Pese a la grotesca satanización de los días previos a la manifestación y luego de todos los vericuetos propios de la dialéctica de las movilizaciones sociales, “Rodea el Congreso” resultó ser todo un éxito. Un éxito rotundo para sus convocantes: más de 6 mil personas, según cifras oficiales, congregadas en las inmediaciones de las “Cortes Españolas” (el parlamento) manifestando legítima y pacíficamente un no rotundo a las prácticas y políticas depredadoras del gobierno de los “PPopulares”.
Más aún, si se tiene en cuenta las masivas maniobras distractivas empleadas por el poder con el propósito de desinformar a la población, al margen de la consabida demonización en sí del Movimiento 25S.
La presidenta de la Comunidad de Castilla la Mancha, Secretaria General del Partido Popular (PP) e integrante del selecto Club de Bilderberg -acá las incompatibilidades en política brillan por su ausencia de tal modo que los políticos acumulan y acumulan cargos,todos muy bien remunerados- la señora María Dolores de Cospedal, con su acostumbrada malsonante retórica beligerante, llegó al extremo de comparar esta convocatoria con el “Tejerazo”. El fallido intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981, cuando un grupo de militares sediciosos al mando del teniente coronel Tejero irrumpió al más puro estilo de “Curro Jiménez”, el Juan Charrasqueado español, en el parlamento a punta de pistoletazos.
Mientras la “caverna mediática”, representada en los insufribles matutinos La (sin) Razón, El Mundo y El ABC, ha tenido el descaro de calificar este verdadero acontecimiento como un “ataque” a la democracia y de calificar el actuar policial como “una acción impecable de legítima defensa”,actuación, que por lo demás, hasta ha sido felicitada por el gobierno.
Es evidente, entonces, y a juzgar por todo que ésta no fue una simple movilización, una protesta más contra un gobierno incapaz, completamente desbordado por la crisis y sin rumbo ni plan para salir de ella, que ha defraudado flagrantemente hasta la estafa a los españoles, sino que se trató de la expresión masiva de un profundo sentimiento de rechazo e indignación colectivo respecto de una “clase política” que tiene sus cartas credenciales manchadas con el estigma de la ilegitimidad, la corrupción y la ineficiencia, especialmente de cara a la más grave agresión desde los tiempos de la Guerra Civil al bienestar y a los derechos de la inmensa mayoría de los ciudadanos de este país.
Una decrépita e irresoluta “clase política” que cada vez que se siente cuestionada y amenazada en sus privilegios y posiciones, recurre inescrupulosamente a la bien montada industria del miedo y a la manipulación. (Sobre) reaccionando con absurdos argumentos que invocan desde las “siete plagas” hasta los peores fantasmas y pesadillas de la historia más reciente de España. Todo para defender su, cada vez más, incómoda e impopular situación.
Una clase política que bien no sabe, no quiere o no puede entender que lo que está realmente en juego y, muy seriamente, en tela de juicio no es la democracia en sí, sino ésta democracia y sus perversiones. No por nada por ahí la han definido “como el peor de los sistemas pero el mejor de los que tenemos”, o algo por el estilo.
Una “democracia” que cada vez exhibe menos cuotas de “democracia” como se pudo apreciar ayer en Madrid. Pues, no se puede ir coaccionando por ahí con porras y con balas a la gente cuando expresa sus legítimas reivindicaciones en la calle, el lugar por excelencia en donde se ejerce el más supremo de los poderes públicos: la soberanía popular, si no a riesgo de cargarse verdaderamente lo mismo que ellos dicen defender: la democracia.
No olvidemos que España ostenta el impresentable record de ser una de las democracias más represivas, intolerantes y excluyentes de la zona UE. Hay cifras y datos europeos al respecto.
Ya lo decía Alain Touraine, “de la crisis se sale primeramente con más y mejor democracia”, y para ello, como sabemos, es imprescindible una, también, más y mejor política.