«Durante siete días continuó el baile, el ruido, el beber. Todo ocurría en un mundo irreal…» (E. Hemingway)
Al estentóreo grito de “Pamplonesas, pamploneses. ¡Viva San Fermín! ¡Gora San Fermín!. ¡Felices fiestas!”, por parte del estrenado alcalde (UPN), y con el lanzamiento del tradicional “Chupinazo” desde el balcón mismo del Ayuntamiento de la hermosísima ciudad de Pamplona, se dio inició el día jueves 7 de julio a la tradicional corrida de los “Sanfermines” en su versión 2011.
La “fiesta mayor” o la “fiesta grande” de España.
En esta ocasión, se conmemoró los 51 años de la última visita de Ernest Hemingway a los “Sanfermines de Pamplona”. Hace exactamente ese tiempo que se le vio por última vez desayunando, como de costumbre, chocolate con churros en el “Café Iruña” de la “Plaza del Castillo”. Un año más tarde, en 1961, se descerrajaba un escopetazo en la cabeza en la ya mítica Cuba de Fidel y el Che.
De tal modo que también se recordaron los cincuenta años de la trágica muerte de este legendario personaje, que nació y murió en julio, el mes de “Los Sanfermines”, y que marcó a fuego este insuperable rito urbano popular al inmortalizarlo en su novela The sun also rises (mal traducida como Fiesta), publicada en octubre de 1926 por la editorial neoyorkina Scribner’s.
Este año la “fiesta de las fiestas” de España coincidió, también, con las otras “fiestas” que se han montado en este país.
Con la “fiesta” de los Indignados, que llevó, inéditamente, a miles de españoles a manifestarse en las calles de todas las ciudades contra los políticos corruptos e ineficientes.
Desplegando, a partir de sus singulares dramaturgias y modos de apropiación / subversión del espacio, las calles y las plazas de toda España, su vigilancia y denuncia y su ávida condena moral. Es que la fiesta es prima hermana de la revuelta, como dice Manuel Delgado el gran antropólogo urbano barcelonés.
También, está la fiesta de Rubalcaba candidato presidencial del ocaso del “SOE”,que renunciando tardíamente a la vicepresidencia de la nación, ha tenido la desfachatez de jugar -literalmente- con el serio problemón que representan los más de cuatro millones de desempleados de este país; afirmando, en un desaforado impulso electoralista, que “tiene la receta para acabar con él”.
Tamaña afirmación constituye un desafortunado desliz demagógico o una inaceptable inmoralidad –como se lo han hecho saber lúcidamente algunos voceros políticos. En seis años que lleva siendo el número dos del gobierno, ¿por qué no las aplicó?
Es más, ¿por qué ha votado a favor de cada una de las desagraciadas medidas, por decir lo menos, adoptadas por su insufrible gobierno?
O la fiesta que se han montado los “PePeros” valencianos, defenestrando a su máximo líder, Francisco “Paco” Camps (“El amiguito del Alma”, como trascendió a las escuchas telefónicas), también conocido como “El Cura Camps”. Una de las más repugnantes figuras de la derecha españolista.
Es el cabeza visible del más grave caso de corrupción de la “democracia” española: “La Trama Gürtel” (trama corrupta de empresas y contratos irregulares relacionada con el financiamiento ilegal del PP) ¡Y no se lo pierdan! Ganó, imputado y todo, espectacularmente las elecciones del 22-M. Los pueblos tienen los gobiernos que merecen.
¡Uf! Odio esa afirmación.
Volviendo a “la corrida” de este año. Fue como nunca, particularmente rápida (cada uno de los encierros) y limpia, salvo uno que otro tocado, que al margen del susto y del ridículo, no hubo nada serio que lamentar. Cada impecable “encierro”, rondó, como promedio, los dos minutos.
Además, este año no se desató con toda su fiereza la antipática polémica anti taurina de siempre. Hay regiones de España en donde, derechamente se ve la “fiesta taurina”, pese a su imponente influjo y herencia cultural romana, como un inaceptable acto de barbarie dotado de un fuerte tufillo al más rancio y recalcitrante nacionalismo español de cuño franquista, del tipo de la “¡España, única, grande y libre!”.
El artificio y el cinismo de esta polémica a ratos resultan patéticos. Es que en una sociedad que ha sucumbido espectacularmente a la intolerancia y el odio, en donde la fuerza de la xenofobia y el racismo se expanden como una gigantesca mancha de aceite por todo el territorio nacional y sus barrios populares, resulta inaceptable cualquier atisbo de posiciones contrarias al mosqueo a los toros.
Esta hipersensibilidad con el tema taurino en Catalunya terminó, el pasado año, con la prohibición de las “corridas de toros” en medio de un debate tan artificial como alienante.
Contradictoriamente, hay que decirlo, perviven numerosas fiestas en pueblos de la Catalunya profunda en donde los toros son el epicentro (“Bous al carrer”, “Bous embolats”, “Bous capllaçats”) no menos “perverso” que en las tradicionales corridas de “Las Ventas” de Madrizzz o de “La Monumental” de Barcelona.
Es un debate que inunda todo el territorio y que sirve, en verdad, para ver enfrentadas, una vez más, las dos Españas al alero de su imperfecta democracia y sistema electoral que ve facilitado el duopolio político, y que escenifica esta perfecta y maniquea escisión del país.
Las dos caras de la moneda, sus dos visiones de mundo. El conservadurismo, los amantes del statu-quo, del “orden” y el sosiego versus los rebeldes promotores de la sempiterna revuelta, la fiesta y el jolgorio. Lo dionisiaco y los apolíneo, los azules y los rojos, como quiera que se les llame, a riesgo de este sesgado retrato.
