Dicen que Hama es una de las más hermosas ciudades de Siria. Ubicada a casi 200 kilómetros de Damasco, la atraviesa el rio Orontes, lo que de por sí es un privilegio en esas latitudes. Al igual que la mayor parte de ese país, religiosamente predomina el islamismo sunita.
A comienzos de la década de 1980 un grupo de clérigos y líderes obreros de esa ciudad hicieron pública una petición exigiendo entre otras cosas que el entonces Presidente Hafez Al-Assad aboliera el estado de emergencia impuesto con el golpe de estado que lo había llevado al poder en 1970, y convocara a elecciones.
¿Le suena conocida hasta aquí esta historia? No se confunda estamos en Siria, pero en 1980, en los mismos años en que en Chile se dictaba una nueva Constitución, y nuestra selección nacional de futbol hacia un papelón en el Mundial de España.
Siria no había clasificado para ese mundial. Siria y la dictadura de los Al-Assad estaban ocupados en otras cosas.
En efecto, a la solicitud de abolición del estado de emergencia le siguieron otras acciones, entre ellas, protestas públicas e incluso un fallido intento de asesinato contra Al –Assad el 26 de Junio de 1980. Como los desordenes, manifestaciones y atentados persistían pese a la brutalidad de la policía secreta siria, Al Assad en Febrero de 1982 decidió acabar definitivamente con el problema imponiendo sus propias “reglas del juego”, algo que un autor ha denominado “las reglas de Hama”.
De lo que exactamente ocurrió en Hama en la maldita primavera de 1982 poco se sabe. No eran tiempos de internet, youtube, ni redes sociales como facebook o twitter. Al igual que hoy los medios de comunicación ajenos al régimen gobernante no tenían acceso. Sin embargo de acuerdo a diversas fuentes, en especial un Reporte de Amnistía Internacional de Noviembre de 1983 y el libro “La Tragedia de Nuestros Tiempos” publicado por esas ironías de la historia, por la Hermandad Musulmana en El Cairo en 1984, el 2 de Febrero de 1982 Fuerzas Especiales Sirias con una compañía de tanques T-62 ingresaron a la ciudad en lo que denominaron una “operación de limpieza” que duró hasta Mayo del mismo año. En aquella primavera barrios enteros fueron arrasados por los tanques –nivelados- y según Amnistía Internacional entre 10 mil y 25 mil civiles fueron masacrados.
¿Le sigue pareciendo conocida la historia? Le insisto, no se confunda, estamos en Siria pero en la pasada década de los ‘80, en los mismos años en que en Chile se devaluaba el dólar tras estar a $39 y entrabamos en una gran recesión, con quiebra de la banca incluida.
La verdad es que entonces Al-Assad no hizo nada por desmentir los hechos ni las cifras de víctimas inocentes. En el fondo quería que el testimonio mudo, el silencio de la muerte, el hedor de la destrucción, y la sangre que escurrió por el río Orontes fuese conocida crudamente por su pueblo. Las “reglas del juego” estaban claras y se mantuvieron inalterables por décadas.
La primera de estas reglas no era otra que “gobernar o morir”. En medio oriente se suele decir que los hombres fuertes no sólo se comen los huevos, sino también su cascaron, pues nunca deben dejar nada para los demás.
Así lo entendió Hafez Al Assad hace casi 30 años. Así lo entiende hoy su hijo Bashar que lo reemplazo tras su fallecimiento.
Posiblemente el pueblo sirio no tenga acceso suficiente a internet ni a las cadenas internacionales de noticias televisivas, pero sin lugar a dudas su Presidente y la elite gobernante si lo tienen. Han visto lo ocurrido en Túnez con Ben Ali y en Egipto con Mubarak y saben perfectamente que si no se quedan con todos los huevos y sus cascarones, posiblemente no vivan para recordarlo.
De allí que al lanzar Bashar Al Assad ahora sus tropas y tanques sobre la ciudad siria de Daara masacrando a centenares de manifestantes y opositores, no haga sino repetir las lecciones de su padre e intentar restablecer las reglas del juego, aquellas que datan de otra primavera siria, la de 1982.
Lamentablemente al parecer el mundo no aprendió la lección de entonces, ya que hipócritamente–como ocurrió con Libia- cierra sus ojos y se limita a contar sin estruendo los muertos, aceptando silenciosamente que incluso en unos meses más Siria se incorpore al Consejo de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra, pues así ya fue acordado tiempo atrás.
Claro, este Al Assad a diferencia de su padre posee un aura de modernidad por su formación académica en Inglaterra, como si ello fuera garantía que en Occidente no se engendran tiranos sanguinarios. Sus modales, aparentemente más suaves y refinados, esconden a un hábil aprendiz de las “reglas de Hama” instauradas por su padre. Nuevamente la maldita primavera siria se tiñe de sangre.