Se aproxima el 21 de mayo. El presidente Sebastián Piñera rendirá el sábado su segunda cuenta al Congreso Pleno. Dos días después, está prevista la exhumación de los restos del Presidente Salvador Allende, decretada por el juez Mario Carroza, responsable de la investigación sobre las causas de su muerte.
En mi modesta opinión, creo innecesaria estas pesquisas judiciales, puesto que ya hace más de una década que el doctor Óscar Soto Guzmán (cardiólogo y médico personal de Allende), narró al detalle, en su libro El último día de Salvador Allende, los hechos que vivieron aquel negro 11 de septiembre en La Moneda y confirmó el relato que ya en diciembre de 1973 hizo público, en una entrevista en Ercilla, el doctor Patricio Guijón: Allende se suicidó.
Y, como ha señalado lúcidamente Tomás Moulian, el compañero Presidente convirtió su muerte en un acto político, en el nacimiento simbólico de la resistencia contra la dictadura. Al igual que su gran amigo Augusto Olivares, Allende fue una de las primeras víctimas del golpe, tanto si se disparó él, como si lo acribillaron los militares golpistas.
Más que indagar sobre las circunstancias de su muerte, debemos conocer mucho mejor su vida y, sobre todo, su extensa trayectoria política.
El despertar de su conciencia revolucionaria durante sus conversaciones a principios de los años 20 en Valparaíso con el zapatero Juan Demarchi, su participación en la lucha universitaria contra la dictadura de Ibáñez, su compromiso con el Partido Socialista desde su fundación en abril de 1933, su trabajo como ministro de Salubridad del Frente Popular, su defensa incansable de la unidad de la izquierda en torno a un programa político para construir el socialismo (“en democracia, pluralismo y libertad”), su distanciamiento crítico del modelo soviético, las grandes transformaciones que desarrolló la Unidad Popular (el cobre, el Área de Propiedad Social, la reforma agraria, el medio litro de leche, Quimantú, la primavera cultural, la participación popular, una política internacional ejemplar, la confluencia de marxistas y cristianos…) o su trato afectuoso, y muchas veces conmovedor, hacia los hombres y mujeres más sencillos de su patria.
Una de las cumbres de su compromiso con la democracia y el socialismo fue su inolvidable discurso del 21 de mayo de 1971, su primer mensaje presidencial al Congreso Pleno, en el que delineó las grandes líneas del proyecto histórico de la “vía chilena al socialismo”. Un mes después de la amplia victoria de la UP en las elecciones municipales, Allende planteó a su pueblo un verdadero desafío histórico, pues recordó que, si bien hasta el momento las revoluciones se habían realizado a través de la violencia política, en su país -como siempre había sostenido- ya era posible emprender dicho proceso histórico a través de “la vía pluralista”, que fue “anticipada por los clásicos del marxismo, pero jamás antes concretada”. “Chile –añadió- es hoy la primera nación de la tierra llamada a conformar el segundo modelo de transición a la sociedad socialista”. Un camino no exento de grandes obstáculos:
“Las dificultades que enfrentamos (…) residen realmente en la extraordinaria complejidad de las tareas que nos esperan: institucionalizar la vía política hacia el socialismo y lograrlo a partir de nuestra realidad presente de sociedad agobiada por el atraso y la pobreza propios de la dependencia y del subdesarrollo; romper con los factores causantes del retardo y al mismo tiempo edificar una nueva estructura socioeconómica capaz de proveer a la prosperidad colectiva. (…)”
“Aquí estoy para incitarles a la hazaña de reconstruir la nación chilena tal cual la soñamos. Un Chile en que todos los niños empiecen su vida en igualdad de condiciones, por la atención médica que reciben, por la educación que se les suministra, por lo que comen. Un Chile en el que la capacidad creadora de cada hombre y de cada mujer encuentre cómo florecer, no en contra de los demás, sino en favor de una vida mejor para todos”.
Salvador Allende era plenamente consciente de la dificultad de tal empresa, que exigía como requisito previo la definición de los cauces institucionales de “la nueva forma de ordenación socialista en pluralismo y libertad”:
“Pisamos un camino nuevo; marchamos sin guía por un terreno desconocido; apenas teniendo como brújula nuestra fidelidad al humanismo de todas las épocas -particularmente al humanismo marxista- y teniendo como norte el proyecto de la sociedad que deseamos, inspirada en los anhelos más hondamente enraizados en el pueblo chileno”.
El desafío era definir y desarrollar un nuevo modelo de Estado, de sociedad y de economía que permitiera satisfacer las aspiraciones y las necesidades del ser humano:
“Caminamos hacia el socialismo no por amor académico a un cuerpo doctrinario. (…) Vamos al socialismo por el rechazo voluntario, a través del voto popular, del sistema capitalista y dependiente cuyo saldo es una sociedad crudamente desigualitaria estratificada en clases antagónicas, deformada por la injusticia social y degradada por el deterioro de las bases mismas de la solidaridad humana”.
Asimismo, reafirmó la voluntad inequívoca de la Unidad Popular de respetar el Estado de Derecho, las libertades políticas y el principio de legalidad y expresó su confianza en que el Partido Demócrata Cristiano apoyaría buena parte de su programa de cambios. Y finalizó su histórico discurso con un fervoroso llamamiento a los trabajadores y al pueblo:
“Los que viven de su trabajo tienen hoy en sus manos la dirección política del Estado. Suprema responsabilidad. La construcción del nuevo régimen social encuentra en la base, en el pueblo, su actor y su juez. Al Estado corresponde orientar, organizar y dirigir, pero de ninguna manera reemplazar la voluntad de los trabajadores. Tanto en lo económico como en lo político los propios trabajadores deben detentar el poder de decidir. Conseguirlo será el triunfo de la revolución. Por esta meta combate el pueblo. Con la legitimidad que da el respeto a los valores democráticos. Con la seguridad que da un programa. Con la fortaleza de ser mayoría. Con la pasión del revolucionario. Venceremos”.
Han transcurrido ya 40 años de aquellas palabras y la figura de Allende es un símbolo universal de los valores democráticos, un referente para quienes hoy luchan contra el neoliberalismo, para quienes anhelan construir el Socialismo del siglo XXI.
Recordar aquel luminoso 21 de mayo de 1971, evocar a Salvador Allende y a la Unidad Popular nos conduce al “tiempo de las cerezas”, título del himno de la Comuna de París (1871), que en su parte final dice así: “Por siempre amaré el tiempo de las cerezas / Es de ese tiempo del que guardo en el corazón una herida abierta…”.