Se viene anunciando hace mucho tiempo pero cuando algo no nos gusta, siempre resulta más fácil intentar ignorarlo. En efecto hace mucho que sabemos que Irán no solo representa un riesgo existencial para Israel, sino que es hoy en día el principal riesgo a nivel mundial. Y Latinoamérica no escapa a dicha realidad, por el contrario en nuestro continente se juega mucho más de lo que a la mayoría le gustaría admitir.
El último informe de la Agencia Internacional de Energía Atómica sobre el proyecto de armas nucleares de Irán ya no deja lugar a dudas. Irán ha emprendido el camino del desarrollo nuclear con fines bélicos.
El violento saqueo de la embajada británica en Teherán, las beligerantes declaraciones amenazando con un bloqueo del Estrecho de Ormuz en el Golfo Pérsico privando así al mundo de acceso al petróleo de medio oriente, y ahora la nueva visita de su Presidente a Venezuela, Nicaragua, Cuba y Ecuador no hacen sino confirmar el camino de enfrentamiento elegido por el cada vez más aislado régimen iraní.
Si bien la mayor parte de la comunidad internacional ha reconocido el riesgo que Irán representa para el orden y la seguridad mundial, un pequeño número de naciones de Latinoamérica, reciben con brazos abiertos al presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, en su quinta visita a la región.
Hay quienes sostienen que cada vez que Ahmadinejad necesita buscar legitimidad internacional busca el apoyo de sus “amigos” en latinoamericanos.
Y esta es una de esas ocasiones. Hoy más que nunca, Ahmadinejad requiere legitimarse.
Su aislamiento internacional crece producto de la decidida acción de Estados Unidos y Europa para incrementar las sanciones contra Irán, por lo que Ahmadinejad acude nuevamente a nuestro continente.
El cariño que le deparan el convaleciente Chávez o el reelecto líder sandinista nicaragüense Daniel Ortega, -alguna vez galardonado con el premio Internacional a los DDHH Muamar Gaddafi – no dejan lugar a dudas que se trata de amigos confiables. Mal que mal, hay que admitir que Chávez es un buen amigo de sus amigos. Hasta el final de sus días Gaddafi contó con el irrestricto apoyo del líder venezolano.
En contraste, en Egipto Mubarak no pudo decir lo mismo del apoyo de EEUU y Europa que se evaporó rápidamente con los primeros aires de la primavera Árabe, hoy transformada a la luz de lo que ocurre en Siria, en un sangriento invierno.
La presencia de Irán en Latinoamérica debe sin lugar a dudas preocuparnos.
Desde hace más de dos décadas Irán ha buscado todo tipo de oportunidades en Latinoamérica. Y digo todo tipo, pues no han sido solo comerciales.
A principios de los años 90 con los ataques terroristas contra la Embajada de Israel y el centro comunitario judío AMIA en Buenos Aires, Irán vio una oportunidad para actuar y exhibió la cara más diabólica de lo que entiende cuando dice que quiere hacer “negocios”.
En paralelo, Irán ha usado sus relaciones económicas en la región.
Irán es hoy el segundo mayor inversionista en Venezuela, al extremo de crear en conjunto con el régimen bolivariano un banco para financiar sus proyectos y evadir algunas de las sanciones impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU. Del mismo modo ha financiado proyectos de viviendas y se informó que está comprometido con un desarrollo industrial con propósitos militares.
En Bolivia, Irán tiene un acuerdo de cooperación por más de $1 billón de dólares para desarrollar sectores energéticos e industriales de nuestro vecino. Ha construido hospitales y financiado programas de entrenamiento para médicos.
Durante el pasado año uno de los responsables del atentado terrorista contra la AMIA en Argentina, el ministro de defensa Ahmed Vahidi realizó una visita de estado a ese país, desafiando la orden de captura internacional de INTERPOL, y de paso anunció la disposición del régimen iraní de apoyar militarmente la reivindicación marítima boliviana.
Huelga decir que esto es de suyo preocupante para Chile.
En Ecuador, Irán ha firmado una serie de acuerdos económicos y en Nicaragua, ha prometido financiar la construcción de una represa y una estación de energía hidroeléctrica.
En todos estos proyectos los iraníes aplican la receta de los grupos islámicos extremistas para extender su influencia en el Medio Oriente: construir una reputación de responsabilidad social.
Hezbollah y Hamas han usado esta técnica reiteradamente paran ganar el apoyo público y disimular sus objetivos terroristas.
Sin embargo la situación ahora es diferente. El mundo ya conoce el verdadero rostro de Irán.
¿No será entonces hora que el resto de Latinoamérica actúe de forma responsable y se sume decididamente a la comunidad internacional para presionar al régimen iraní de manera que no solo interrumpa su desafiante programa nuclear, sino también su peligrosa y desestabilizadora agenda latinoamericana?
Irán no es un país confiable. Encarna el peor escenario apocalíptico imaginable y ha incorporado a nuestro continente en su plan de batalla.
El bienestar futuro de nuestro continente no puede asegurarse con oscuras conexiones con los líderes fundamentalistas de Teherán. Como dice el refrán, con el diablo no se pueden hacer acuerdos, compromisos ni negocios. ¡Y el diablo ya metió la cola en Latinoamérica!