La dictadura de Trujillo en República Dominicana, duró 31 años; la de Stroessner en Paraguay, 35 años; la de la familia Somoza en Nicaragua, 43 años.
El 1 de enero de 2012, se cumplen 53 años desde que Fidel Castro y Raúl Castro se instalaron en el poder en Cuba. Si se agregan los 7 años que duró la tiranía de Fulgencio Batista, quiere decir que hace 60 años que los cubanos no conocen la vida en libertad.
Ninguna dictadura es igual a otra, pero el común denominador es el desprecio por el pueblo al que dicen representar: represión y propaganda es la fórmula de dominación.
Cualquiera que sea la excusa política o ideológica que levanten los dictadores, lo que cuentan son sus abusos concretos, el avasallamiento de los derechos humanos, las variadas formas de opresión.
Da lo mismo que una dictadura sea de derecha o de izquierda: las cárceles no se diferencian mayormente.
Para validarse, las dictaduras despliegan un relato de legitimación. Pues bien, ninguna ha superado a la de los hermanos Castro en exuberancia narrativa.
La llamada “revolución cubana” ha sido un mito cargado de retórica, adaptable a los humores del líder.
Los positivos cambios de los primeros años (alfabetización, atención de salud, educación garantizada) dieron paso luego a un régimen despótico, al que sólo le importó mantenerse indefinidamente en el poder.
La pérdida del subsidio soviético dejó al descubierto el fracaso estruendoso de la economía cubana.
Al cabo de 53 años, es obligatorio recordar a George Orwell: “No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura”.
Fidel Castro ha sido el gran fabulador, el hombre convencido de la propiedad mágica de la lucha armada para avanzar hacia un futuro supuestamente radiante.
La percepción de su propia trascendencia lo llevó a estimular focos guerrilleros en numerosos países latinoamericanos en los años 60, 70 y 80 para que siguieran el camino de Cuba.
Muchos jóvenes latinoamericanos perdieron la vida en tales experiencias. Y muchos jóvenes cubanos murieron en África cumpliendo las órdenes del líder de llevar “la buena nueva” a ese continente.
¿Qué es propiamente el régimen cubano? Una mezcla de dictadura militar, despotismo ilustrado y poder dinástico. Sin plazos. Sin límites. Raúl Castro tiene 80 años, y quizás no descarta designar a uno de sus hijos como heredero, al estilo de Corea del Norte. La familia ante todo.
Los hermanos Castro representaron el proyecto de “construir el socialismo” según las pautas de la matriz soviética.
No hace falta demostrar el fracaso de esa matriz y de su versión cubana.
En el caso de esta, basta con citar los discursos de Raúl Castro para dejar de manifiesto la bancarrota del proyecto: ineficiencia e improductividad de la economía, corrupción estatal, una agricultura incapaz de producir los alimentos necesarios para el consumo interno; un ingreso promedio mensual de 20 dólares per cápita; despido de miles de cubanos de sus puestos en el Estado, etc.
El actual gobernante ha propiciado ciertas fórmulas capitalistas que siguen el modelo aplicado en China, pero a una escala infinitamente más reducida y sin las posibilidades de aquel inmenso país.
Los cubanos han sido autorizados a crear pequeñas empresas de servicios (los llamados cuentapropistas), a vender sus autos de segunda mano, a arrendar o vender sus casas.
Demasiado poco y demasiado tarde. El país sigue dependiendo del petróleo barato que le entrega Chávez y de las remesas en dólares que los exiliados (un millón y medio, aproximadamente) envían a sus familiares.
En los días previos a la Navidad, circuló el rumor de que el régimen flexibilizaría las normas para viajar al extranjero, pero finalmente el régimen dijo que ello será un proceso gradual.
El temor es cosa seria. Si facilitara la salida, miles de cubanos se marcharían a EE.UU., a México, a Canadá, adonde sea. También a Chile, donde ya viven más de 3.000.
¿Nos importa Cuba? ¿Les importa a los sindicalistas chilenos que en Cuba no haya libertades sindicales, ni sindicatos autónomos ni derecho a huelga?
¿Les importa a los dirigentes estudiantiles chilenos que en Cuba no puedan efectuarse elecciones como la de la FECh, con múltiples listas, y que no se haya sabido de ningún desfile realizado al margen de la voluntad de los gobernantes?
¿Les importa a los periodistas chilenos el hecho de que en Cuba no haya libertad de prensa?
Por desgracia, en nuestro país no hay ni una sola expresión de solidaridad con quienes luchan en difíciles condiciones por los derechos humanos en Cuba, ni una sola muestra de adhesión a las demandas de una apertura política, que permita la formación de partidos y la convocatoria a elecciones libres en un plazo razonable.
Raúl Castro participa en las cumbres latinoamericanas y es tratado como “presidente”, firma documentos de adhesión a las libertades democráticas y recibe invitaciones de diversos gobiernos. Y luego vuelve a la isla, a gobernar como siempre.
Es cierto que los gobiernos de Estados Unidos, particularmente en los años de la guerra fría, cometieron múltiples arbitrariedades. Pero la guerra fría terminó y la URSS desapareció hace 20 años.
El embargo económico, criticado por moros y cristianos, debe levantarse. Es indispensable que EE.UU. favorezca la normalización de relaciones, lo cual podría influir en las perspectivas de cambio en la isla.
Junto a esto, los países de América Latina no pueden esquivar su propia responsabilidad: deben decir claramente que desean algo tan elemental como que los cubanos vivan en libertad y puedan elegir a sus gobernantes.
Ojalá se produzca en la isla un proceso de transición que permita el reencuentro de los cubanos en torno a los valores de la paz, la libertad y el derecho.
¿Un deseo para 2012? Democracia para Cuba.