En cualquier caso, están siempre los que defienden a “capa y espada” la “privatización” del espacio público (y de todo), su vaciamiento y su casi “militarización”, pues lo conciben agorafóbicamente como peligroso persé.
El lugar agreste, intolerante y xenófobo en donde acecha “el otro”, llámese extranjero, puta o “Yonqui”. Bogan por más dotación, patrullaje y control policial, por más cámaras de vigilancia, por más prohibicionismo, por el cierre de bares, discotecas y demás lugares de ocio.
Es que en el país de los “puros” y los “porros”, ya no se puede ni fumar un cigarro tranquilamente en un bar o en un café de toda la vida. Este año se llegó completamente al absurdo.
Como muestra un botón, la celebración del “orgullo gay”, se hizo ridículamente a la media tarde madrileña con los participantes enfundando en los oídos cascos de MP3, porque al pechoño alcalde de Madrid, simplemente, no le gusta la música ni el ruido del carnaval. Fue una esperpéntica fiesta de mimos, gestual y gutural, acaso no menos atractiva por cierto.
Un efecto indeseado.
Por la otra banda están, los que lisa y llanamente, defienden el “espacio público” diverso, plural, amigable, un lugar que facilita el diálogo y el vínculo social, visto como ámbito privilegiado para el encuentro y el re-encuentro de las personas que resalta la importancia de la dimensión humano del habitar de la ciudad. Que no hace sino ver facilitada una de las más grandes conquistas de la humanidad: la convivencia.
Es la ciudad hecha por y para el hombre, para vivirla, sentirla y decirla. Y más allá de la pulcritud, la asepsia de las calles y piletas de estilo, el civismo los boulevard, los malls, de los edificios de cristal, las plazas duras y las circundantes grandes arterias y avenidas que cercenan la ciudad “extendida”, se está amenazando e infectando la hermosa e histórica ciudad europea concentrada, la ciudad de los cafés, las callejuelas de adoquín, las librerías…
Ahora bien, resulta más o menos evidente que la fiesta de los Sanfermines de Pamplona ha sufrido una importante mutación y hasta un grave deterioro, si se quiere, en tanto patrimonio cultural inmaterial de la ciudad.
Es que hoy no es ni pariente a lo que el viejo, depresivo y alcohólico escritor yanqui vio hace exactamente 51 años atrás.
Se ha desvirtuado el encierro, su calidad y cantidad de los corredores, la seriedad y el rigor del rito ha sucumbido claramente ante la industria del turismo masivo y barato, que tiene como protagonistas hordas etílicas de “Guiris” (Según Inciclopedia corresponde al “nombre genérico con el que se denomina en España a los visitantes extranjeros y/o extraterrestres”. Preferentemente centro europeos) robustos, sonrosados, borrachos e ignorantes que invaden las estrechas callejuelas del casco antiguo de Pamplona en busca de adrenalina y emoción barata y desbocada.
Ha claudicado la fiesta ante “el turismo de bajo standing”, que sólo condice a todo tipo de excesos a bajo coste, la misma claudicación que ha destruido toda la Costa del Mediterráneo, de la mano de los especuladores y los corruptos que promovieron “la burbuja”, el boom inmobiliario y el ladrillazo.
Esta es la verdadera causa de la destrucción de una parte de la enorme riqueza de este país, su patrimonio natural, ecológico y cultural.
Por ello, podemos cuestionar y, muy francamente, la calidad estética y ética de esta místico, sacrosanto y atávico “encierro de toros”. Añorar lo que fue, su vorogine, la mística, el vértigo y el temple de los corredores y su proeza, la emoción y el estupor de sus espectadores. Todo es plausible y legítimo.
Asimismo, antes que mejorar in stricto sensu su rígido reglamento, hacerlo cumplir -¡que no lo respeta ni Dios!- ¿Ampliar el control policial?, si son cerca de tres mil efectivos policiales los destinados a cautelar el orden de la fiesta. ¿No sería mejor reducir la cantidad y calidad de los participantes de la corrida e incluso restringir la participación sólo a “los que saben correr”?
Pero puesto a mejorar de verdad, el asunto pasa necesariamente, a nuestro juicio, por empoderar a sus participantes, por generar mayores niveles de involucramiento ciudadano en la corrida, tanto en sus aspectos organizativos y logísticos.
Y no por su castración, su cercenamiento, ni por su metamorfosis en corridas de “vacas mansas” -para que puedan correr mujer, niños y los mayores, como se ha dicho absurdamente más de una vez. Ni pasa, tampoco, por extenuar y reprimir a los participantes ni restringir la participación con excesivos controles policiales y sanitarios (alcotest, narcotest, etcétera).
Porque el fundamento de la fiesta, contrariamente, pasa por promover, junto al consabido entrecruzamiento ciudadano, las libertades civiles, individuales y culturales. Ese es el real sentido de la fiesta en una sociedad. El sentido profundo (y cívico) de la fiesta en una sociedad que se presume democráticamente madura.
La noche del 14 de julio, la muchedumbre quitándose los pañuelos rojos al son de “Pobre de mí” y en medio de las “doce campanadas”-como manda la tradición- se puso fin a los siete días de fiesta, de “encierros”, “corridas”, “botellón”, excesos, polémicas y embestidas.
Hasta la próxima de “corrida” 2012:“¡Viva San Fermín!, ¡Gora San Fermín!” Es que ¡San Fermín es una fiesta!