el PIB español registró en el tercer trimestre de 2011 un crecimiento interanual del 0,8% y en el tercer trimestre de 2012 ha sufrido una caída del 1,6%. El déficit (el último dato conocido lo sitúa en el 4,39%) y la deuda pública en un año también han aumentado, pese a los hachazos de su política de recortes. Todo indica que, en esta materia, a finales de 2013 se superará el 90% según todas las previsiones.
Por su parte, la inflación aumentó en cinco décimas y en octubre de 2012 ha llegado al 3,5%, mientras la fuga de capitales va en alza. Hasta el mes de agosto la salida neta de capitales se registraba en los 247.172,7 millones de euros.
A lo que habría que sumar el índice de morosidad (la morosidad ha crecido un 42% en el último año) y el drama de los desahucios, llegando a tramitarse en el 2011 casi 60 mil de ellos; lo cual, junto con el drama que supone, ha puesto a España en la mapa mundi del desastre, la desesperación humana y el abuso bancario.
Para no hablar del grave deterioro que ha sufrido su alicaída y cuestionada “democracia”, pues de suyo daría para un análisis aparte.
Con la criminalización de la protesta, la represión policial y, muy especialmente, en virtud de la mayoría absoluta que obtuvo en las presidenciales de 2011, habría que destacar que ha gobernado a punta de “decretazos” entre cuatro paredes y de espaldas (sin debate público) al Parlamento y a la inmensa mayoría de la ciudadanía. Ha completado, nada más y nada menos que 27 “reales decretos ley” en menos de un año de gobierno (26 de ellos en 2012). Otro de los impresentables record de la “democracia” española.
No por nada, Rajoy, a la par que cae día a día vertiginosamente en las encuestas, se constata que España entera está en las calles y parece desmembrarse inexorablemente.
Por último, resulta evidente que este inquilino de La Moncloa ya demostró, y con creces, de lo que es (in) capaz, por lo que tiene solo dos únicos caminos que conducen a un mismo destino: la dimisión o el desahucio. Pues cabe preguntarse, ¿estará “el horno”, si no, para aguantar tres años más caldeado a full?