El desfavorable resultado obtenido por el Partido Socialista Obrero Español –tan amplio como predecían las últimas encuestas- exige, como todo proceso electoral, una explicación razonada.
El primer elemento que, en mi opinión, se debe establecer es que en los comicios españoles la variable “izquierdas/derechas” no ofrece una adecuada explicación.
La verdadera clave, para España y otros países europeos, tiene que ver con la voluntad de castigo de los ciudadanos a los gobiernos a los que les ha tocado administrar la crisis iniciada en septiembre del 2008.
Una mirada de conjunto a los países europeos muestra que casi en todas partes administraciones de izquierda o derecha se han debilitado y han acabado perdiendo el poder.
Así le ocurrió a los laboristas británicos, luego de una gestión inicialmente muy bien evaluada cuando se inició el mandato de Tony Blair para acabar en completo desplome en el tiempo final de Gordon Brown.
Lo propio le pasó a la izquierda portuguesa y no hace falta recordar el prolongado calvario del recién dimitido gobierno socialista de Grecia, encabezado por Yorgos Papandreu. Pero lo mismo sucedió en el otro extremo del arco político. Acabamos de contemplar el desplome del Primer Ministro Silvio Berlusconi en Italia y el ascenso de una coalición de centro izquierda.
Todas las encuestas vaticinan una derrota del presidente Nicolás Sarkozy en las elecciones francesas del 2012 y la jefa del gobierno alemán Ángela Merkel ha estado perdiendo este año, una tras otra, las elecciones de los Landers alemanes, incluidos algunos bastiones emblemáticos de la CDU, el poderoso partido de derecha que se ha alternado con la socialdemocracia en la dirección de ese país.
Es en este contexto y no en otro en el que hay que situar la obtención de los 186 escaños del Partido Popular en el Congreso español frente a los solos 110 conseguidos por el PSOE.
Es cierto que la diferencia de más de tres millones y medio de votos entre el ganador y el segundo, más el amplio margen de la mayoría absoluta, parecieran ser la señal de una nueva era de prolongado dominio para los vencedores.
Sin embargo, la prolongada perspectiva que los mejores análisis auguran a la crisis europea puede tornar mucho más fugaces de lo que hoy parecen las perspectivas de gestión de quienes acaban de ganar.
El nuevo Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, manejó todo el proceso electoral sobre la base del bajo perfil en materias programáticas y decisiones específicas para afrontar la crisis. Solo recalcó, una y otra vez, los malos resultados de la gestión de Rodríguez Zapatero, especialmente el elevado grado de desempleo que en plena campaña sobrepasó los cinco millones de trabajadores parados, que en un contexto de prolongación de la recesión, vieron reducirse incluso los subsidios que se les otorgaba.
Ahora, inexorablemente, deberá hacerse cargo de las situaciones que en la campaña no definió en un ambiente de impaciencia bien sintetizada en la editorial del diario El País “Futuro sin demoras”.
Los españoles que aceptaron la interpretación de los populares de una mala gestión de la crisis del gobierno socialista tendrán que responder ahora con medidas efectivas y resultados a las señales de conocimiento y capacidad reiteradamente sugeridas en la etapa electoral.
Se trata de un período que se parece más al tiempo regresivo para una rendición de cuentas que al período de gracia que habitualmente acompaña en las sociedades democráticas a los partidos que vuelven al poder.
¿Cuál será la suerte del ex vicepresidente Alfredo Rubalcaba si luego del Congreso que enfrentará el PSOE mantiene el poder?
¿Cómo encarará la reconstrucción del partido en algunos de sus grandes bastiones históricos como Andalucía y Cataluña, donde ya se había experimentado un revés en las elecciones municipales?
¿Qué elementos incluirá la autocrítica de los errores cometidos en la explicación de estos resultados?
Se trata de puntos sustantivos de cuyo correcto enfrentamiento dependerán el ritmo y las perspectivas de un eventual retorno al poder de los socialistas.
De alguna manera que no resulta muy distinta a la de la situación chilena vivida por la Concertación, los socialistas le cambiaron el rostro a España a partir del primer gobierno de Felipe González en 1982. El país que aspiraba a integrarse a un continente como Europa, que muchos afirmaban se terminaba en Los Pirineos, llegó a ser una de las fuerzas dirigentes de la Unión Europea y en su ascenso económico alcanzó a ser la octava economía del mundo.
Un gigantesco ascenso productivo cambió la condición y el modo de vida de los españoles, que pasaron a ser uno de los motores de Europa e hicieron una transición que muchos consideraron ejemplar.
En el camino, sin embargo, los datos estructurales de España variaron de un modo que privó de sentido a los planteamientos históricos del PSOE.
El viejo partido socialista de Pablo Iglesias había nacido como un partido proletario y de los sectores rurales atrasados en los tiempos del primer impulso de la revolución industrial en la península ibérica, discurso y plataforma que mantuvo hasta la derrota de la República en la Guerra Civil.
Al concluir el franquismo, sin embargo, dicha plataforma fue exigiendo correcciones sutiles que acabaron dejando en el camino la retórica y las plataformas ortodoxas que por largo tiempo lo habían sustentado.
Los propios cambios y modernizaciones impulsados por los socialistas hicieron el resto hasta un punto en que se desvaneció la propuesta de una sociedad alternativa y el PSOE comenzó a verse a si mismo como el mejor agente de la continuidad de la modernización española.
Esta nueva perspectiva es la que ha quedado en tela de juicio para ellos cuando en el propio curso de la recesión se han visto obligados a tomar muchos de los componentes más duros de una política de ajustes.
Entonces, junto con ver desgarrada su identidad, han acabado por ceder buena parte de su caudal electoral a Izquierda Unida y a Unión Progreso y Democracia, el partido dirigido por la ex socialista Rosa Diez, que se han llevado más de dos millones setecientos mil votos, casi un 12% del electorado, una cifra que ha incrementado sus caudales electorales aunque tampoco habría permitido al PSOE ganar al PP.
De ahora en adelante España se convertirá en un importante laboratorio político para observar como un partido de derecha, que tiene todas las mayorías deseables pero muy pequeños márgenes de maniobra, se las arregla para levantar una economía maltrecha sin hacer más dura la carga que ya soportan los informales y los desempleados.
Pero también para ver si el viejo Partido Socialista es capaz de recuperar las banderas de la justicia y la solidaridad y ofrecer una alternativa para los desencantados que ayer le volvieron la espalda.