05 abr 2012

Los crucificados de hoy

“Estuvimos encadenados por largos ocho años, es más, encadenados por parejas las 24 horas del día, en ocasiones de los pies y en ocasiones de las manos”, relató el sargento Luis Alberto Arcia, uno de los 10 militares y policías colombianos que permanecieron secuestrados por las FARC entre 13 y 14 años, y que fueron liberados el lunes 2 de abril.

Otro de ellos, el sargento José Libardo Forero, contó que en 2009 se fugó junto a otro prisionero, pero fueron recapturados al cabo de 25 días, y que ese momento fue el peor porque pensaron que serían fusilados.

¿Podemos imaginar una experiencia como la de quienes han estado por más de una década en condiciones de completa indefensión, sometidos a diversas formas de maltrato y humillación, privados de todos sus derechos? Es muy difícil.

Debe ser algo parecido a una pesadilla sin término, un agobio tan insoportable que, como han confesado otros rehenes, lleva incluso a desear la muerte como fin del sufrimiento.

Los liberados esta semana se encuentran bajo observación médica para ver su condición física y mental. ¿Podrán readaptarse a la vida normal? ¿Cuáles serán las huellas de lo vivido? No lo sabemos. Y sucede que varios cientos de colombianos todavía permanecen en manos de las FARC.

La ex senadora colombiana Piedad Córdova, que participó junto a la Cruz Roja Internacional en las gestiones de facilitación de entrega de estos rehenes, ha declarado que existen muchas dudas sobre el número real de secuestrados y que es indispensable que tanto las FARC como el ELN (otro grupo guerrillero) “hagan un barrido en todos los frentes” con el fin de determinar cuántas personas están en su poder, y crear una comisión verificadora del gobierno.

“¿Qué pasa con los militares que no aparecen? –preguntó. “Una de las respuestas factibles es que en muchas oportunidades en los combates los militares quedan en la selva, sus cadáveres no son enterrados ni entregados a sus familiares.Necesitamos saber si estas personas están sepultadas y cómo hacer para entregarles los cuerpos a sus familiares”.

Ha sido demasiado largo el calvario de Colombia. La violencia armada, que ya dura medio siglo, ha enlutado a miles de familias. Y todas las víctimas cuentan por supuesto: militares, guerrilleros, policías, dirigentes políticos, campesinos, etc.

Como se sabe, las expresiones de inhumanidad han comprometido tanto a las FARC como a los militares. El balance es horroroso, y lo que hoy reclama la inmensa mayoría de los colombianos es el fin de un conflicto que ha traído inmenso dolor.

Esto exige que la guerrilla, actualmente muy debilitada, ponga término a los secuestros, que ha sido una práctica particularmente cruel, y se allane a un acuerdo de paz con el Estado.

Es necesario oponerse a las diversas formas de crucifixión que existen en esta época, a todas las variantes de avasallamiento de los seres humanos concretos, sin que valgan las coartadas ideológicas, políticas, culturales o religiosas que puedan levantarse.

En el siglo XX, tuvimos suficientes demostraciones de que no faltan las excusas para el odio y la furia homicida. En lo que respecta a las motivaciones políticas, Raymond Aron tenía mucha razón, en 1955, al decir: “Los hombres no están a punto de carecer de ocasiones y motivos para matarse entre ellos. Si la tolerancia nace de la duda, debe enseñarse a dudar de los modelos y de las utopías, a recusar a los profetas de salvación, a los anunciadores de catástrofes” (El opio de los intelectuales).

Hemos visto matar en nombre del pueblo, en nombre de la patria y en nombre de Dios. No nos sirven, pues, las explicaciones “filosóficas” sobre la violencia, que en no pocas ocasiones buscan salvar la propia responsabilidad respecto de las consecuencias de esa violencia. No se puede defender consecuentemente los derechos humanos aquí y respaldar una dictadura allá.

Lo que importan son las personas de carne y hueso, que son las que sufren los embates del fanatismo. Lo que debe importarnos es que no haya crucificados de ningún tipo, y solo la democracia permite construir un sistema de resguardos -que nunca será perfecto- con vistas a proteger los derechos individuales, que es el basamento del Estado de Derecho.

Solo la democracia nos ofrece la posibilidad de oponernos eficazmente a los tratos crueles, inhumanos y degradantes, a los abusos de diversa naturaleza, a las variadas formas de crucifixión moderna.

En su obra “Mi camino”, el gran pensador francés Edgar Morin resume así el imperativo ético: “¡Tengamos un poco de compasión los unos por los otros!”. Eso implica apostar por el humanismo.

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  • Miguel Ossandón Durán

    Qué terrible lo de Colombia, pobres colombianos… y lo peor es que la responsabilidad es de todos los involucrados….

    Nadie se salva….lo destruyeron… aniquilaron  una de las joyas de América Latina

  • Miguel Ossandón Durán

    Qué terrible lo de Colombia, pobres colombianos… y lo peor es que la responsabilidad es de todos los involucrados….

    Nadie se salva….lo destruyeron… aniquilaron  una de las joyas de América Latina