18 nov 2011

América Latina en el entorno global

La presente será la primera de una serie de reflexiones en las que buscaré caracterizar las oportunidades que hoy se ofrecen a América Latina en el marco de la crisis global.

Para adelantar conclusiones y hacer más comprensible la lectura de este texto, mi opinión es que nuestra región vive uno de los momentos más promisorios y favorables de las últimas décadas. Esto ofrece claramente una oportunidad. Del comportamiento concreto que tengamos dependerá que esta no sea una de las muchas oportunidades perdidas que muestra nuestra historia.

Partamos, como corresponde, por una conceptualización de la situación global.

Hace solo un par de semanas, el destacado historiador de las Relaciones Internacionales, Paul Kennedy, actual Director de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale, planteó el asunto de fondo que desde hace un tiempo ronda a todos los expertos en estos temas. ¿Hemos entrado en una nueva era? A su juicio, los datos objetivos indican que es así para lo cual además de valorar la rapidez y magnitud del cambio tecnológico que vivimos, acude a cuatro indicadores.

Primero, la pérdida de valor del dólar estadounidense como divisa única o dominante en la economía mundial, lo que está directamente asociado a una declinación gradual de la hegemonía internacional de Estados Unidos.

Luego, la parálisis del proyecto europeo y el riesgo de que un encadenamiento de las recesiones lleve al fin de la experiencia de integración, tal como fuera definida en Maastricht en 1992.

En tercer término, el surgimiento de China como gran potencia emergente que ha logrado una dinámica asociación en el Asia del Pacífico con Japón, Corea del Sur, Indonesia, India e incluso con Australia.

Estos gobiernos asiáticos, nos subraya Kennedy, “además de su poderío económico, están construyendo armadas para navegar en aguas profundas y nuevas bases militares, adquiriendo aviones cada vez más avanzados y probando misiles de alcance cada vez mayor”.

Un cuarto rasgo del actual contexto es la lenta y creciente decrepitud de Naciones Unidas que ya no puede conducir un orden mundial.

La inmensa recesión, iniciada con la quiebra de Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008, se ha prolongado y profundizado más allá de todas las estimaciones iníciales, replanteando la urgencia de establecer un nuevo sistema internacional.

El problema de nuestro tiempo es que en los últimos veinte años—desde la caída del Muro de Berlín y del fin de la Unión Soviética, que clausuraron la Guerra Fría—hemos vivido un inédito agolpamiento de anuncios de “nuevas eras internacionales”.

Primero, tras el fin de la URSS, se instaló la imagen de un mundo unipolar en que Estados Unidos tenía un poder casi ilimitado, en especial en las esferas militar y comunicacional.

Se hablaba entonces de una amplia capacidad de intervenciones militares externas y así pareció probarlo la primera Guerra del Golfo Pérsico, para evitar la anexión de Kuwait por Irak.

Pero solo once años después, con los ataque a las Torres Gemelas en Nueva York y al Pentágono en Washington, Al Qaeda puso a temblar a Estados Unidos y modificó la anterior imagen de una superpotencia sin límites. Entramos a la lucha global contra el terrorismo de G.W. Bush y a las intervenciones militares preventivas en Afganistán e Irak.

Entonces, la imagen de un desgaste acelerado de las capacidades de Washington, reemplazó a la del “gendarme global de la etapa previa”. Pero la lucha contra las acciones terroristas del fundamentalismo islámico también duró poco, pues la recesión actual ha afianzado las tendencias que la situación internacional perfilaba.

En la primera década del siglo XXI, la economía china creció a un promedio de 10.3% anual, mientras que la de Estados Unidos lo hizo solo a un 2%. Aunque las distancias todavía son grandes, en los centros de análisis estratégicos de Washington el asunto central ha pasado a ser en qué momento el PIB de China sobrepasará al de Estados Unidos al avanzar este siglo.

