En un hecho inédito, cerca de 4.2 millones de tunecinas y tunecinos (el 54% de la población en condiciones de votar) expresaron su voluntad en unos comicios que serán recordados por mucho más que aquel 90% de participación.
Claro, pues, en algo sin precedentes, la población de Túnez dio a conocer su opinión respecto a quienes tendrían que ocupar los 217 asientos de la Asamblea Constituyente.
Esto último es algo de gran relevancia, ya que este organismo será el encargado de darle mayor fuerza y forma al proceso de democratización. Su existencia e importancia radica en impulsar la formación de un nuevo gobierno y de la armonización de las nuevas fuerzas políticas.
La votación estuvo fuertemente marcada por la especulación respecto al destino que tendrían Ennahda (islamista) y Ettajdid (ex comunista), dos fuerzas que habían sido forzadas al exilio durante la dictadura de Ben Alí.
Las dudas también apuntaban a cómo le iría al Partido Demócrata Progresista (PDP, centro-izquierda laica) y a otros como el Congreso para la República (CPR, dirigido por Moncef Marzouki y de tendencia islamista) y el Partido Comunista de los Obreros de Túnez (PCOT).
En este contexto, los acérrimos defensores del laicismo tunecino no vaticinaban más del 25% para Ennahda, principal partido islamista, algo que parecía tan antojadizo como irreal.
Los resultados parciales –aún sin oficializarse- dan a entender que la victoria de los islamistas será muy contundente.
Ya se sabe que los tunecinos residentes en el extranjero le dieron nueve de los 18 escaños a Ennahda, partido que habría obtenido, en total, cerca del 40% de las preferencias y unos 60 cupos en la Asamblea Constituyente.
Otro dato a tomar en cuenta es que los islamistas de Ennahda ganaron en forma homogénea, es decir, en casi todas las regiones del país.
Esta situación no debiese sorprender. La campaña de Ennahda, liderada por su hábil líder Rachid Ghannouchi, fue una constante apenas se concretó la caída de Ben Alí.
Es así que el éxito que ha tenido este partido –que existe como tal sólo desde marzo de 2011, pues durante la dictadura fue declarado ilegal- no debiese extrañar.
Básicamente, por tres motivos.
Primero, que el laicismo tunecino parecía ser algo más cercano a la imposición que al deseo de toda una sociedad.
Segundo, un gobierno secular podría reflejar, inconscientemente, un continuismo de Ben Alí, fiel propulsor y defensor del universo laico en Túnez.
Tercero, el islamismo siempre estuvo muy presente en las sociedades magrebíes y Túnez no fue la excepción.
Que Ennahda haya sido ilegalizado por Ben Alí y que su cúpula haya sido destinada al exilio no fueron motivos suficiente para “extirpar” el movimiento islamista de una buena parte de la población tunecina.
Ahora, en momentos en que sólo falta que se oficialice el triunfo de Ennahda, cabe reflexionar sobre lo que ha acontecido. Lo que ocurra en Túnez será de gran relevancia, no sólo para este país, sino que para el mundo árabe, pero, particularmente, para el Magreb y el Espacio Mediterráneo.
El asunto entrega dos variables muy importantes. Desde el punto de vista regional, un proceso de transición democrática exitoso podría ayudar a que la situación de Egipto, que parece entrampada, logre ver una salida positiva. También, debería servir para que Libia esté atenta y entienda que el diálogo es lo primordial en la nueva era pos Gaddafi.
Desde el punto de vista político-religioso, lo que ocurra con los islamistas en Túnez podrá ser algo que juegue a favor o en contra de estos movimientos.
Ennahda es cercano a la Hermandad Musulmana, pero asegura que su modelo es el islamismo impulsado por Recep Tayyip Erdogan en Turquía, es decir, con un paradigma conservador, pero moderado.
Por eso, habrá que ver cómo se plasma esto en la sociedad tunecina, que igualmente tiene una buena base que apoya al laicismo.
En momentos en el cual el islamismo parece ser una fuerza dominante en el Magreb (Libia y Túnez con hechos concretos; en Marruecos se espera que los islamistas tengan una buena votación en las legislativas de noviembre; y en Argelia el islamismo sólo es detenido mediante la represión del estado), resultará demasiado relevante lo que ocurra con Ennahda y su mayoría en Túnez.
Si busca el diálogo y la armonía –algo que aparentemente será así-, sus hermanos magrebíes y árabes sentirán que ese es el buen camino, mientras que sus vecinos europeos estarán tranquilos y dispuestos a apoyarlos con aún mayor interés.
Sin embargo, si se tiende al islamismo conservador, guiñando un ojo a Irán y Sudán, por dar dos ejemplos, el orden regional será muy distinto y, en tal caso, podría generarse un nuevo escenario.
El islamismo a ultranza del Magreb o el choque entre los moderados y los radicales.
Y ninguno de los dos parece ser algo alentador.