En algo habitual de los últimos dos gobiernos (el actual de Sebastián Piñera y el anterior de Michelle Bachelet) hay un sector que casi no ha tenido variaciones. Se trata del ministerio de Relaciones Exteriores (Minrel), el cual sigue siendo lo mismo de siempre, por más que se haga una gran publicidad sobre los “grandes cambios” de esta cartera.
En la práctica se pueden contar muchas modificaciones, algunas de las cuales incluso han sido bautizadas, por el Minrel y la Academia Diplomática de Chile, como innovadoras, pero más bien debería hablarse de cambios propios del Gatopardo que de avances significativos.
Sí, es cierto que la página web del Minrel se ha modernizado, pero no se puede negar que aún hay mucha información secreta, es decir, que no está al alcance del ciudadano común y corriente.
Claro, se creó el proyecto “Apuntes Internacionales”, pero más allá de los discursos grandilocuentes, esta iniciativa no fue lo que tanto se pregonó y se ha convertido en una plataforma que no fue capaz de ponerse en contacto directo con el ciudadano común y corriente.
Y qué decir del uso de las redes sociales y las nuevas tecnologías por parte del Minrel y la Academia Diplomática. Salvo pequeñas insinuaciones, la diplomacia chilena sigue estando lejos de cumplir con requisitos básicos propios de la Diplomacia Pública 2.0 o, como ya se habla en algunas partes, de la Diplomacia Pública 3.0.
Resumiendo, el Minrel y la Academia Diplomática de Chile mantienen con vida el frío muro que divide entre diplomáticos y “el resto” de la sociedad.
Sin embargo, eso no es lo peor de todo, sino que se trata de un espejo que permite entender los paradigmas actuales de la diplomacia chilena.
Estamos en 2012 y en un mundo muy diferente al de hace 20, 30, 40 ó 50 años atrás, pero la política exterior del gobierno de Chile (a modo general, es decir, sin apuntar a un mandatario específico) parece haberse detenido en el tiempo y cada vez se observa como más añeja y descontextualizada.
El mejor ejemplo es lo que ocurre con África, un continente olvidado en las oficinas de la diplomacia chilena. Al respecto, algunos datos permiten tener mayor claridad sobre este asunto.
De los 54 países africanos, sólo en cinco de ellos hay una Embajada de Chile.Argelia y Marruecos en el Magreb; Egipto en esa extraña zona que une al Magreb con el Medio Oriente y el África Nilótica; Kenya en la estratégica zona del Cuerno de África; y Sudáfrica, como expresión del emergente mercado sudafricano y su condición de referente en el África Austral.
Fuera de estos cincos cuerpos diplomáticos de primer nivel, aparecen las famosas embajadas concurrentes, que en total, son 13.
A saber, Mauritania y Túnez en el Magreb; Etiopía en el Cuerno de África; República Democrática del Congo y Uganda en el corazón de África; Malawi, Mozambique y Tanzania en el África Oriental; Angola y Gabón en el África Occidental; y Botswana, Namibia, Swazilandia y Zimbabwe en el África Austral.
La sumatoria final nos entrega un saldo de 18 embajadas en 54 de los países africanos (un 33.3% en términos numéricos o estadísticos), lo cual parece interesante.
Pero no, a esta realidad hay que ponerla en su justa dimensión. No es lo mismo tener una embajada que una embajada concurrente y, de hecho, un consulado ya tiene más valor que esta última.
La pregunta es por qué se opta por tener embajadas concurrentes en países en los cuales ya debiese haber un cuerpo diplomático de primer nivel. Ahí aparecen Angola, Gabón, Botswana, Etiopía, República Democrática del Congo, Túnez y Mozambique.
Y a ellos habría que agregar otros posibles candidatos que hoy ni siquiera cuentan con una embajada concurrente, como Costa de Marfil, Ghana, Nigeria y Senegal.
Sí, dirán que no hay muchos recursos y también usarán como argumento que aquellos países no son prioritarios en la agenda del Minrel.
Dicha postura sería muy válida en el siglo 20, pero ya no lo es en el actual momento que vive la diplomacia mundial. África está despertando y Chile, en algo que no debiese ocurrir, sólo mira en dirección al Asia – Pacífico.
Hoy, los cuerpos diplomáticos están lejos de ser meras oficinas administrativas y/o bases estratégicas desde el punto de vista político. En el mundo de hoy, las embajadas realizan una fuerte diplomacia “invisible”, la cual muchas veces tienen como base a la diplomacia cultural.
Chile no sólo debe priorizar los grandes socios políticos y/o económicos, sino que también debe pensar en cómo tener presencia en un mundo cada vez más abierto y con distancias que cada vez son más pequeñas.
Seguir apostando a los vecinos regionales (Latinoamérica), a los poderosos (Europa, Estados Unidos, Canadá, Australia y Rusia) y a los grandes mercados (Asia – Pacífico y BRIC) ya está un tanto pasado de moda.
Por eso, es importante que Chile fije su mirada en África.
Los cinco clásicos países (Argelia, Egipto, Kenya, Marruecos y Sudáfrica), pero también nuevos mercados emergentes (Angola y Gabón); nuevos u olvidados líderes regionales (Botswana, Nigeria, República Democrática del Congo y Senegal; pueblos con nexos político-sociales históricos (Mozambique) y estados claves desde el punto estratégico (Costa de Marfil y Ghana).
Y a no olvidar que la Cooperación Sur – Sur incluye, entre otros, a África.
Por eso, es momento de cambiar y llevar a cabo un proceso de verdadera modernización del Minrel y la Academia Diplomática de Chile. El primero, a través de un nuevo paradigma para las relaciones exteriores del país y, la segunda, por medio de una enseñanza diplomática acorde a los nuevos tiempos.
La diplomacia de salón ya no sirve.