Pero China no solo ha pasado a ser una potencia emergente, sino que desde 2007 ha establecido un bloque—el BRICS—que suma su fuerza a la de Brasil, Rusia, India y Sudáfrica. En su conjunto, esta coalición de cinco países emergentes muestra mucho más dinamismo que el G7, donde Estados Unidos se asocia con los demás países desarrollados.

En corto tiempo dejó de ser regido por los países centrales y se halla ante una competencia de estos con el bloque de naciones emergentes que aventajarán, económicamente, al G7 en algún momento de la década que se inicia el 2030.

Nuestro tiempo es, de este modo, un período atípico en que no termina de consolidarse un orden internacional de remplazo del que se negoció al concluir la Segunda Guerra Mundial—en Bretton Woods, en el plano económico con la creación del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional—y en San Francisco, en el ámbito político, con la creación de Naciones Unidas y su estructura de poder, basada en un Consejo de Seguridad que consagraba la primacía de Estados Unidos y la Unión Soviética, los vencedores de las potencias del Eje.

La transición internacional de la Posguerra Fría se ha arrastrado por más de dos décadas y recién ahora podemos empezar a identificar las piezas que darán lugar a un orden de remplazo del que ahora prevalece.

En este complejo contexto, la posición de América Latina resulta muy favorable, particularmente en lo que hace a los países de América del Sur.

Lejos de la amenaza de los circuitos del terrorismo de las organizaciones fundamentalistas ligadas al Islam y fuera, también, del epicentro de los países afectados por la recesión económica actual, somos de las regiones que se repuso luego de la contracción iniciada en 2008 y que muestra perspectivas económicas, por primera vez en décadas, muchísimo más favorables que las de Estados Unidos y los países desarrollados.

Nuestro desafío es actuar con una perspectiva económica y geopolítica que nos ofrece ocasiones mucho mejores para aumentar nuestro protagonismo y peso internacionales.

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  • http://www.facebook.com/people/Patricio-Valenzuela-Ormeno/607859346 Patricio Valenzuela Ormeno

    Esta gran oportunidad en el plano económico para América Latina es a la vez un desafío.   Discrepo en que América Latina haya tenido antes otras oportunidades que haya desperdiciado.  Creo que las oportunidades anteriores estaban fuertemente subsidiadas desde alguna potencia económica, y esta es la primera vez que América Latina puede salir a delante por sus propios medios, y dando lecciones a Europa y los EEUU.
    Puede demostrar que las recetas que nos fueron aplicadas en este continente por el BM y el FMI y que nos formaron en el rigor, también deben ser aplicadas en los países desarrollados a pesar de la resistencia que provocan en la población de esos países.
    El gran problema que veo en el futuro geopolítico, es que la nación que aparece liderando el crecimiento económico y la influencia global, es un país no democrático, al cual muchos países le estamos “vendiendo el alma”.  Hay que ver si el crecimiento económico de China y las mayores libertades económicas en ese país, fuerzan un giro hacia una mayor participación de sus ciudadanos en la elección de sus autoridades y en las decisiones políticas internas.

  • http://www.facebook.com/people/Patricio-Valenzuela-Ormeno/607859346 Patricio Valenzuela Ormeno

    Esta gran oportunidad en el plano económico para América Latina es a la vez un desafío.   Discrepo en que América Latina haya tenido antes otras oportunidades que haya desperdiciado.  Creo que las oportunidades anteriores estaban fuertemente subsidiadas desde alguna potencia económica, y esta es la primera vez que América Latina puede salir a delante por sus propios medios, y dando lecciones a Europa y los EEUU.
    Puede demostrar que las recetas que nos fueron aplicadas en este continente por el BM y el FMI y que nos formaron en el rigor, también deben ser aplicadas en los países desarrollados a pesar de la resistencia que provocan en la población de esos países.
    El gran problema que veo en el futuro geopolítico, es que la nación que aparece liderando el crecimiento económico y la influencia global, es un país no democrático, al cual muchos países le estamos “vendiendo el alma”.  Hay que ver si el crecimiento económico de China y las mayores libertades económicas en ese país, fuerzan un giro hacia una mayor participación de sus ciudadanos en la elección de sus autoridades y en las decisiones políticas internas.

