Más allá de de lo poco atinadas que fueron algunas declaraciones sobre la Democracia Cristiana formuladas por el Presidente Sebastián Piñera con motivo de su viaje a México – donde aparece más como un jefe de campaña de un partido político y no como un Jefe de Estado que en el exterior representa a todos los chilenos – el mandatario emitió otros conceptos que me llamaron la atención y que no fueron recogidos por los periodistas que lo acompañaron en su reciente visita a este país.
En un seminario empresarial Chile-México al que fui invitado, el mandatario chileno planteó lo que él denominó una “agenda para un nuevo desarrollo” de nuestros países.
Estos son los puntos de la agenda planteada: calidad de la educación para el mundo del conocimiento y la información en que vivimos; más inversión en ciencia y tecnología; innovación y emprendimiento; modernización del Estado y la integración con otros países.
A juicio de Piñera, una educación de calidad y buenos empleos serán fundamentales para desterrar lo que calificó como una “desigualdad brutal y escandalosa” en nuestros países.
Pensé que el Presidente no conocía este tema, aunque Latinoamérica ostenta el récord de ser la región más desigual del mundo y Chile contribuye con una importante cuota a esta situación.
No se le puede culpar al Presidente Piñera de este fenómeno. Con Pinochet la desigualdad fue extrema y los gobiernos de la Concertación tampoco fueron capaces de aminorar en forma importante la brecha entre los chilenos.
Me llamó la atención la frase del Presidente. Confío que sus palabras surjan de un convencimiento auténtico y honesto y que frente a esta “desigualdad brutal y escandalosa”, como la calificó, no se quede de brazos cruzados.
El gobierno que encabeza tiene la oportunidad de interpretar a nuestra ciudadanía que hoy reclama lo mismo en las calles, en especial los estudiantes.
Piden el fortalecimiento de una educación pública, una educación de calidad, con igualdad de oportunidades y que el acceso a la misma no dependa exclusivamente del “vil billete”, como señalaba recientemente el escritor Hernán Rivera Letelier.
La estructura educacional, que de manera importante contribuye a la desigualdad en nuestro país puede ser transformada si Piñera y su gobierno se lo proponen. Si no lo hace ya, la ciudadanía seguirá manifestando su protesta en las calles y continuará expresando, a través de las encuestas, su repulsa al gobierno y la oposición. El Presidente, por su parte, seguirá sufriendo una alta desaprobación como sucede actualmente.
La gran mayoría del país que se siente abusada por quienes ostentan el poder, entre ellos también los parlamentarios, cree que quienes han sido electos por votación popular, han hecho muy poco para cambiar la situación reinante.
Para esta mayoría, el desarrollo y bienestar pasa por el lado. Sólo lo leen en los medios de comunicación donde también ven como la riqueza y el dinero, y con ello el poder, se concentra en pocas manos.
Chile ostenta hoy el triste récord de ser uno de los países con su educación superior más cara, como lo reconocen organismos internacionales. En las universidades chilenas no existe, por ejemplo, una alternativa de educación gratuita. Se paga en promedio 600 dólares mensuales, más de $ 280 mil pesos.
Conozco y he conocido cientos de casos de familias de clase media que tienen dos o tres hijos en las universidades y que sencillamente no les alcanza para brindarles la educación que se merecen.
Es cierto que existen las becas, pero estas no superan el 10% del total de los alumnos que cursan estudios universitarios. Otros tienen que endeudarse e hipotecar su futuro a través del crédito universitario, con altos intereses y comisiones. Un crédito que cuenta con el aval del estado lo que asegura a los bancos cero riesgo.
En otros países, Argentina, México y Brasil, por citar a vecinos de América Latina, las mejores universidades son públicas y gratuitas y en los rankings mundiales que miden la calidad de estas corporaciones, se ubican muy por encima de las universidades chilenas, sean éstas públicas o privadas.
En México, en cada uno de los 32 estados – equivalentes a las regiones en Chile – existe al menos una universidad pública y gratuita. En el centro del país, donde se ubica el DF y el estado de México, hay al menos cinco en esta condición, partiendo por la Universidad Nacional Autónoma de México, la reconocida UNAM, que tiene más de 200 mil alumnos y que está situada en los rankings mundiales sobre todas las universidades chilenas.
Esta casa de estudios no cobra más de UN dólar al año, según las propias palabras de su rector José Narro, quien acaba de ser condecorado por el gobierno de Chile durante la visita del Presidente Piñera a este país.
Los jóvenes chilenos, no tienen esta posibilidad. Las universidades públicas como privadas cobran y eso transforma a nuestra educación superior en una de las más caras del mundo.
El GANE presentado por el Presidente y que incluye un fondo de 4 mil millones de dólares – que a todas luces es insuficiente- es un primer paso. Aunque, por supuesto, no sólo se trata de fondos.
Debe apostarse por una reforma profunda y estructural del sistema educacional chileno que tal como está, propicia la desigualdad y no está dando los frutos esperados para nuestro país que exige una educación de mayor calidad para enfrentar los desafíos mencionados en la agenda del propio Presidente Piñera.