Entre los temas de discusión universitaria uno de los argumentos de la derecha que ofenden la inteligencia de los chilenos es aquél que pretende demostrar que la verdadera multiplicidad y diferencia se encuentra en las universidades privadas y no en las públicas. Estas últimas se presentarían falsamente como lugares de diversidad, cuando en realidad no existe en ellas lo que muestran las privadas: diversidad de intenciones educativas, planes de estudio diferentes, propósitos formadores y definiciones de misión que las caracterizan, etc.
Así, las universidades públicas serían una oferta educativa entre otras y no deberían presentarse como lugares exclusivos de la multiplicidad de ideas y propósitos.
La falacia que hay en esta argumentación es tan obvia que da vergüenza explicarla, pero como este tipo de tonterías circulan en los medios y son esgrimidas públicamente como argumentos se hace necesario abordarla.
Digamos en primer lugar que la diversidad y la multiplicidad que caracteriza a las universidades públicas está dentro de ellas, corresponde a su intención laica de no difundir una sola creencia o una sola respuesta a las preguntas de la ciencia y la filosofía, sino de permanecer abiertas a todas ellas, en la medida en que representen tendencias de reflexión que puedan ser consideradas seriamente por la academia.
Por el contrario, la multiplicidad existente entre las universidades privadas existe fuera de ellas, no dentro, pues si bien son muchas y de muchas tendencias, en cada una de ellas hay una sola que rige su organización. Todas las universidades católicas, por ejemplo, tienen una vocación proselitista que explica su misión y no difunden ideas o creencias que sean contrarias a su credo. Por lo tanto, en la mayoría de las universidades privadas, en particular en todas las que no se declaran laicas, hay una determinada tendencia que rige su propósito educativo.
Y esta multiplicidad externa de las universidades privadas no es positiva, pues contiene elementos que pueden llegar a ser hasta peligrosos, en la medida en que solo pocas de ellas tienen en cuenta lo que nos une como sociedad, y no lo que nos divide.
En efecto, todas las creencias tienen un límite en la creencia de los que no la comparten. Las creencias separan a los hombres, no los unen. Por eso se inventó una forma de consolidar lo común a todos a través de la educación pública, por medio de una educación que solo el Estado puede asegurar en la medida en que por definición su misión es representar a todos los ciudadanos y no a una parte de ellos, por numerosos que estos sean. Esta dirección de pensamiento es precisamente lo que definimos como “laicidad”.
Las universidades públicas son laicas, esto es, son propiedad de todos, pero además, están organizadas con el propósito de que en su enseñanza están representados todos, son el espacio abierto para que todos los ciudadanos se encuentren a sí mismos, superando las vallas políticas, ideológicas, o religiosas que en otras instancias podrían separarlos.
Lo público es el lugar de lo común, de la unidad, de lo que representa a todos porque es de interés de todos. Por eso son lugares de diversidad. Lo privado, en cambio, es lo que cada cual piensa para sí mismo y para los que tienen afinidad con él. Aunque existan muchos de estos lugares, cada uno de ellos es un lugar de exclusión.
La laicidad no es una postura que se ubique frente a otras en el mismo plano que ellas. La laicidad surge precisamente para solucionar el problema de la diversidad excluyente de las diferentes tendencias religiosas o políticas. Por eso es un posicionamiento que se ubica por encima de estas oposiciones para demostrar que existe una vía en la que todos pueden alcanzar legitimidad sin renunciar a lo propio.
No se puede oponer una creencia religiosa o una definición política a un pensamiento laico, porque este último los incluye dentro de sí. Cuando me ubico en una postura laica, no niego ninguna definición de otro, sino que le abro paso a que exista con legitimidad. Por eso, las universidades estatales son laicas y por eso son las únicas que aseguran verdaderamente la libertad de creencia, de investigación y de creación.
Lamentablemente, en Chile hace tiempo que venimos siendo testigos del desmantelamiento del Estado, transformado ahora en un mero instrumento de administración del poder, y en el cual todo pensamiento ha sido descartado.
Una máquina sin ideas propias, la que ya no asegura la unidad de la nación, la preservación de lo común, la protección de todas las ideas y de todas las creencias. Ahora todo está entregado a la competencia, a la oposición de unos contra otros y eso es lo que en definitiva representa la multiplicación de las universidades privadas, el medio en que cada cual por su lado pretende preservar lo suyo.
Y lo que clama al cielo es que en este propósito se le exija a este Estado, que ha dejado durante años a sus universidades en el abandono, que está ahora desprovisto de todas las ideas que sustentan su origen, que no solo les permita existir, sino que además, las financie.