  • http://www.facebook.com/MiGueL.AnGeL.ParDo.BeNaViDeZ Miguel Ángel Pardo Benavidez

    El escenario global se presenta
    y proyecta, a lo largo de toda la historia del siglo XX y en esta primera
    década del siglo XXI, con altísimo dinamismo y variabilidad.

     

    Para buena parte de la población,
    es la incertidumbre y no un “orden” internacional el que prima en la actualidad,
    y menos aún, la hegemonía de alguna potencia en particular, reconociendo que,
    más que nunca, dicho escenario, y como efecto del intenso proceso de
    globalización e interdependencia de los distintos mercados a la economía
    mundial, debiera ser caracterizado como un periodo que cierra la “unipolaridad”
    de occidente y amplía los márgenes, como bien dice el autor, hacia el mundo
    emergente, con modelos poco ortodoxos -a juicio de nuestra “exacerbada
    occidentalidad”-, pero que responden con mayor margen de maniobra a las cada
    vez más constantes “crisis”, sean estas venidas de los déficit de la Democracia
    Liberal, como de su inseparable compañero, el Sistema Económico Neoliberal.

     

    En tal sentido, este nuevo
    escenario se presenta como un periodo de multipolaridad que no necesariamente
    debiese ser entendido como un proceso de profetizada decadencia para los países
    del G8, ni de bienaventurado futuro para los países emergentes, sino que, a mi
    parecer, es un proceso marcado por los acertijos, los laberintos, encrucijadas,
    etc, en fin, de peligros y oportunidades, bajo el doble significado de crisis.

     

                Latinoamérica,
    y comparto la apreciación de Patricio, desde que se incorpora al mercado mundo
    –reconociendo que su “hallazgo” obedece a fines mercantiles-, fue subordinado
    económicamente a las metrópolis de la época, y posteriormente, a los países
    potencia de turno. De hecho, los intentos de industrialización de mediados del
    siglo XX –industrialización por sustitución de importaciones- son una respuesta
    de los países de la región a la política económica de los países desarrollados,
    centros industriales de aquel momento, y que, a excepción de Brasil, no
    representó un cambio en la estructura productiva. Es, en tal sentido, que la
    actual situación de nuestros pueblos, más allá de la modernización material de
    nuestras vidas, y en subir algunos puntos en los índices de desarrollo humano,
    no ha visto modificada su posición periférica en el mercado mundial, siendo
    igualmente susceptible a los resultados de la economía mundo.

     

                Más
    allá del temor -y en eso me distancio de Patricio-, al modelo “no democrático”
    de China, resulta quizás de mayor atención la extensiva disconformidad con el
    modelo de desarrollo seguido buena parte de occidente, y en tal sentido, por
    nuestros pueblos, que han intentado conjugar Democracia (liberal) y Capitalismo
    (neoliberal). A mi entender, la asociación paradigmática entre Democracia y
    Capitalismo está en crisis, evidencia de ello está no sólo en nuestro país –Chile-,
    el que se ha visto fuertemente resentido por el fundamentalismo dogmático, al intentar
    hacer compatible –forzosamente- democracia liberal (¿protegida?), y
    neoliberalismo (¿social de mercado?), sino en ese mal sabor de boca que como
    sociedad tenemos, manifestado tanto en movilizaciones sociales de carácter transnacional
    que cuestionan abiertamente una democracia que habla de libertad, justicia e
    igualdad (sólo reducida a la legalidad, claro está), como un sistema económico
    capitalista que se supera constantemente a sí mismo en la generación de la
    hipercompetencia entre individuos con “desigual ingreso y fortuna”,
    reproduciendo un modelo que beneficia a “los más fuertes y adaptables al medio”.

     

                ¿Tendrá
    Latinoamérica la fortaleza y adaptabilidad para sobrevivir a este contexto de
    incertidumbre y reacomodo global? Esperemos que, desde los “márgenes del
    desarrollo”, la tengamos.

