Mientras en Chile y buena parte del mundo se celebraba el pasado domingo el día del padre, en Siria su Presidente Bashar Al Assad continuaba con su particular forma de rendir tributo a su fallecido padre Hafez. La carnicería –y digo carnicería pues las matanzas de civiles llevadas a cabo por el Ejército Sirio y civiles armados apoyados por el régimen alcanzan un nivel sin precedentes- parece no tener límites.
Y digo que se trata de una cruel forma de rendir tributo a su padre pues la sangrienta estrategia represiva de Al Assad no debería haber sorprendido a nadie.
Como lo señalé en esta misma sección hace más de un año en mi columna “La Maldita Primavera”, en febrero de 1982 mientras el entonces adolescente Bashar a sus 17 años de edad se aprestaba a culminar su educación escolar, su padre Hafez Al Assad quien presidía Siria tras un golpe militar en el año 1970, enfrentaba graves desordenes y manifestaciones públicas que ponían en jaque su férrea dictadura.
La forma que entonces escogió su padre para sofocar las protestas contra su régimen fue sencilla y sanguinaria. El 2 de febrero de 1982 ordenó a Fuerzas Especiales del Ejército sirio junto a una compañía de tanques T-62 que ingresaran a la ciudad de Hama, ubicada a casi 200 kilómetros de Damasco, en lo que denominó una “operación de limpieza de terroristas” que duró hasta mayo del mismo año. Barrios enteros fueron arrasados por los tanques –nivelados- y según reportó Amnistía Internacional entre 10 mil y 25 mil civiles fueron masacrados.
Entonces al igual que ahora, el mundo guardó silencio. Muchos ni siquiera se dieron por enterados de los sucesos. No eran tiempos de internet ni existían cadenas televisivas de noticias que dieran cuenta de lo sucedido. Siria al igual que ahora gozaba del apoyo militar y político de Rusia en tiempos en que aún no terminaba la guerra fría.
Sin embargo el joven Bashar había aprendido la lección, y como sabemos ahora, se había graduado con honores en el duro “arte” de la represión.
Lamentablemente el mundo y los organismos internacionales no aprendieron su propia lección. Al contrario, han exhibido su verdadero rostro caracterizado por la hipocresía y el doble estándar.
Ese rostro que exhibe cada vez que la Asamblea General de las Naciones Unidas y el Consejo de Derechos Humanos de la misma condenan irreflexiva y arbitrariamente a la única democracia del Medio Oriente –Israel- en base a la existencia de un poderoso y mayoritario bloque de votación compuesto por los países árabes e islámicos, la mayoría de ellos gobernados por regímenes autoritarios o dictaduras similares a la de Siria.
Bashar Al Assad al desplegar su ejército contra su propio pueblo, conocía a cabalidad ese rostro hipócrita y por ello no dudó en su sangrienta represión.
Para él, la indiferencia del mundo frente a los más de 12 mil civiles asesinados era algo esperable y predecible, al extremo que al iniciar las acciones represivas ni siquiera dudó en postular paralelamente a su país para integrar el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Sí. Tal como lo lee.
Bashar, el aventajado alumno de su padre Hafez, honra a éste con la sangre de su pueblo y se burla del mundo tal como lo hiciera su padre 30 años antes.