No pretendo en unas pocas líneas desentrañar las distintas hebras que permiten entender las dificultades reales que enfrenta el conflicto árabe-israelí, y que explican el porqué pese a las buenas intenciones de muchos, la paz entre ambos pueblos resulta tan esquiva.
En estas modestas líneas solo deseo evidenciar como a la luz del último discurso en las Naciones Unidas del Presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) Mahmud Abbas, la ilusión de quienes creemos genuinamente en una solución de dos Estados para dos pueblos, está más lejos que antes.
Ni la retórica de Abbas ni el simbolismo de la solicitud de incorporación de Palestina como estado miembro de la ONU pueden disimular tan evidente situación.
Y ello, no por las razones obvias como es el hecho que sólo un diálogo bilateral con Israel podrá en el hecho materializar el anhelo de estadidad del pueblo palestino, sino que por la forma en que sistemáticamente la Autoridad Nacional Palestina rehúye la esencia del conflicto.
En efecto, detrás de la posición palestina de rechazar las negociaciones directas de paz con Israel –como incluso lo propuso esta misma semana el llamado “Cuarteto” integrado por la Unión Europea, Rusia, EEUU y la ONU- y en su lugar buscar apoyo multilateral en la ONU, se esconde el verdadero trasfondo del conflicto. Su corazón, que no es sino la sistemática negativa palestina y árabe en general para vivir en paz con un estado judío en la región.
No lo aceptaron en 1947 cuando la misma ONU recomendó la partición del territorio mediante resolución 181 de 29 de Noviembre de ese año en un estado árabe y otro judío; no lo aceptaron jamás en los años siguientes que mediaron hasta la llamada Guerra de los Seis Días de 1967 en que Israel capturó la Cisjordania (las bíblicas Judea y Samaria), Gaza y reunificó Jerusalén.
Este período de 19 largos años es especialmente ilustrativo pues Jordania anexó Cisjordania incluyendo Jerusalén Oriental, y Egipto anexó Gaza, sin que nadie reivindicara la creación de un Estado Palestino en dichos territorios que estaban en manos árabes.
El rechazo a su vez a la propuesta del Presidente norteamericano Bill Clinton en Camp David en el año 2002 que contemplaba el término del conflicto a cambio del retiro israelí de todo Gaza y del 95% del territorio de Cisjordania con un canje territorial por tierras equivalentes al restante 5%; así como el rechazo a la posterior propuesta del Primer Ministro Israelí Ehud Olmert hace pocos años en que el 95% se incrementaba a un 97%, con un canje territorial mutuamente acordado de solo 3%, reflejan la intransigencia palestina.
Sin ir más lejos en la actualidad no sólo el grupo terrorista Hamas niega el derecho a la existencia del Estado de Israel y lo señala con todas sus letras en su carta fundacional, sino que también lo llamados grupos moderados (como Al Fatah u otros que integran la Organización para la Liberación de Palestina y la ANP) usan sin disimulo en todos sus escudos, material de estudio, banderas, etc. un mapa que incluye el territorio de Israel.
En otras palabras, no reconocen soberanía de Israel sobre ninguna parte del territorio, y no sólo sobre Cisjordania y Gaza donde supuestamente se crearía el futuro estado palestino.
Esta situación recuerda aquellos mapas argentinos que incluyen la Región Antártica chilena, o aquellos que en su tiempo incorporaban las Islas Picton, Nueva y Lenox en el Canal del Beagle al territorio de la República Argentina y que tanto escozor causaba a nuestra Cancillería.
Así, ni los asentamientos, ni la ocupación israelí de Cisjordania – de Gaza Israel se retiró completamente en el año 2005 para recibir en retribución el lanzamiento de miles de cohetes desde dicha franja de tierra a las ciudades del sur de Israel- son la causa del problema, sino consecuencia de él, y excusa a su vez para no negociar un termino del conflicto.
Ello, pues aunque se creara un Estado palestino con fronteras debidamente acordadas entre Israel y la ANP, el conflicto seguiría atizado con la pretensión palestina de alterar la naturaleza y demografía del Estado de Israel.
Ello, pues al cuestionar –o para este mismo efecto, al no reconocer- su carácter judío, lo que se aspira es generar las condiciones a futuro para que Israel deje de ser el hogar nacional del pueblo judío, o si se quiere su estado-nación, como por lo demás la propia ONU declaro en la referida resolución 181 de 1947.
En este sentido las omisiones en el discurso de Abbas ante la Asamblea General de las Naciones Unidas son más reveladoras que sus propias palabras, pues evidencian lo que muchos se niegan a ver o aceptar.
Mahmud Abbas textualmente dijo: “vengo ante ustedes desde la Tierra Santa, la tierra de Palestina, la tierra de los mensajes divinos, de la ascensión del Profeta Mahoma (que la paz este con él) y del nacimiento de Jesucristo (que la paz este con él) para hablar en representación del pueblo palestino”…
Curiosa pero significativa síntesis histórica escogió Abbas. En su cuidado discurso –pues ante tan significativa ocasión el lector convendrá conmigo que Abbas no improvisó- omitió cualquier mención al pueblo judío y su historia milenaria en esas tierras bíblicas.
