El “realismo sin renuncia” no se trata de una nueva forma de enfrentar la tan esperada y necesaria reforma educacional, sino que es el corolario y la expresión palmaria de una forma de pensar nuestra “cosa” pública dentro del paradigma neoliberal.
Señalar y criticar lo anterior no implica ni demagogia ni voluntarismo político, menos todavía un populismo mal entendido. Se trata de hacer notar que los temas de mayor relevancia para nuestro país en los últimos 25 años, inevitablemente han caído uno tras otro, bajo una razón instrumental que -como reflejo de intereses creados- nos mantiene firmemente atados a un determinismo histórico y a un chantaje político que en Chile, todavía, difícilmente estamos en condiciones de superar.
La propuesta de una educación gratuita y de calidad surge de la calle, de los movimientos sociales y de los mismos estudiantes. Es por ello, que configura un discurso que rebasa los límites de la mera política y del modo en que la esgrimen los partidos, transformándose en un principio ético que tensa el tejido social en vista de su reconfiguración integral.
Es muy importante retener este aspecto porque nos permite pensar la gratuidad y la calidad de la educación como un todo. En efecto, temáticamente son cuestiones diferentes, ya que es posible pensar en una educación de calidad pagada, así como también en una gratuita sin calidad y viceversa. Sin embargo, la confluencia de ambos elementos es la novedad, la originalidad y la exigencia que se impone y, por lo mismo, hay que poner la atención en el “y” de la ecuación “gratuidad y calidad”, como clave reflexiva de integración y debate.
Esto último es, precisamente, lo que ha comenzado a desaparecer del debate público. La balanza se ha inclinado hacia una discusión presupuestaria y técnica que ha reducido y absorbido, casi por completo, la cuestión de la gratuidad, invisibilizando la pregunta por la calidad y la cuestión de la educación como tal.
En este sentido, somos testigos de un debate que se juega en la arena de lo económico y lo técnico; la pugna actual por el posicionamiento institucional del dinero de la gratuidad, constituye una disputa entre corporaciones en competencia que defienden y buscan privilegios individuales frente al Estado.
Por cierto, en este punto se ha perdido completamente el norte, ya que las reglas del mercado y sus afanes han taladrado a tal punto nuestro tejido social, que incluso allí donde se ha pretendido enarbolar la educación pública como resumen orgánico de todas las demandas estudiantiles, las dinámicas del oportunismo y las proyecciones de costos y beneficios son la tónica. En este sentido me ha sorprendido gratamente que, mientras redactaba esta columna, la presidenta de la FECH, Valentina Saavedra, haya utilizado la misma nomenclatura y la misma idea respecto a la falta de “reflexiones sistémicas” y de “posturas corporativas” por “dónde poner la plata”.
Hay que entender que el “realismo” con el que se pretende teñir la reforma es sólo económico, no es la realidad en sí, sino que al contrario, en Chile esto amerita una doble lectura porque no es simplemente la imposición de la calculadora, sino la imposición de un modo de concebir el sistema económico que no está dispuesto a transar en nada, sólo a ajustar lo necesario para aumentar aún más la ya escandalosa concentración de la riqueza. Es por ello que si comparamos éticamente el discurso del pueblo con el discurso de las autoridades, parece un mal contrapunto entre una ética de la esperanza y una ética estoica, mejor aún, entre la moralidad de los gobernados y la inmoralidad de los gobernantes.
La educación gratuita y de calidad es expresión y anhelo de nuestro pueblo y no le pertenece a ninguna institución, ni privada ni del Estado. Es una crítica a la institucionalidad misma, a una forma de ser país y a su sociabilidad. Constituye la epifanía de un profundo modo de vivir y sentir que, verbalizada en dicha fórmula ética, no es más que el prólogo de un largo libro sobre la decencia, la dignidad y la historia de un pueblo; ese libro es el que espera ser escrito por todos nosotros, ¿lo haremos?