En una ciudad cosmopolita como es Hong Kong, reconocida mundialmente como una plataforma de excepción para el comercio y las finanzas, no resulta difícil toparse diariamente con vino, truchas, salmones y una variedad de mariscos; frutas de temporada tales como uvas, arándanos, manzanas o cerezas; paltas; carne de cerdo o de pavo, por nombrar tan solo un puñado de los productos agroindustriales chilenos que ya ocupan un destacado lugar entre las preferencias gastronómicas de su población.
Como también de los más de 30 millones de turistas que la visitan anualmente, ya sea para comprar en tiendas iluminadas con cientos de luces multicolores en la avenida Nathan; degustar platos en sus más de veinte restaurantes reconocidos con estrellas Michelin por su sobresaliente calidad; disfrutar de sus montañas, acantilados y playas de aguas prístinas en áreas tales como Sai Kung o bien, conocer en detalle algo más sobre la historia de los vínculos entre éstas latitudes y el resto del mundo, aprovechando para ello sus museos o universidades, varias de éstas emplazadas en lugares de privilegio, en rankings globales.
Así, aunque fue en el triángulo conformado por Hong Kong, Macao y Guangzhou (antigua Cantón), en donde a mediados del siglo XIX, comenzaron a redactarse las primeras páginas de la fructífera historia de Chile y su interacción con China, encontrarse en éstos días de frente en uno de los salones del Museo de Arte de Hong Kong, con el primer gouache (una acuarela opaca) que ilustra la presencia de Chile, a través de su bandera tricolor flameando en éstas tierras, ciertamente impacta y de manera casi inmediata, nos convoca a tomarle el peso a lo que significa el haber sido el primer país latinoamericano en contar con una oficina de asuntos comerciales y consulares, durante el mandato del entonces presidente Manuel Bulnes (1845), mas todo lo que ambos países han logrado materializar en materia de interacción, conocimiento, cooperación y desarrollo.
De reducido tamaño pero de tremendo valor histórico para Chile, la obra de 19.4 x 27.4 centímetros es atribuida al artista chino Tingqua (Guan Lianchang), quien junto a otro chino de nombre Kwan Kiu Cheong; el inglés Thomas Allom; los franceses Auguste Borget y Eugene Ciceri y el macaense Marciano Baptista, captaron a mediados del siglo XIX, con un hábil empleo de sus pinceles y colores, imágenes de la vida diaria, arquitectura, tradiciones en Hong Kong, Macao y Guangzhou.
Éstas eran largamente comentadas en tertulias por intelectuales, políticos y mercaderes en Europa y el continente americano, motivando a más de uno a embarcarse para probar suerte en tierras exóticas y lejanas, pero de abundantes riquezas.
Titulado “Antigua Cantón”, es el gouache en donde aparece nuestra bandera próxima a los pabellones de Francia, los Estados Unidos. Gran Bretaña y Dinamarca, forma parte de la exhibición titulada “Inclusión Artística del Este y el Oeste, de Aprendiz a Maestro”, ocupando un espacio en el tercer piso del Museo de Arte de Hong Kong con vista al puerto de Victoria.
Es del todo probable que nuestro pabellón representado en la obra, indica el lugar preciso en donde se encontraba operando en aquellos años, la oficina de asuntos comerciales y consulares de nuestro país, atendiendo a navegantes, comerciantes y buscadores de fortunas que ya en esos tiempos, cruzaban el Pacífico en buques a vela (o mixtos propulsados además por vapor), incursionando en negocios con otros occidentales que se encontraban avecindados en Hong Kong, Macao y Cantón o bien, intermediando con aquellos locales que contaban con las debidas autorizaciones para desarrollar tratativas económicas con extranjeros.
El encontrarse con una pequeña muestra de la historia de Chile en China, en un salón del Museo de Arte en Hong Kong, después de la sonrisa y el natural orgullo que embarga a cualquiera que ve nuestra bandera entre aquellas de países que lideraron el avance de Occidente en ciudades en China abiertas para el comercio, invita a pensar cómo habrá sido el día a día para aquellos compatriotas que en esos tiempos vivían y trabajaban en éstas tierras.
¿Con quiénes se juntaban, cómo era su día, qué legado por escrito dejaron, se habrán casado con locales, habrán tenido hijos, familias?
¿Cómo se llamaban los veleros que los transportaron hacia acá? ¿Qué compraban y qué vendían?
Sin duda, el poder admirar la pequeña obra de Tingqua constituye una ocasión sumamente especial para todos quienes nos sentimos comprometidos por avanzar y darle contundencia a una agenda de trabajo con gentes y localidades que, aún con el empleo de Facebook, Twitter, Skype o WhatsApp, pueden ser vistos para muchos como extraños o lejanos pero que a la postre, han, son y serán, una parte importante de nuestra historia y proyección como nación, en una era – la del Pacífico – en donde hay espacios para todos.
En donde Chile definitivamente, no es un recién aparecido y se perfila con constancia y creatividad.