Ahora que se conmemoran los cien años del hundimiento del “Titanic” han aparecido un sinfín de artículos, reportajes y documentales sobre las causas de dicha tragedia y, al hilo de eso volví a ver una de las películas que recrean la colisión y hundimiento del trasatlántico; durante la proyección no pude dejar de ver paralelismos con lo que le está sucediendo a España porque, si bien es cierto, hemos chocado con el iceberg de la crisis internacional, lo que realmente está pasando tiene más que ver con los fallos en la estructura y construcción de este Estado que con la mera colisión con el despiadado témpano de los mercados.
Colisionar con el iceberg de la crisis financiera pudo ser evitable pero no se habían establecido los necesarios mecanismos de seguridad como para que eso no sucediese; en todo caso el golpe, con rotura de casco, no implicaba necesariamente el hundimiento de la economía española.
Las causas de la actual situación no se explican sólo por dicha colisión ni por el tamaño del témpano sino que debe hacerse un análisis en profundidad si queremos que hechos como éste no se vuelvan a repetir o que, en caso de suceder, se puedan salvar los muebles y, sobre todo, a los pasajeros.
Verse súbitamente golpeados por un iceberg, o por una crisis económica mundial, no es causa bastante para el necesario hundimiento ni de un trasatlántico ni de un país europeo que se precia de moderno y, por ello, habrá de analizarse los fallos en el diseño y, también, en la construcción de este Estado que es donde parece asentarse el auténtico problema.
La economía española basó su crecimiento tanto en la recepción de ingentes fondos de ayuda o cohesión de origen europeo, que fueron los que permitieron el desarrollo de las actuales infraestructuras públicas y, también, en un modelo asentado en la especulación inmobiliaria propio de la cultura del pelotazo; cualquiera con un terreno bien localizado y bien calificado, es decir construible, terminaba siendo millonario por el solo efecto de la especulación inmobiliaria.
Las familias, incluso, en lugar de ahorrar y generar riqueza se dedicaban a la compra especulativa de propiedades más allá de toda lógica y, sobre todo, de sus propias posibilidades alcanzando preocupantes niveles de endeudamiento privado al que hoy, pinchada la burbuja inmobiliaria, no pueden hacer frente.
Ante este fenómeno especulativo ningún tipo de mecanismo corrector se había arbitrado por parte del Estado sino que, por el contrario, existía una suerte de mirada complaciente como si esa fuese la forma de generar riqueza en un país poco acostumbrado a tenerla; es decir, los remaches, tornillos y estructura del barco no resistirían ninguna colisión.
Se apostó pública y privadamente por un modelo no productivo sino especulativo y las consecuencias es que cuando se dieron cuenta de que se venía encima un iceberg y trataron de parar las máquinas, pinchar la burbuja, ya era muy tarde… íbamos irremediablemente hacia un choque ante el cual estamos reaccionando de forma equivocada, tal cual sucedió con el Titanic.
En estos tres últimos años el agua no para de entrar en las bodegas de este país y, como el modelo constructivo del mismo no estaba diseñado para solventar un “accidente” de estas dimensiones el barco comienza a escorarse a ritmo trepidante y con clara previsión de hundimiento pero, mientras esto ocurre, la tripulación, mal dirigida y peor entrenada, no es capaz de dar órdenes coherentes que permitan a los pasajeros llegar a los escasos botes salvavidas de los que se dotó a esta embarcación.
Algunos pensaban que no era necesario contar con botes salvavidas o que sólo se necesitaban unos pocos, para los pasajeros de primera clase, porque este barco jamás se hundiría y porque, de hacerlo, bastaba con salvar a los de esa privilegiada cubierta.
La desbandada y el caos son ya una realidad, tal cual lo fue en el Titanic.
Como en toda situación de emergencia, no faltan los insensatos o inconscientes y, mientras la nave se va escorando, la orquesta sigue tocando o, como ocurre en España, en un momento en que se necesita de esfuerzos extraordinarios son muchos los que siguen bailando o marchándose temprano del trabajo o a disfrutar de cuanto día festivo existe en lugar de tratar de incrementar, al menos un poco, la productividad y la tasa de ahorro de las familias.
Los pasajeros de primera clase, y la tripulación mal guiada por su capitán, se esfuerzan en decir que la culpa es del iceberg y que los de las cubiertas inferiores serán los que tienen que sacrificarse; como si la tragedia no fuese con todos sino con aquellos más desfavorecidos.
Dentro de toda esta locura, propia de toda gran tragedia, no faltan los enamorados que retozan despreocupadamente hasta que el agua comienza a alcanzar las dependencias en las que ellos se habían escondido de las miradas indiscretas para disfrutar de su especial relación y, llegados a este punto, a más de alguno se le habrá venido a la cabeza algún tipo de expedición africana que terminaría como en la película, con el protagonista muriendo, al menos políticamente, cerca de su amada.
Esta parte no es achacable al iceberg sino, sin duda, a los errores de construcción o al diseño escogido y que, en el caso de España, surge de un pacto entre pocos en lugar de un auténtico contrato social; son las élites las que acuerdan la salida de una dictadura y la entrada, consensuada, en un modelo democrático pero claramente tributario del régimen anterior y si no es así ¿cómo se explica que el actual Jefe del Estado haya sido antes “sucesor a título de Rey”? porque, como nos recuerda el refranero: de esas tierras estos lodos.
En cualquier caso, el problema estructural no afecta sólo a la Jefatura del Estado o armador, sino a la propia forma de gobierno o comandancia y a la inexistente pero deseada separación de poderes que permitiría tener una democracia más sana, más representativa y en la cual existiese un mayor control de las acciones, decisiones e intereses de la clase gobernante o puente de mando; eso no se da porque todos los de la cubierta de primera clase están conformes con el actual modelo y, además, en caso de hundimiento para ellos sí hay botes salvavidas.
En medio de todo este caos viene uno, al que tratan como si fuese un polizón sudamericano, y les quita una de sus joyas, cual expropiación de Repsol se tratase, y mientras se hunde el barco los de primera, segunda y tercera clase se dedican a vilipendiar a quien sólo ha pedido lo suyo.
De una u otra forma, muchos, en lugar de tratar salvar el barco, piensan que lo mejor es esperar a la llegada del Carpathia, la Unión Europea en este caso, olvidándose que es muy probable que existan problemas de comunicación, que el operador de turno se haya ido a dormir o que el auténtico capitán del barco socorrista (la Sra. Merkel) se niega a auxiliarnos por razones poco confesables.
Sea como sea, al final del día las similitudes son tantas que es muy probable que, para cuando acuda al rescate de España, el Carpathia de turno, será muy tarde y se encontrará a unos pocos náufragos agarrados a cualquier objeto flotando y a los pasajeros de primera clase vestidos de gala y sentados en sus botes salvavidas.
El desenlace está próximo y es previsible, lo importante es si vamos a tener que esperar cien años para darnos cuenta de que la culpa no sólo fue del iceberg sino, sobre todo, de los fallos de la estructura y diseño de España, este barco que se hunde a ritmo frenético.