A veces pienso que Chile se ha envenenado. Es decir, ha comenzado a tener niveles de descomposición e intoxicación social y un radical individualismo que pocos nos habíamos imaginado que ello podría ocurrir después de haber tenido la experiencia de 17 años de dictadura.
Pero como bien dice el dicho, el hombre es el único animal que con facilidad tropieza dos o tres veces con la misma piedra y aunque los golpes duelan y muchas veces deriven en la muerte, lo vuelve a repetir. ¿Falta de inteligencia? ¿Aprendizaje inconcluso o erróneo? Quien sabe que podrá ser. Sencillamente los seres humanos somos así y parece que es necesario aceptarlo para poder vivir con un dierto rasgo de simplicidad e inocencia.
Los que vivimos todo el período de la dictadura, nos dimos cuenta que ésta estaba radicada fundamentalmente en las condicionantes políticas e ideológicas de nuestra convivencia. Además el mundo vivía una guerra fría que provocaba naturalmente en las nuevas generaciones una división polarizada de las miradas de la globalidad. Los buenos y los malos se levantaban como caudillos únicos del acercamiento a la mirada de la realidad.
Hoy, por el contrario, vivimos la incertidumbre de no saber donde están los buenos y donde los malos, tal como era el estilo de los años 60, por ejemplo. Por eso hoy también se hace tan difícil entrar a un tema tan sentido y poco reflexionado en profundidad como el Chile envenenado que vivimos en la actualidad.
Si quisiéramos hacer una lista de dichos elementos que componen nuestro veneno propio, tendríamos elementos suficientes para hacer un largo inventario de los mismos: nuevas enfermedades, polución, agresividad y violencia, guerras, disputas interraciales, movilidad migratoria, contagios culturales de muy distinto tipo, degradación moral, etc. ¿Para que seguir con este listado, si no acabaríamos nunca?
Lo que si podemos constatar es que existe un debilitamiento de las fuerzas políticas organizadas y comienzan a verse, como “los huevos de la serpiente”, factores que nos pueden llevar hacia mundos desconocidos, intuidos, pero desconocidos, que nos producen incertidumbre y miedo tanto en nuestra vida personal como en nuestra vida social.
Por eso es mejor esconderse en la vida fácil del mundo virtual, del juego, de la superficialidad, de “la cultura de la chela”, del fin de semana sin objetivo, del trabajo sin sentido ni esperanza, del cartón de estudios (certificadocracia), de la añoranza de realidades de riquezas fáciles, de bienes suntuarios, de sensualismo y del mundo ficción, del robo (grande o pequeño), de la mentirilla, de los actos perdonados de los chiquillos inocentes, del individualismo malsano y de la competencia que intenta borrar la solidaridad y lo comunitario, etc.
Se siente el susurro larvado de la descomposición, acompañado del temor, la amenaza, los rumores malolientes, las emociones no expresadas. Nos sentimos humillados muy internamente por habernos vendido a un mundo de fantasía neoliberal.
En estas condiciones están listos los populistas y los liderazgos personales no democráticos. Chile ya lo vivió con Carlos Ibáñez del Campo y su escoba, con la cual barrería todo lo anterior (llevado esto, por supuesto, a su propia época). Nada de eso sucedió, sino solo las grandes marchas atiborradas de eslogan, de gritos vacíos, de hastío, de cansancio de tanto ver, escuchar y sentir mentiras. El pueblo es sabio pues percibe la mentira, pero también tropieza dos o más veces con la misma piedra.
Los Populistas están al acecho, esperando la primera oportunidad de dar los zarpazos necesarios cuando los partidos políticos y la institucionalidad estén más débiles y desgastados.
Así visto, ¿cuáles serán los pasos que debemos continuar para no caer nuevamente en un mayor desgaste de la democracia? Difícil respuesta para un no politólogo.
Simplemente recurrir al sentido común, es decir, erradicar los factores negativos con una adecuada educación cívica, (por algo fue eliminada por la derecha chilena del sistema educacional), recordando que Jaime Guzmán era un gremialista franquista de pura sangre.Intentar llevar a cabo programas de comunicación de reforzamiento cultural democrático, educando al pueblo en estas dimensiones.
Así como se forman con facilidad mentes para la superficialidad y la farándula, desarrollar mentes para la democracia profunda. Enseñar las competencias básicas que debe dominar todo ser humano para desarrollar su potencial: competencias de desarrollo personal, de autoaprendizaje, de interrelaciones sociales, competencias técnicas con manejo ético, competencias instrumentales de preparación para la vida en el trabajo, en la familia y en la comunidad.
Quizá de este modo, para nombrar el primero que se me ocurre, más el mea culpa y el pensamiento de los políticos y los empresarios, podremos comenzar a salir del Chile quizá envenenado en el cual vivimos. Buena lección que los adultos le podríamos dar a las nuevas generaciones de jóvenes chilenos/as.