  • http://www.facebook.com/MiGueL.AnGeL.ParDo.BeNaViDeZ Miguel Ángel Pardo Benavidez

    El escenario global se presenta
    y proyecta, a lo largo de toda la historia del siglo XX y en esta primera
    década del siglo XXI, con altísimo dinamismo y variabilidad.

     

    Para buena parte de la población,
    es la incertidumbre y no un “orden” internacional el que prima en la actualidad,
    y menos aún, la hegemonía de alguna potencia en particular, reconociendo que,
    más que nunca, dicho escenario, y como efecto del intenso proceso de
    globalización e interdependencia de los distintos mercados a la economía
    mundial, debiera ser caracterizado como un periodo que cierra la “unipolaridad”
    de occidente y amplía los márgenes, como bien dice el autor, hacia el mundo
    emergente, con modelos poco ortodoxos -a juicio de nuestra “exacerbada
    occidentalidad”-, pero que responden con mayor margen de maniobra a las cada
    vez más constantes “crisis”, sean estas venidas de los déficit de la Democracia
    Liberal, como de su inseparable compañero, el Sistema Económico Neoliberal.

     

    En tal sentido, este nuevo
    escenario se presenta como un periodo de multipolaridad que no necesariamente
    debiese ser entendido como un proceso de profetizada decadencia para los países
    del G8, ni de bienaventurado futuro para los países emergentes, sino que, a mi
    parecer, es un proceso marcado por los acertijos, los laberintos, encrucijadas,
    etc, en fin, de peligros y oportunidades, bajo el doble significado de crisis.

     

                Latinoamérica,
    y comparto la apreciación de Patricio, desde que se incorpora al mercado mundo
    –reconociendo que su “hallazgo” obedece a fines mercantiles-, fue subordinado
    económicamente a las metrópolis de la época, y posteriormente, a los países
    potencia de turno. De hecho, los intentos de industrialización de mediados del
    siglo XX –industrialización por sustitución de importaciones- son una respuesta
    de los países de la región a la política económica de los países desarrollados,
    centros industriales de aquel momento, y que, a excepción de Brasil, no
    representó un cambio en la estructura productiva. Es, en tal sentido, que la
    actual situación de nuestros pueblos, más allá de la modernización material de
    nuestras vidas, y en subir algunos puntos en los índices de desarrollo humano,
    no ha visto modificada su posición periférica en el mercado mundial, siendo
    igualmente susceptible a los resultados de la economía mundo.

     

                Más
    allá del temor -y en eso me distancio de Patricio-, al modelo “no democrático”
    de China, resulta quizás de mayor atención la extensiva disconformidad con el
    modelo de desarrollo seguido buena parte de occidente, y en tal sentido, por
    nuestros pueblos, que han intentado conjugar Democracia (liberal) y Capitalismo
    (neoliberal). A mi entender, la asociación paradigmática entre Democracia y
    Capitalismo está en crisis, evidencia de ello está no sólo en nuestro país –Chile-,
    el que se ha visto fuertemente resentido por el fundamentalismo dogmático, al intentar
    hacer compatible –forzosamente- democracia liberal (¿protegida?), y
    neoliberalismo (¿social de mercado?), sino en ese mal sabor de boca que como
    sociedad tenemos, manifestado tanto en movilizaciones sociales de carácter transnacional
    que cuestionan abiertamente una democracia que habla de libertad, justicia e
    igualdad (sólo reducida a la legalidad, claro está), como un sistema económico
    capitalista que se supera constantemente a sí mismo en la generación de la
    hipercompetencia entre individuos con “desigual ingreso y fortuna”,
    reproduciendo un modelo que beneficia a “los más fuertes y adaptables al medio”.

     

                ¿Tendrá
    Latinoamérica la fortaleza y adaptabilidad para sobrevivir a este contexto de
    incertidumbre y reacomodo global? Esperemos que, desde los “márgenes del
    desarrollo”, la tengamos.