Bien pudo Abbas contentarse con una genérica referencia a la importancia de Tierra Santa para las tres religiones monoteístas –Cristianismo, Judaísmo e Islam. Al no hacerlo sólo amplificó su evidente esfuerzo por desconocer todo vínculo judío con esas tierras y su historia.
Olvidó ciertamente el sacrificio de Abraham a su hijo en el monte Moriah (Monte del Templo), o el éxodo del pueblo judío desde Egipto a Canaán, guiado por Moisés. Olvido al Rey Salomón, al Rey David, y a los profetas.
Olvidó a las Doce Tribus de Israel. Incluso no recordó que el propio Jesús de Nazaret y sus apóstoles eran judíos.
Olvidó que Jesucristo predicó ante ese pueblo judío en Jerusalén y en Galilea. De hecho, los vestigios de la Sinagoga de Capernaum junto al Mar de Galilea nos recuerdan precisamente esto último.
Abbas silenció más de tres mil años de historia. Ignoró deliberadamente el vínculo entre el pueblo judío y la Tierra de Israel. El pueblo judío nació en esas tierras. Sus textos sagrados emergieron allí, sus templos se erigieron en ellas, e incluso cuando fue exiliado por la fuerza, nunca dejó de soñar con su retorno.
Al leer la Biblia encontramos a Jerusalén y a Sión literalmente centenares de veces. Por lo demás el pueblo judío debe su nombre a la tierra de Judea, parte de lo que hoy se conoce como Cisjordania, y que son territorios administrados por la Autoridad Nacional Palestina tras los acuerdos de Oslo en 1993.
Nada de eso mencionó Abbas creyendo que es posible reescribir la historia. Sin embargo la historia es porfiada y aunque la narrativa y propaganda de una parte busque alterarla, y modificarla, ella permanece ahí para recordarnos la testaruda realidad.
De allí que resulte relevante la intervención de la ministro de Relaciones Exteriores de España Trinidad Jiménez en la misma Asamblea General de la ONU a solo 24 horas del discurso de Abbas.
Sus palabras son significativas pues España es en la Unión Europea uno de los principales países que apoyan la reivindicación palestina y por ende mal podría la Autoridad Nacional Palestina reprocharle parcialidad. Lo que Abbas silenció o censuró con extremo rigor, la Canciller española con especial elocuencia explicitó.
¿Qué dijo la Canciller Jiménez?
“Quiero subrayar el compromiso de España con Israel en tanto plasmación del proyecto de crear un hogar nacional para el pueblo judío. Desde su fundación, Israel ha conocido varias guerras y el dolor del terrorismo contra su población civil. Para España es esencial la seguridad de este joven Estado nacido de un pueblo antiguo”.
Y luego añadió:
“El futuro acuerdo de paz habrá de estar volcado hacia el futuro, volviendo la espalda a los dolorosos años del conflicto. Por ello, Israel y Palestina han de tener la certeza de que, con su firma del acuerdo de paz, quedarán superadas las reivindicaciones originadas por el conflicto. Asimismo, la solución que se dé al doloroso drama de los refugiados palestinos, deberá ser justa y acordada por todas las partes afectadas, permitiendo la preservación del carácter actual de Israel. El Estado palestino será, también en este ámbito, un elemento clave para la superación definitiva del conflicto.”
A buen entendedor pocas palabras. España dijo con claridad lo que Abbas y los palestinos rehúyen.
El gobierno socialista español de Rodríguez Zapatero comprendió la esencia del conflicto y por ende, no obstante abogar por la futura creación de un estado palestino, apoyó con firmeza el que Israel sea la concreción del proyecto de hogar nacional para el pueblo judío.
España no dudó en señalar que la problemática de los refugiados palestinos deberá ser resuelta por las partes, preservando siempre el carácter actual de Israel, esto es, su carácter de estado judío.
Si lo que dijo España hubiera sido parte del discurso del Presidente de la Autoridad Nacional Palestina hoy todos miraríamos con mayor optimismo el futuro de este largo conflicto.
Habría legítimo espacio para la esperanza. Lastimosamente, Abbas optó por intentar reescribir la historia. No existe nada más peligroso que creer que la fantasía puede llegar a ser una realidad. Ello conduce a los más graves errores y éste, pienso, bien pudo ser uno de ellos, o al menos una nueva oportunidad desperdiciada.
Como acertadamente lo han hecho notar muchos, la realidad es que el estado palestino no se creará como resultado de resoluciones en asambleas internacionales, sino que del diálogo y el acuerdo bilateral con Israel.
Para que ello sea posible es esencial -tal como lo dijo España- que la Autoridad Nacional Palestina, el pueblo palestino y el mundo árabe en general, acepten el carácter de estado-nación del pueblo judío que tiene Israel.
Mientras no se reconcilien con esta realidad y con la historia seremos muchos los que seguiremos anhelando la paz para estos dos pueblos desangrados por el enfrentamiento.